En la
última jugada, Berlusconi ha tirado los dados de su decadencia. Probablemente
hemos asistido al último acto de lo que ha sido la tragicomedia italiana de los
últimos veinte años: en pocos meses, il cavaliere ha terminado por caer de la
montura, ha bebido de la copa hasta los posos, ha terminado por perder, uno a uno,
los laureles de la corona.
Berlusconi
ya no es senador, ahora es un delincuente; por obra y gracia de una justicia
que finalmente ha despertado (y no es un dato menor que ha sido una juez quien
haya dictado la sentencia) el milmillonario italiano que, hasta por tres veces,
ofreció un contrato a sus electores y gobernó el país como si se tratara de una
más de sus empresas corruptas, malversadoras y fraudulentas, es ahora un
anciano -76 años- de cabellos teñidos y retoques estéticos, condenado por
fraude fiscal, abuso de poder y corrupción de menores sin el menor atenuante, y
sin la percha de la inmunidad parlamentaria.
Tras
amenazar con derribar al gobierno, ha caído en su propia trampa viendo cómo,
después de negarse a secundar el golpe de estado que pretendía, le abandonan su
mano derecha, el delfín y Viceprimer ministro del Consejo Angelino Alfano (43
años, abogado siciliano), 25 senadores y un puñado de diputados del partido
Pueblo de la libertad (a los que hasta ahora consideraba lacayos, y con razón),
que acaban de fundar su propia sigla política para seguir gobernando en la
coalición de Enrico Letta sin rémoras.
Hace ya muchos meses que Silvio
Berlusconi, el hombre que lleva más de veinte años viendo pasar los cadáveres
de sus enemigos políticos (y personales), es también él un cadáver político. La
situación se volvió hasta tal punto en contra suya que, asistiendo desolado a
lo que fue en octubre de 2013 el preludio de la explosión de su partido se vio
forzado, tras provocar la crisis con la dimisión de cinco ministros, a dar
marcha atrás y apoyar explícitamente -entre sollozos, eso sí, porque este delincuente
se emociona fácilmente- al gobierno actual en lo que ha sido, afortunadamente
para los italianos, el último chantaje de este hombre a su pueblo.
“El final del líder carismático”,
titulaba el diario turinés La Stampa (fundado en 1867, uno de los más antiguos
del país, que hoy pertenece al grupo Fiat con una línea editorial considerada
de centro-derecha): “Abandonado por sus parlamentarios, que le han obligado a
votar la confianza en el gobierno Letta… Silvio Berlusconi parece destinado a
salir definitivamente de escena… el hombre símbolo de la Segunda República, el
perno de todos y cada uno de los cambios políticos de dos décadas, el líder que
siempre consiguió condicionar de manera determinante no solo su parte, sino
también la del adversario, se ha vuelto superfluo…”. Lo único lamentable en este episodio es que no irá a la cárcel, debido a
lo avanzado de su edad.
De
improviso han desaparecido el carisma y el liderazgo que hasta ahora
propiciaban que saliera indemne de todos los intentos de vencerle, en los
terrenos político y judicial. Tras una decena de procesos, muchos de los cuales han superado los tres
grados previstos en el ordenamiento de la justicia italiana (primer grado,
apelación y casación), tras haber creado leyes ad personam para despenalizar
los delitos cometidos o haber recurrido a tácticas dilatorias para que los
procesos se alargaran hasta prescribir, después de haber sido considerado
culpable en un juicio para resultar absuelto en el sucesivo, finalmente a
Berlusconi le han caído dos condenas penales definitivas e inapelables, por
fraude fiscal y prostitución de menores.
Al filo de los años, Berlusconi ha
demostrado ser un “hombre intrigante, carismático, persuasivo e implacable”,
dueño de un imperio mediático que influye hasta en el último rincón del país,
Su éxito “no es un inconveniente temporal o una anomalía, sino que radica en el
propio corazón de la cultura italiana y pone en evidencia el escepticismo que
asegura que en Italia es imposible lavar los trapos sucios de la política”.
