viernes, 8 de septiembre de 2017

“La escala”, viaje accidentado al final de las guerras

“Nosotros, los heridos de todas las guerras,
necesitamos un lugar para descansar nuestros cuerpos.
No podemos olvidar…”

De regreso a Francia tras una misión en Afganistán, algunos jóvenes militares hacen un alto de tres días en Chipre, en un hotel de cinco estrellas que comparten con los turistas, para lo que el ejército llama “una cámara de descompresión” que, en teoría, debe ayudarles a olvidar la guerra y las atrocidades que han visto. Entre los soldados hay dos amigas de la infancia: Aurore (Arianne Lebed, (“Attenberg”, Copa Volpi a la Mejor Interpretación femenina en el Festival de Venecia 2010) y Marine (Soko, “La bailarina”). Pero las sesiones de apoyo psicológico son realidad virtual no les ayudan a olvidar la violencia vivida.

En Afganistán, donde han participado en la coalición internacional que operó en el país desde 2001 hasta 2013, estos soldados franceses han visto el infierno: carreteras minadas, diluvios de fuego y emboscadas en las que han caído muchos compañeros El paso del horror a la “vida normal” no es fácil a pesar de los protocolos creados para intentar que olviden la guerra, desaparezca el stress, ahoguen la rabia en la piscina... Las sesiones en las que deben recrear en grupo las imágenes de los momentos en que se jugaron la vida aumentan sus neurosis.

“La escala” (Voir du país), adaptación de una novela escrita por Delphine Coulin, que se ha encargado del guion y la realización junto con su hermana Muriel (“17 Filles” fue la anterior colaboración de las hermanas bretonas en 2011)”, consiguió el Premio al Mejor Guion en la sección Un certain regard del Fesival de Cannes 2016. El programa de “descompresión” al que se refiere la película existe realmente. Desde 2008, los soldados franceses que regresan del frente se alojan durante tres días en un hotel de cinco estrellas, para «olvidar» la guerra a base de entrevistas con psicólogos, cursos de aquagym y relax, excursiones en barco, reuniones… con más o menos éxito, según los casos.

La película muestra muy bien «hasta el absurdo (un decorado de sueño para conjurar una pesadilla) la obsesión psicotrópica de la época moderna, con sus sanadores del alma y sus células de ayuda psicológica, donde a los militares que vuelven de la guerra se les trata como a las víctimas de accidentes y atentados». (Jérôme Garcin, NouvelObs). Un paréntesis a todas luces ilógico.

“La escala” no saca conclusiones ni vende moralina. El ejército sigue siendo machista, los chipriotas son machistas, y las chicas siguen formando parte de la minoría desigual, aunque en los momentos de acción todos hayan sido iguales. Ergo, la guerra de los sexos se perpetúa también de uniforme. Los escalofríos que los soldados sienten al rememorar escenas vividas y compañeros desaparecidos, la excursión de las jóvenes con unos chicos de la localidad para ver el paisaje y contemplar la frontera entre Grecia y Turquía -inevitable estampa turística para los visitantes de Chipre-, incluso la secuencia de sexo de una de las militares con su guía, forman parte de la “normalidad” con que tienen que enfrentarse a la realidad que les espera “después de la guerra”, que nunca volverá a ser la de antes porque como dice uno de los jóvenes “hemos visto la guerra, no somos como todo el mundo”.

De lo que se trata es de exponer un tema traumático, el del microcosmos bélico que existe en el seno de todos los Estados occidentales, y llegar hasta el fondo de las psicopatologías que desencadena y que, parece que inevitablemente, van a impedir siempre a sus protagonistas ese regreso “a la normalidad” que pretende el programa. No es posible salir indemne de la guerra.


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