"No he
sido un mesías, sino un hombre ordinario convertido en líder a causa de
circunstancias extraordinarias”.
El azar tiene
estas cosas. A las 9 de la noche del jueves 5 de diciembre de 2013, en un cine
de Londres, dos jóvenes negras abandonaban precipitadamente el estreno mundial
de la película “Mandela: Long Walk to Freedom”
(Mandela: el largo camino hacia la libertad) (1). Acababan de comunicarles que,
a nueve mil kilómetros de allí, su padre acababa de morir en una casa de las
afueras de Johanesburgo. Las jóvenes eran las dos hijas menores de Nelson
Mandela, el símbolo planetario de la lucha contra el apartheid, fallecido pocos
minutos antes. En otra mala jugada del destino, Zinzi, la mayor, había dicho
minutos antes mientras le fotografiaban en la entrada pisando la alfombra roja,
que su padre “se encontraba bien, frágil como cualquiera que tenga 95 años”.
“Discreto,
inteligente, realista, estratega de envergadura histórica, pero táctico
solvente, Nelson Mandela ha sido sin duda una figura mundialmente respetada y
en el siglo XX su ejemplo, su temple y su obra tal vez solo pueden ser comparadas
con las del “Mahatma” Ghandi. Sacralizado en vida, entregada con un fuerte
criterio moral pero servido con una fina inteligencia política, Nelson Mandela
muere en olor de multitudes, el mundo se viste de luto y su país enmudece en el
homenaje que pocos han merecido tanto como él” (Elena Martí, Mandela, el hombre
ejemplar, El Plural).
A veces, como
ahora, 95 años no son suficientes; algunas personas tendrían que ser
inmortales. Cuando toda el África negra, y las gentes de buena voluntad
blancas, amarillas, mulatas, mestizas de todos los colores e incluso albinas,
lamentan de verdad la muerte de un símbolo irrepetible de la lucha por la
libertad del “pueblo africano” –por usar su propia definición-, en Sudáfrica se
quedan sin señas de identidad, sin Madiba, el Tata (abuelo) que durante casi un
siglo- desde la cárcel, el gobierno y luego, a partir de 1996, desde su casa- ha
sido la veleta, la brújula, el timón de una nación que cuando él nació estaba
partida en dos y hoy ha hecho el proceso de la reconciliación y la
reunificación sin venganza, un detalle nada baladí si se tiene en cuenta que un
porcentaje significativo de esa ciudadanía “no ha olvidado, ni perdonado” y
sigue dividida –aunque ahora se trata de un problema de clases y no de colores-
como suelen evidenciar los sondeos a pesar del paso de los años, y como puso de
manifiesto la brutal represión el 16 de agosto de 2012 de la huelga de los
mineros negros y pobres de Marikana, que se saldó con 34 muertos a causa de los
disparos de una policía compuesta, como el resto del país, por una mayoría de
negros. Una nación donde el 91% de la población es negra, mestiza o india, a la
que mantuvo sojuzgada y discriminada durante buena parte del siglo XX un 9% de
blancos (afrikáners).
Ese fue exactamente
el combate de Mandela, el que le mantuvo durante 21 años en las prisiones
sudafricanas, el que a la postre ganó en los años 1990 –primero con su puesta
en libertad, después con el Premio Nobel de la Paz compartido con De Klerk (el
último presidente blanco sudafricano) y finalmente, con más de 70 años ya,
presidiendo un país al que había dedicado toda su energía e inteligencia- y continuó
con el proyecto siempre inacabado de nación “multicolor” (arco iris le llaman
en otras lenguas) : "Durante toda
mi vida me he dedicado enteramente a la lucha del pueblo africano. He luchado
contra la dominación blanca y he luchado contra la dominación negra. Mi ideal
es una sociedad libre y democrática en la que todos vivan en armonía y con las
mismas oportunidades: Espero vivir lo suficiente para alcanzarla. Pero, si
fuera necesario, es un ideal por el que estoy dispuesto a morir”.
