“Churchill
es una película involuntariamente fúnebre que entierra a Churchill a los veinte
años de su muerte” (Critikat)
“Churchill”, biopic de un personaje
decisivo en la historia de la primera mitad del siglo XX, interpretada casi
como un lamento interminable por el actor escocés Brian Cox (“Braveheart”, “El
mito de Bourne”, “Match Point”), y dirigida por el australiano Jonathan
Teplitzky (“Un largo viaje”, “Burning Man”), nos traslada a junio de 1944 y a
las 48 horas anteriores al Desembarco de los aliados en Normandía, un
acontecimiento que marcó el destino del mundo y fue el comienzo de la
desaparición del régimen nazi y sus principales ejecutores.
En aquellas horas, cuando los
generales estadounidenses tomaban las riendas de la operación sobre el tablero
de una mesa, el Premier británico se debatía en una mar de dudas acerca de la
estrategia elegida, agobiado por el peso de la culpa del fracaso militar del
desembarco en la playa italiana de la península de Gallipoli en la Primera
Guerra Mundial (25 de abril de 1915), cuando no solo los aliados perdieron
140.000 hombres y el ejército otomano 250.000 sino que tampoco se logró el
objetivo de conseguir animar a los ejércitos griego y búlgaro a la Fuerza
Expedicionaria Mediterránea (MEF) compuesta entonces por unidades británicas,
australianas, neozelandesas y francesas, bajo mando británico.
«Churchill», y ésta en una
sensación que comparto con críticos y comentaristas de otras latitudes, es una
película “fallida”, en torno a un personaje enorme -también en el sentido más
físico- que aquí aparece como un ser borde, depresivo, desgastado, cabezota,
estar medio gagá casi siempre con un vaso de licor en la mano (además,
naturalmente, del sombrero y el puro que forman parte de su icono y ponen la
pantalla perdida de humo), luchando hasta casi el final por imponer su
criterio, totalmente contrario al del general Eisenhower, entonces al mando de
la operación. Casi hasta el final porque, en una secuencia poco convincente
decide no rendirse, tan solo resignarse, escribir un discurso que lee por la
BBC, animando a la población, y dar paso a una especie de romanticismo terminal
que, solo en una playa, le reconcilia con una mujer a la que nunca dedicó ni un
minuto, pese a tenerla siempre al lado, y le enfrenta a la resaca de un mar que
poco después se teñiría de sangre.
También es una película simple, “una
reconstrucción de anticuario” (NouvelObs) que parece “una película de
propaganda de los años 1940…” (Télérama). En suma, difícil de creer en este
revival del “británico más ilustre de la historia” que consigue fastidiar a
todo el mundo, “incluido el espectador”, con sus obsesiones: “Si el Día D
hubiera durado tanto como los planos inútiles de ‘Churchill’, Francia estaría
aún bajo el yugo nazi” (Ophélie Wiel).
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