martes, 19 de mayo de 2015

Caza al asesino: ajustes de cuentas entre criminales institucionales




Resulta increíble comprobar que a estas alturas de la historia los autores –directores, guionistas, escritores…- estadounidenses siguen siendo incapaces de concebir una historia que pase por nuestro país sin que en ella aparezcan toros y toreros, exactamente igual que cuando mediado el siglo XX Hemingway era el referente de la “cosa española”.

El colmo es que una película de mercenarios y francotiradores que en unos hechos fechados en 2006 asesinaban a ministros en la República Democrática del Congo por cuenta de las multinacionales del oro, los diamantes y el coltrán, una década más tarde termine con un ajuste de cuentas entre aquellos asesinos y aquellos “empresarios” precisamente en el callejón, los corrales y la enfermería de una plaza de toros, en plena corrida con matador vestido de violeta y oro, como los nazarenos, y suerte de matar incluida.

Y el colmo de los colmos es que esa corrida tenga lugar en la antigua Plaza Monumental de Barcelona, donde llevan años prohibidos los festejos taurinos y desde 2011 convertida en el Centro Comercial Las Arenas.

Y, por increíble que parezca, esto es lo que ocurre en Caza al asesino (The Gunman), lamentable película “de las de acción” protagonizada por un Sean Penn atiborrado de anabolizantes que a los 54 años está envejeciendo muy mal, Javier Bardem y una chica monilla llamada Idris Elba (ninguno de los dos tiene aquí el papel de su vida), dirigidos por Pierre Morel, responsable de la saga Vengaza.

Del África profunda a Londres y las calles y casas de Barcelona, pasando por Gibraltar –sede de negocios sucios y corruptos-, y en una especie de sopa donde flotan revueltos ONG’s, víctimas de la guerra, mercenarios, “cuerpos especiales”, agencias internacionales más que dudosas y policías, el que fuera agente estadounidense Jim Terrier (última reencarnación de Sean Penn y primer papel protagonista en mucho tiempo) pasa cerca de dos horas huyendo de aquel pasado que le persigue literalmente: en cada ciudad, en cada esquina, hay matones esperándole para terminar con él. El argumento está sacado del libro La Position du Tireur Couche, del francés Jean-Patrick Manchette, una gloria nacional de la novela negra. Ignoro si la película sigue fielmente la novela o si, como suele ocurrir, el director la ha usado como inspiración para convertirla en algo totalmente distinto. Lo que sé es que, a diferencia de otras de mucha acción recientes, en ésta los productores no han hecho un gran desembolso en coches del desguace pero en cambio se han gastado una pasta en balas y granadas: los ex agentes especiales conservan las viejas costumbres toda la vida y cuando hay que matar, se mata sin escatimar utillaje.

Había olvidado decir que, además de todo lo anterior, la película es mala.





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