A un periodista
francés le debo la explicación del “secreto de Mandela”. En sus 18 años de
internamiento en la prisión de Robben Island, se ganó la complicidad del
carcelero -naturalmente blanco- Christo Brand, con quien mantuvo inacabables
conversaciones (y quien llegó incluso a pasar clandestinamente al primer hijo
que tuvo con su segunda mujer, Winnie, cuando era un bebé recién nacido, para
que pudiera conocerle) hasta llegar a entender la raíz del apartheid: los
blancos tenían miedo de la mayoría negra, sentían auténtico terror de unos
sirvientes, esclavos, trabajadores de todos los oficios que ellos no estaban
dispuestos a hacer (construcción, limpieza, jardinería, mantenimiento de
infraestructuras, minería, pesca, cuidado del ganado…) y llevaban décadas
ocultándolo tras la demostración de fuerza racista del apartheid. Después de
aquello, y nada más poner un pie en la libertad en 1990, fue cuando un Mandela
vencedor proclamaba que había luchado contra la “dominación blanca” y estaba
dispuesto a luchar igualmente contra la “dominación negra”.
Una nación
multicolor
Cuando, el 10 de
mayo de 1994, Mandela juró su cargo no era tanto un hombre negro quien se
erigía en presidente como el primer presidente democráticamente elegido en
Sudáfrica. Por primera vez todos los sudafricanos valían un voto: hasta
entonces los presidentes habían sido blancos pero –más importante- elegidos no en
sufragio universal sino por un corpus electoral, exclusivamente blanco. En un
artículo publicado al día siguiente de su fallecimiento en el diario comunista
francés L’Humanité, el periodista Christophe Deroubaix escribe recordando
aquella fecha : “He aquí a Mandela convertido en un Moisés de los tiempos
modernos. El reconocimiento del papel jugado por Madiba en el estatuto de
igualdad y libertad ante la ley que hoy disfrutan todos los habitantes del
país, no puede hacer que olvidemos dos detalles: primero, que los negros se
liberaron ellos mismos, con su resistencia, con sus organizaciones políticas
(Congreso nacional Africano, ANC, Partido Comunista) y sindicales (Cosatu, Congress of South African Trade Unions,
Congreso de Sindicatos sudafricanos) y sus dirigentes elegidos, entre ellos
Nelson Mandela; y segundo, y como señalaba el propio Mandela el día del anuncio
de la victoria del ANC (perteneciente a la Internacional Socialista); se
suponía que muchos de sus afiliados lo eran también del Partido Comunista; el
historiador británico Stephen Ellis acaba de sacar a la luz un documento
encontrado en los archivos del Partido Comunista Sudafricano, SACP, que
probaría que Nelson Mandela perteneció clandestinamente a esa organización,
ndlr.), el final del apartheid y el
advenimiento de la democracia ‘liberaron a los blancos del peso de su opresión’.
“Esta reflexión sobre la doble liberación es
esencial en el pensamiento de Mandela: quien oprime no es libre, lo que
significa que tampoco los oprimidos son libres”. Esa fue la línea dominante en
la ANC durante la transición: la necesidad de que negros y blancos se liberaran
al mismo tiempo, para dar paso a la nación multicolor. El ANC era el
partido de la liberación, en él se reconocían negros, mestizos, indios y algunos
blancos. Todos juntos elaboraron la Carta de la Libertad donde se proclama que
“Sudáfrica pertenece a todos los que viven en ella”.
El periodista se
detiene también en el pacifismo atribuido a Mandela, quien en muchas ocasiones
se manifestó seguidor de la enseñanza de Mahatma Ghandi: “Curiosa definición para
referirse a quien cumplió el encargo de crear el brazo armado del ANC, Umkhonto
we Sizwe (la lanza de la nación). Mandela no era un adepto de la violencia pero
estimó, junto con los restantes miembros del núcleo fuerte del movimiento
anti-apartheid, que la actitud del régimen no dejaba más opción que el paso a
la lucha armada (que tendría el objetivo de apoderarse de los atributos del
poder y no de personas civiles)”. Luego, en el momento de la transición entre
el fin del apartheid y la instauración de la democracia, la dirección colectiva
del movimiento estimó que la violencia podía resultar contraproducente.
Antes de su salida
de la cárcel, en los últimos años 1980, mucha gente ignoraba todavía quien era
Mandela, e incluso su nombre. La temida primer ministro británica, señora
Thatcher, le calificó como “terrorista” y como tal ha figurado en los registros
de los “enemigos de Occidente” hasta que el 18 de julio de 2008, cuando el
presidente de Estados Unidos, George W. Bush retiró su nombre de los listados
del terrorismo internacional. El gobierno socialista de Mitterrand, dirigido
por Michel Rocard, se negaba a romper relaciones diplomáticas con Sudáfrica
cuando en París unos sicarios asesinaban a la representante del ANC, Dulcie
September, cerca de los Grandes Bulevares. La mayoría de los gobiernos europeos
mantenían relaciones cordiales con el poder afrikáner.
