Sin
mejorar la habitual mediocridad de sus anteriores papeles, Adam Sandler
(Hombres, mujeres y niños, Pixels, Blended) interpreta en la película Con la
magia en los zapatos (The cobbler) -junto a un puñado de estrellas consagradas,
entre ellas Dustin Hoffman (Rain Man) y Ellen Barkin (Oceans Thirteen)- una de
esas clásicas fantasías cinematográficas que mezclan realidad y magia (realismo
mágico de Nueva York, ha dicho algún crítico estadounidense), dirigida por
Thomas McCarthy (The Station Agent); la historia de un vulgar zapatero judío
bastante indolente que, sin quererlo, es a la vez otros muchos personajes,
dependiendo de los zapatos que lleve puestos.
Max
Simkin repara zapatos en la misma tienda del Lower East Side de Nueva York que
ha sido propiedad de su familia durante generaciones. De repente, Max encuentra
una herencia mágica que le permite meterse en la vida de sus clientes, y ver el
mundo de manera distinta. Como decían sus ancestros, «caminar con los zapatos
de otro hombre es la única forma de descubrir quién es realmente».
Trasmutado
en mafioso, travestí, venerable anciano, e incluso su propio padre –quien
oficialmente abandonó a la familia mucho tiempo atrás- y gracias a las puntadas
de una máquina de coser dotada de poderes prodigiosos- el zapatero será a su
vez artífice de algunos hechos extraordinarios, como impedir el desahucio de un
inquilino al que pretende desalojar una banda de especuladores inmobiliarios,
acabar con el jefe de una banda de pandilleros criminales, coleccionista de
relojes carísimos, e incluso organizar a su madre una última cena con el padre
desaparecido. Mientras tanto, se encariña con una militante contra los
desalojos, que quiere preservar la identidad del barrio.
Con
excepción del propio zapatero, que es un ser bastante amorfo, carente de
objetivos y amigos, encerrado todo el día en el negocio heredado y toda la
noche en la casa de su madre enferma de Alzheimer, los restantes personajes de
la historia se dividen clarísimamente en buenos –muy buenos- y malos,
malísimos. Al final, como tenía que ser, los malos mueren o desaparecen del
relato y los buenos impiden los desahucios, quedan para cenar juntos e incluso
reaparece el padre perdido, una vez que han dejado de existir los peligros que le
amenazaban.
En
general, la película –estrenada en el último Festival de Toronto- ha recibido
críticas feroces en la prensa estadounidense y canadiense, donde han llegado a
escribir que lo mágico es que se hagan películas así. Una de las benévolas es
la del New York Times Observer: “Pese a todo, esta comedia antigua disfrazada
de parábola contemporánea esconde el mensaje de que caminar con los zapatos de
otro hombre es una responsabilidad seria”.
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