Por
tocar varios temas candentes de rabiosa actualidad en Francia (y en el resto
del mundo occidental) –las ciudades dormitorio situadas en las afueras de las
metrópolis, auténticos ghettos donde se concentran dos e incluso tres
generaciones de familias de migrantes; las escuelas y liceos que acogen a una
generación sin raíces y “fabrican fracasos escolares en cadena”, el repliegue
comunitario, el aumento del integrismo en la sociedad…-, La profesora de
historia (Les Héritiers) es una película cruce de documental y ficción que
proporciona momentos muy emocionantes: especialmente por lo que supone de
homenaje a los supervivientes de la Shoah, encarnado en Léon Zyguet, uno de los
deportados franceses durante la segunda guerra quien interpreta su propio rol,
explicando a los escolares lo que vivió en aquel verano de 1942 cuando llegó a
Auschwitz con 15 años y vio desaparecer para siempre primero a su madre y
después a su padre, fallecido después poco después del estreno de la película,
en enero de 2015.
La
realizadora Marie-Castille Marion-Schaar (Bowling, Mi primera vez) –
coguionista junto a Ahmed Dramé (*), actor y alumno de Anne Gueguen, la
profesora en quien se inspira la historia interpretada por Ariane Ascaride (“Marius
y Jeannette”, “Las nieves del Kilimanjaro”)- ha metido sus cámaras en una clase
de adolescentes conflictivos (un recuerdo entusiasta para La clase de Laurent
Cantet, Palma de Oro en el Festival de Cannes 2008) y nos lo ha enseñado
resistiéndose a las propuestas de una profesora que intenta inculcarles los
“valores de la República”, pero también el respeto por la Historia y la
importancia de la Memoria para combatir el oscurantismo que cada vez impregna
más capas de la sociedad occidental.
En
el liceo Léon Blum de Créteil, la clase equivalente a primero de bachillerato
tiene fama de ser catastrófica: sus alumnos son ingobernables y tienen un nivel
general muy bajo. A ese grupo, que se niega a aceptar las reglas más
elementales de la convivencia escolar, la profesora de Historia le propone
llevar a cabo un proyecto colectivo: participar en el concurso nacional sobre
la resistencia y la deportación con un trabajo sobre los niños y los
adolescentes víctimas del Holocausto. La mayoría de los escolares son hijos de
migrantes procedentes de distintos países, europeos y magrebíes, que no conocen
esa parte de la historia de Francia y en principio sienten escaso interés por
ella.
(Inciso
que viene al caso: siempre hemos sabido que los pueblos que ignoran su historia
están condenados a repetirla. Por eso es tan preocupante el desprecio que los
actuales gobernantes españoles sienten por un pasado que cada vez se aleja más
en el tiempo y en el recuerdo, negándose no solo a reparar las injusticias y
los crímenes de una dictadura cruel como todas, pero más cruel por ser el
resultado de una guerra civil, sino incluso a permitir que los familiares
desentierren los cuerpos abandonados hace más de medio siglo en cunetas y fosas
comunes).
La
profesora de historia de esta película intenta estimular a sus alumnos (malos
alumnos) animándoles a tomar parte en el concurso. Tras un rechazo inicial
bastante generalizado, la profesora consigue irse imponiendo y acaba teniendo a
la clase de su parte, contando con el entusiasmo de algunos y el seguidismo de
otros, y finalmente ganando el concurso.
Lo
mejor de todo es el seguimiento de la evolución de los alumnos (algunos de
confesión musulmana y practicantes), todos excelentes, una auténtica galería de
retratos de chicos como los que podemos ver cualquier día a la salida de un
instituto, interpretados por actores muy jóvenes y alumnos reales del Lyceo de
Créteil.
(*)
Autor del libro Nous sommes tous des exceptions (Todos somos excepciones), que
relata la experiencia, publicado por editorial Fayard.
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