Esto en cuanto a
la parte oficial; por el contrario, los jóvenes socialistas y comunistas de
muchos países se manifestaban delante de las embajadas, con Mandela por
bandera, exigiendo su liberación. “Quienes no hicieron nada por su liberación y
se complacían en mantener relaciones cómplices con el régimen racista
sudafricano, después celebraron ‘al estilo people’ a quien simbolizaba una
lucha que nunca compartieron. Nelson Mandela no se hacía ninguna ilusión sobre
la hipocresía de muchas de las personalidades que acudían a visitarle. Aceptaba
el ritual indicando discretamente: ‘Hay que pasar por esto por el bien de
nuestro país”. (José Fort, L’Humanité).
“Mandela arrancó
como político y abogado de derechos humanos, pero terminó, tras años en
prisión, como el nudo esencial de la insoluble historia de Sudáfrica. Desde el
siglo XVII, esa tierra tan hermosa se rigió por violencias realmente
inescrutables, con divisiones que amenazaban ser eternas y reduccionismos casi
infantiles. Lo que resultaba difícil por allá era ser normal, en el sentido de
creerle a los ojos propios, de estirar la mano y tocar al otro, de entenderlo
como ser humano. África, lo sabe quien pase el mínimo tiempo por allá, tiene
serias dificultades para forjar nacionalidades por encima de las identidades de
lengua, etnia y tribu. Sudáfrica se complicó más al tener la única tribu blanca, nativa, con raíces de
amor a la tierra”. (Sergio Kiernan, Las buenas y las malas del líder, Página
12).
La Universidad
de Robben Island
Nacido en 1918 en
una familia bantú cultivada e influyente, hijo de un jefe de tribu, en sus
vacaciones escolares cuidaba con otros niños los rebaños del clan y más tarde estudió
derecho. En la “escuela de los blancos”, el joven Rolihlahla, un excelente
alumno, aprendió su historia y su cultura. Adoraba a Händel y Tchaikovski, le
apasionaba leer a Shakespearer. Ya adulto, leyó a Clausewitz y a Che Guevara.
En la cárcel perfeccionó sus conocimientos de derecho y obtuvo dos
licenciaturas de estudios superiores por correspondencia, compartiendo lo aprendido
con otros detenidos hasta el punto de que muchos, años más tarde, se hablaba de
la “Universidad de Robben Island” que había creado en la isla-fortaleza.
También en la cárcel aprendió la lengua afrikaans, estudió la historia y la
literatura “del enemigo” y estimuló a sus compañeros a hacerlo “porque un día
será necesario que todos los pueblos de nuestro país, incluidos los afrikáners,
se entiendan para vivir juntos”.
Apasionado del
boxeo, y boxeador amateur, escapó de su poblado huyendo de un matrimonio
concertado. Consciente muy pronto de la segregación racial de los negros en
Sudáfrica y muy influido por el obrero militante anti-apartheid Walter Sisulu,
junto con el político Oliver Tambo participaron ambos en la creación del ACN y
posteriormente de la Liga de la Juventud del ANC (ANC Youth League) en 1943,
donde se convirtió en uno de los líderes. Fundador del primer bufete de
abogados negros de Sudáfrica se dedicó a llevar a cabo campañas de no violencia
hasta el 21 de marzo de1960, año en que se produjo una masacre en la represión
de las manifestaciones organizadas en Shaperville, en protesta por la
obligación de tener que llevar el pasaporte siempre encima; la policía abrió
fuego y dejó tras de sí una estela de más de a 60 muertos.
