Suite
francesa es un melodrama romántico dirigido por Saul Dibb (La duquesa, Bullet Boy) y protagonizado por Michelle Williams (Mi semana con
Marilyn, Brokeback Mountain), Kristin
Scott Thomas (El hombre que susurraba a los caballos, El paciente inglés)
y Matthias Schoenaerts (La
entrega, De óxido y hueso); del nutrido grupo de segundos papeles destaca el
francés Lambert Wilson. Ambientado en la Francia ocupada por los nazis durante
la Segunda Guerra Mundial, es la adaptación para la gran pantalla de una novela
homónima de Irène Némirovsky (*), quien
se encontraba escribiéndola cuando fue deportada en 1942. Las hijas de
la novelista publicaron el libro en 2004, y ese mismo año ganó el prestigioso
Premio Renaudot a título póstumo.
Pese
a que Saul Dibb es británico, su película se acerca más a las interpretaciones
«hollywoodenses» de la historia que a la fidelidad de los hechos, lo que la
convierte en por lo menos decepcionante. Estoy segura de que, como tantas veces,
el libro –que no he leído- es muy superior a su adaptación. Como alguien ha
escrito, Dibb ofrece una reconstrucción de época “con un encefalograma
emocional plano”, una Francia ocupada por los alemanes “de opereta: rumores,
traiciones, ejecuciones, resistencia”…no falta nada en una especie de catálogo
que merecería llamarse ‘La ocupación para tontos’, que no consiguen salvar ni
siquiera las esporádicas apariciones de Kristin Scott Thomas, fría, distante y
gruñona.
1940
en la Francia ocupada por los alemanes. Mientras espera noticias de su marido,
prisionero de guerra, la joven Lucile Angellier está contantemente vigilada por
su suegra. Viven juntas en la mejor casa de la localidad de Bussy, donde la
señora posee numerosas propiedades arrendadas a jornaleros que pasan graves
dificultades para poder pagarle las rentas. A la llegada de los alemanes al
pueblo, el teniente Bruno von Falk, joven culto y compositor musical, se aloja
en la casa. Poco a poco la joven y el militar se van sintiendo atraídos y viven
una historia –clandestina, prohibida y blanca- hasta que los acontecimientos
les pasan por encima y les separan para siempre. En el pueblo, algunos
colaboran con el ocupante y otros se organizan en la resistencia. El militar
alemán tiene el encargo de buscar a un campesino que se ha dado a la fuga tras
matar a otro oficial que acosaba a su mujer, mientras Lucille sale hacia
París...
Sin
estilo, sin gracia, plagada de momentos y detalles que suenan a falso,
superficial y sin conseguir suscitar la menor emoción, el director ha vuelto a
hacer como en La Duquesa (historia de una mujer ancestro de Lady Di): algo más
parecido a un aburrido serial televisivo que a una película en toda la regla.
El reto en este caso era contar el amor prohibido de una esposa francesa sola
por un nazi. Un asunto difícil de verdad que ha resuelto optando por la
ambigüedad y la falsificación que consiste en pintar “un nazi que sea un poco
menos nazi, un simple ejecutante de las órdenes de Berlín, pero sobre todo un
hombre culto que vamos conociendo en escenas enormemente ridículas, en las que
toca el piano y emborrona partituras… Es sabido, al menos desde El Pianista de
Polanski, que un nazi músico es un nazi sensible, delicado, humano after all…” (Les
Inrocks).
(*)
Irene Nemirovsky nació en Kiev en 1903 y murió de tifus en el campo de
concentración de Auschwitz el 17 de agosto de 1942, a donde fue deportada pese
a haberse convertido al catolicismo y haber solicitado la ciudadanía francesa,
cosa que le negó el gobierno de Vichy. Sus padres, judíos ucranianos, habían
huido de la revolución rusa a Finlandía, desde donde posteriormente pasaron a
Francia y donde Irene consiguió notoriedad con las novelas David Golder y El
Baile, llevada a la pantalla en 1931 por Wilhem Thiele, película que supuso la
revelación de la gran actriz Danielle Darrieux. En 1926 Irene Nemorovski se
casó con el ingeniero y banquero Michel Epstein; ambos llevaron la estrella
amarilla en sus ropas hasta su muerte. Epstein murió en la cámara de gas de
Auschwitz el 6 de noviembre de 1942.
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