Presidente de
un solo mandato
El gobierno
prohibió el ACN, Mandela decidió continuar la lucha en la clandestinidad y usar
armas para apoyar actuaciones de sabotaje y huelgas. Fue detenido en 1962, por
una denuncia de la CIA, y dos años más tarde condenado a cadena perpetua. Sus
27 años de encarcelamiento, en Robben Island y después en Pollsmoor, no
disminuyeron un ápice la popularidad conseguida. A la salida de la cárcel, en
1990, se convirtió en el presidente del ANC y, desde ese cargo, negoció con
Frederick De Klerk el futuro del país creando un gobierno multirracial y
celebrando las primeras elecciones libres y democráticas, que le llevaron a la
presidencia, y a la puesta en práctica de una política de reconciliación
nacional en abril de 1994. Tras un solo mandato, en 1999 se retiró de la
política activa y dejó la presidencia en manos de Thabo Mbeki, político
licenciado en economía por la universidad británica de Sussex, antiguo
militante de la Liga de la Juventud, del ANC y de su brazo armado, quien
regresó a Sudáfrica en 1990, coincidiendo con la salida de Mandela de la
cárcel, tras permanecer 26 años en el exilio.
En los años 2000,
Nelson Mandela cambió la orientación de su lucha, poniendo en pie una fundación
en la que ingresaba puntualmente una parte de su salario como ex presidente
para combatir la pobreza y el SIDA, auténtica plaga que ha diezmado el país en
las últimas cuatro décadas. Mientras, en 2008, el pueblo sudafricano celebraba
en la calle el 90 cumpleaños de Tata, Mandela se recuperaba de una operación de
cáncer de próstata y le detectaban una insuficiencia pulmonar, probablemente
una secuela de sus muchos años de encarcelamiento, que ha terminado con su vida
el 5 de diciembre de 2013.
Los valores
defendidos por Mandela, desde sus inicios en el movimiento de liberación
nacional de Sudáfrica, tienen todavía una enorme vigencia: en contra del
racismo, rechazo de la dominación y combate contra la violencia institucional.
Los principios fundadores del Congreso Nacional Africano, reflejados en la
Carta de la Libertad –“Nosotros, el pueblo sudafricano, declaramos que lo sepa
nuestro país y todo el mundo. Sudáfrica pertenece a quienes viven en ella,
Negros y Blancos, y ningún gobierno puede reivindicar una autoridad que no se
base en la voluntad del pueblo… nuestro país no será nunca próspero y libre
mientras no viva en la fraternidad y no exista igualdad de derechos y
oportunidades…Y, en consecuencia, nosotros, el pueblo de Sudáfrica, Negros y
Blancos juntos, iguales, compatriotas y hermanos, adoptamos esta Carta de la
Libertad…”-, los ratificaron el 26 de junio de 1955 más de mil delegados,
procedentes de una veintena de organizaciones sudafricanas, entre las que se
encontraban los comunistas. Apenas seis años más tarde, detenían a Mandela que
iba a pasar un tercio de su vida en la cárcel.
La lucha armada
y el momento de abandonarla
«27 años de
aislamiento en el presidio de Robben Island, frente a Ciudad del Cabo –escribe
Pierre Haski, años de corresponsal en Sudáfrica para la Agencia France-Presse-
un cuarto de siglo durante el cual Nelson Mandela, el hombre invisible del que
la prensa sudafricana no podía ni siquiera publicar una foto, se convierte en
un símbolo; mejor en un mito. No sólo en su país sino en todo el mundo. Yo viví
cuatro años en Sudáfrica, de 1976 a 1980, en pleno apartheid, y vi como
brillaban los ojos de los jóvenes negros al pronunciar el nombre de ese hombre
que ya estaba en la cárcel cuando ellos nacieron. Cuando el ‘mito’ salió de la
cárcel, el 11 de febrero de 1990, el mundo entero le vio caminar orgullosamente
hacia la libertad, con el puño en alto. Y tuvo miedo de verse decepcionado. El
hombre demostró estar a la altura del mito. Supo elevarse por encima de la
venganza, del interés partidario o inmediato, para salvar a un país que se hundía
en la guerra civil. Y lo consiguió, incluso aunque la Sudáfrica del
post-apartheid todavía no ha superado sus inmensos problemas”.
En su autobiografía,
Mandela cuenta cómo su padre, un jefe tradicional xhosa cuyo papel en la
estructura tribal era el de consejero del rey, tenía pensado que su hijo Rolihlahla
– “el que crea problemas”, fue su maestra de la escuela primaria quien decidió
llamarle Nelson en un momento en que imperaban la segregación racial y el
desprecio de la cultura africana– le sucediera en el cargo. A muchos de sus
conciudadanos les sorprendió en su día que alguien procedente de una sociedad
rural profundamente tradicional, “que vivía en una especie de mundo paralelo,
casi residual, tomara conciencia del sentido de la dominación racista de los
Blancos y de la forma de llegar a una sociedad democrática libre” (Michel
Muller, L’Humanité: El pensamiento de Mandela, un gran paso para la humanidad).
Su proceso se
celebró justo cuando el gobierno racista acababa de aprobar la Sabotage Act,
una ley que establecía la posibilidad de dictar penas de muerte para actos de
sabotaje, exclusivamente con el fin de frenar las actuaciones del brazo armado
del ANC, que se dedicaba a deteriorar instalaciones gubernamentales. Pero, al
mismo tiempo, avanzaba el debate entre los intelectuales africanos que se
planteaban el ideal de un estado multirracial, “donde cada comunidad, basada en
el color de la piel, la pertenecía tribal o las tradiciones culturales, tuviera
una cuota determinada de la sociedad y el poder”, debate al que Mandela aportó
la realidad científica de que “el concepto de raza es una necedad cuando se
está hablando de seres humanos”. En el juicio de Rivonia, celebrado en 1964 y
en el que fue condenado a trabajos forzados en Robben Island, “el dirigente
sudafricano afirmó con fuerza su visión humanista revolucionaria y realista”.
En el discurso pronunciado ante el tribunal explicó: “Por encima de todo
queremos derechos políticos iguales, porque sin ellos nuestra discapacidad será
absoluta. Sé que esto puede parecer revolucionario a los blancos del país,
porque la mayoría de los electores serán africanos, lo que hace que blancos
teman a la democracia… No es cierto que el derecho de voto para todos tenga que
transformarse en dominación racial. La separación política basada en el color
de la piel es totalmente artificial y cuando desaparezca al mismo tiempo se
eliminará la dominación de un grupo de color por otro”.
Considerando la
lucha armada un instrumento destinado exclusivamente a luchar contra “los
instrumentos de dominación del apartheid, evitando derramamientos de sangre”,
privilegiando el diálogo y la negociación pacífica y poniendo la Comisión de
Verdad y Reconciliación en manos del arzobispo anglicano Desmond Tutu (el mismo
que, en las primeras horas de este 6 de diciembre, oficiaba el primer funeral
por el líder fallecido, Premio Nobel de la Paz 1984), los dirigentes del ANC, y
Mandela entre ellos, consiguieron salvar la contradicción existente entre las
voces que preconizaban la lucha armada no solo para conseguir la liberación
nacional sino también la desalienación del colonizado, y quienes pedían
transigir con el poder para ir consiguiendo poco a poco espacios de libertad.
Muchos, una gran mayoría de sudafricanos “hicieron su duelo” al escuchar a los
culpables confesar sus crímenes (a cambio de la amnistía). Y, dicen los
historiadores, así se evitó una guerra civil en Sudáfrica.
Un hombre,
imperfecto como todos
“El hombre tenía
sus defectos y sus debilidades” – ha escrito Maria Malagardis en el diario
Libération del 6 de diciembre 2013-, “no era un santo” como recordaba hace unos
días Christopher Till, director del Museo del Apartheid de Johanesburgo, al
inaugurar la exposición que la alcaldía de París le dedica en estos días de
diciembre de 2013. “Pero su destino excepcional encarna la fuerza de la
esperanza y la capacidad de la acción política para transformar una sociedad”.
En 1957 se divorció de su primera mujer, Evelyn, con la que tuvo cuatro hijos.
Para poder ver a su segunda esposa, Winnie, madre de dos de sus hijas, Zinzi et
Zenani, tuvo que esperar quince años entre rejas. En aquella época, cuando
Nelson Mandela se pudría en la cárcel y el poder blanco alcanzaba todo su
apogeo, Winnie luchó con todas sus fuerzas para convertir el nombre de su
marido en un símbolo. “Pero también era incontrolable, ferozmente independiente
e incapaz de plegarse a la disciplina de un partido. Todavía hoy es un electrón
libre y radicalizado dentro del ANC, popular porque es rebelde” (Pierre Haski).
Ese segundo
divorcio fue doloroso para ambos. El día que cumplía 80 años, Mandela contrajo
un tercer matrimonio con Graça Machel, viuda del presidente mozambiqueño Samora
Machel - muerto en 1986 en un accidente de aviación en suelo sudafricano, un
crash jamás elucidado que al día de hoy permanece rodeado de sombras- quien le
ha acompañado hasta el final y hoy puede llamarse viuda de dos presidentes.
En los años del
ocaso, y cuando ya ni podía ni quería defenderse, se le han reprochado muchas
cosas a Mandela; entre otras, que abandonara el socialismo del ANC para abrazar
el liberalismo de la prosperidad económica, que tuviera un carácter ciertamente
autoritario e incluso que, en sus años de poder, hubiera centrado el grueso de
la lucha en la reconciliación con los blancos y prestara escasa atención a las
mejoras sociales. Hoy por hoy la emancipación de los que constituyen el 80% de
la población no ha acabado con las desigualdades. Solo una pequeña parte de
ellos ha conseguido progresar económicamente…Aunque el apartheid ha
desaparecido, hay otras forma de discriminación en Sudáfrica, como en
Diepsloot, donde una parte de la comunidad está en contra de los inmigrantes
africanos… (”No podemos decir que ya no hay xenofobia, porque todavía hay. La
gente está frustrada. Porque el Gobierno no hace nada y hay mucho paro. Las
personas se pasan sus frustraciones de unas a otras. Necesitan seguridad. No
creo que haya alguien que se preocupe por lo que necesitan, así que contagian
su indignación a los otros. Es duro vivir aquí si eres extranjero”. Sudáfrica:
libertades y desigualdades, Euronews).
Aunque, probablemente
no es éste el momento de recordarlo; tiempo habrá para que la Historia haga
justicia al político y al hombre. Pero tampoco es cosa de ponerse borde, como
una de las presentadoras del canal francés de información continua i-Télé
(filial del grupo Canal +) que cortó a un invitado, al que había pedido su
reacción ante la muerte de Madiba y empezaba a salirse del guión apuntando
algún reproche, diciéndole que “hoy es el momento de la unanimidad”.
“Quisiera… en este
instante doloroso en que Mandela se nos empieza a escapar entre los discursos y
los encomios, los parabienes y los paramales, los monumentos y las estatuas…
–escribe Ariel Dorfman en el periódico argentino Página 12- quisiera rescatar a
ese hombre real, tangible, corpóreo”.
Invictus
Sea como fuere, el
paso del tiempo ha respetado intacta la leyenda del luchador, la del “alma
invencible y orgullosa” que canta su poema preferido, Invictus, del inglés
William Henley (2), escrito en el hospital donde le amputaron el pie en 1875, a
consecuencia de una tuberculosis ósea:
“En las tinieblas
que me rodean
negras como un
pozo donde ahogarse
doy gracias a los
dioses, cualesquiera que sean,
por mi alma
invencible y orgullosa:
En crueles
circunstancias
no he gemido ni
llorado.
Magullado por esta
existencia
estoy de pie,
aunque herido.
En este lugar de
ira y llantos
se perfila la
sombra de la muerte.
No sé qué me
reserva la suerte
pero sé que no
siento, y no sentiré miedo.
Por estrecho que
sea el camino
por numerosos que
sean los castigos infames
Soy el dueño de mi
destino
el capitán de mi alma”.
Este poema hizo
mucha compañía a Mandela en sus infinitos años de cárcel. (3)
(1)La película, un
biopic titulado aquí Mandela, del mito al hombre y protagonizada por el actor
británico Idris Elba, tiene previsto su estreno en España en los primeros meses
de 2014.
(2) William Ernest Henley (1843-1903)
Out of the night that covers me,
Black as the pit from pole to pole,
I thank whatever gods may be
For my unconquerable soul.
In the fell clutch of circumstance
I have not winced nor cried aloud.
Under the bludgeonings of fate
My head is bloody, but unbowed.
Beyond this place of wrath and tears
Looms but the Horror of the shade,
And yet the menace of the years
Finds and shall find me unafraid.
It matters not how strait the gate,
How charged with punishments the scroll,
I am the master of my fate:
I am the captain of my soul.
(3) Clint Eastwood
realizó una película sobre Mandela en 2009, con el título de Invictus.
Hemeroteca:
Le Monde,
Libération, L’Humanité, Rue 89, El Plural, Página 12, i-Télé, i-24 News, BFMTV
y Euronews de los días 6 y 7 de diciembre 2013.
Música para un héroe
Nelson Mandela no
solo ha sido un símbolo de la lucha contra la discriminación y el apartheid;
también ha sido, y seguirá siendo, un icono social (como Che Guevara, como
Mao…) decorando todo tipo de objetos de consumo, un personaje muy
cinematográfico con una trayectoria vital fascinante y una fuente de
inspiración para poetas y autores de canciones. El interminable encarcelamiento
de Mandela, su liberación y el fin del apartheid, son temas que han inspirado a
decenas de artistas. A Mandela le han cantado en vida los mejores intérpretes
del siglo XX, en estadios donde se amontonaban cien mil cuerpos bailando al
ritmo de su nombre; él mismo tuvo oportunidad de sumarse más de una vez a esos
homenajes, cantando y bailando en el escenario.
A finales de los años ’70, Bono, el cantante
del grupo U2, fue uno de los primeros músicos que denunció el encarcelamiento
de Mandela. U2, con Bono al frente, acaba de publicar la canción “Ordinary
Love”, que aparece en la banda sonora de la película Mandela: del hombre al
mito.
En 1984, el grupo The
Special AKA edita “Free Nelson Mandela”, un tema rítmico de aire festivo: "21 years in captivity/Shoes
too small to fit his feet/His body abused, but his mind is still free/ You're
so blind that you cannot see". Escrita
por Jerry Dammers, es una canción de lucha y también un exitazo de ventas.
En 1987, el grupo sudafricano Savuka, compuesto por músicos
negros y blancos y dirigido por Johnny Clegg, publica en el álbum “Third world
child” un título realmente comprometido: “Asimbonanga”, una palabra zulú que
significa “no le hemos visto”. Cantada en esa lengua y con los estribillos en
inglés, utiliza metáforas para hablar del preso de Robben Island: “Una gaviota
vuela al otro lado del mar/ Sueño con callar el silencio/ ¿Quién tiene palabras
para derribar la distancia/ entre tu y yo?”. Johnny Clegg fue uno de los
primeros músicos blancos que colaboró con músicos negros en Sudáfrica, lo que
durante el apartheid estaba totalmente prohibido. En 1999, durante un concierto
de Johnny Clegg, Mandela subió al escenario y la cantaron juntos.
También en 1987, el trompetista Hugh Masakela compuso
“Bring Him Back Home”, convertida enseguida en el himno del movimiento por la
liberación de Nelson Mandela. Hugh Masakela se había visto obligado a exiliarse
en 1961 y no regresó a Sudáfrica hasta 1991, una vez abolido el
apartheid.
Youssou N’Dour, cantante senegalés comprometido con varias
causas de defensa de derechos humanos, organizó en 1985 un concierto por la
liberación de Mandela, en el Estadio de la Amistad de Dakar. Ese mismo año
editó el álbum “Nelson Mandela”.
El 8 de junio de 1988, seiscientos millones de
telespectadores, en sesenta y siete países, vieron el concierto-homenaje en el
70 aniversario de Mandela, celebrado en el estadio de Wembley. El grupo
británico Simple Minds compuso para la ocasión la canción “Mandela Day”, que
imaginaba el día de la liberación del prisionero, lo que ocurrió poco más de un
año después.
La canción “I just called to say I love you” escrita por
Stevie Wonder para la banda Sonora original de la película La chica de rojo,
realizada en 1985 por Gene Wilder. ganó el Oscar de aquel año y fue un éxito.
Cuando subió a recoger el premio, Stevie Wonder se lo dedicó a Nelson Mandela.
En 1986, el trompetista Miles Davis publicó un álbum
dedicado al arzobispo anglicano Desmond Tutu, quien dos años antes había ganado
el Nobel de la Paz. El último corte, “Full Nelson”, es un homenaje al líder
sudafricano.
Grabado en Sudáfrica, el álbum “Graceland” de Paul Simon,
que incluye la canción del mismo nombre, fue un boom en los años ’80. Aunque no
hace referencia directa a Mandela, sirvió para dar a conocer a distintos
músicos sudafricanos comprometidos, sobre todo al grupo Ladysmith
Black Mambazo.
Y también”When you come back” de Vusi
Mahlasela, “”Freedom Now” de Tracy Chapman, “Prophets of Rage” de Public Enemy,
“Just a Breath of Freedom” de 2Pac…
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