En un artículo titulado Italia sigue
siendo rehén de Berlusconi, calificado de “lucidísimo” por la prensa italiana
de izquierda, publicado en septiembre de 2013 en la página web de la New York
Review of Books y firmado por Tim Parks, el periodista escribe que “la
contraposición entre bueno/malo, moral/inmoral e incluso eficaz/ineficaz, en
base la cual suponemos que deben valorarse y juzgarse los políticos, en Italia
está siempre subordinada a la cuestión preponderante de ganar o ser vencido, la
única cosa que cuenta. Y Berlusconi se ha presentado siempre como un ganador,
más que como ninguna otra cosa…En 1826, anotando sus observaciones sobre las
costumbres italianas, el poeta Giacomo Leopardi reflexionaba acerca de que
ningún italiano ha sido nunca admirado o condenado hasta el final, siempre ha
tenido quienes le apoyaban y le denigraban incluso después de muerto. Lo que
sin ninguna duda se confirma, desde los héroes hasta los bribones de la vida
italiana, de Mazzini, Garibaldi y Cavour hasta Craxi, Andreotti y Berlusconi,
pasando por Mussolini… Según Leopardi a los italianos les resulta difícil
imaginar a un líder como algo más que el capo de una facción o de un grupo de
intereses particulares… Por eso, cuando los sabios columnistas de algunos de
los diarios más ilustres y estimados del país sugieren que podría ser mejor
salvar a Berlusconi… de hecho avalan la convicción, consagrada en el tiempo, de
que la política será siempre corrupta… Si a Berlusconi le evitan ir a la
cárcel… y le permiten continuar haciendo política, se confirmará la percepción
de que un líder político es más un señor feudal que un ciudadano como los
otros, y no habrá ninguna posibilidad de que cambie el comportamiento de los
italianos durante muchos años futuros”.
Desde que entró en política en 1994
–antes era solamente un empresario nuevo rico y bastante hortera, que había
empezado como cantante melódico en los salones de los cruceros- Berlusconi
había acumulado un total de condenas de 11 años y cinco meses de prisión
incondicional –tres de ellos amnistiados- por delitos como corrupción, falsedad
en operaciones financieras y financiación ilícita de un partido político, entre
otras. En los dieciséis años que, en tres legislaturas, presidió el Consejo de
Ministros consiguió sacar adelante 36 leyes que le permitieron conseguir bien
la inmunidad, bien la prescripción de sus delitos.
La irresistible ascensión de
Berlusconi en la política tuvo mucho que ver, en sus comienzos, con su
afiliación a la logia P2 (2), disidente de la masonería y a la que pertenecía
desde 1978, disuelta en 1982 porque era “un punto de anclaje de los servicios
secretos estadounidenses en Italia, cuya intención era controlar la vida
política”, como recordaba muy bien en 2011 una “noche temática” del canal
franco-alemán Arte. En palabras del “venerable maestro Gelli”, la P2 era
entonces “un centinela atento a que el partido comunista no se hiciera con el
país. Tenemos el ejército, la guardia de finanzas y la policía dirigidos por
afiliados a la P2”.
Hay otra pregunta a la que nadie ha
dado nunca respuesta satisfactoria. ¿Cómo es posible que los italianos hayan
votado hasta tres veces, y una cuarta este mismo año, a un partido presidido
por Berlusconi? El periodista Franceso La Licata, colaborador del diario La
Stampa y experto en la mafia, explicaba en una entrevista en RAI 3
que, a pesar de ser el político que peor imagen ha tenido en la prensa en los
últimos veinte años, le han votado “la mayoría de los italianos”, lo que crea
una situación extremadamente curiosa a la que colabora también el hecho de que
no quede “gran cosa de la oposición comunista tradicional. Los dos grandes partidos
italianos, el antiguo PCI y la Democracia Cristiana, han perdido su cultura y
su identidad alejándose del lenguaje popular y adoptando el discurso mediático
de la televisión. Y la televisión es el reflejo de la Italia que ha modelado
Berlusconi”. Respecto a los intelectuales que en otro tiempo hicieron de Italia
“un laboratorio de ideas” para toda Europa, “ahora son débiles porque la mayor
parte de las editoriales están en manos del Cavaliere. Nos faltan los Pasolini,
los Sciascia, los Calvino…».
Para el historiador suizo Armand
Mattioli, autor de “Viva Mussolini. Die Aufwertung des Faschismus im Italien
Berlusconis” (3), “Berlusconi no es un fascista, pero el magnate millonario de
los medios de comunicación no se ha distanciado nunca de los neo o
postfascistas, que encajan muy bien en su cálculo político”, y durante los
últimos años de su mandato el país ha asistido a una recuperación de la memoria
de Mussolini.
En el último artículo sobre el caso,
publicado el 28 de noviembre de 2013 y titulado La pesada herencia de
Berlusconi, Barbara Spinelli, quien define las dos décadas de poder de
Berlusconi como “los veinte años amorales, inmorales e ilegales”, escribe
en el diario La Repubblica que la sociedad italiana tendrá todavía que
“arreglar muchas cuentas con él”: “será muy grande la tentación de cerrar los
veinte años pasados poniéndolos entre paréntesis. Es una tentación que
conocemos bien: imaginando haber cancelado la anomalía, se vuelve a la
normalidad como si nunca hubiera existido (la anomalía)… En 1944 no fue un
italiano, sino un periodista americano, Herbert Mathhews, quien dijo en la
revista Mercurio: ’¡No lo habéis matado!’ Cualquier cosa menos muerto, el
fascismo continuó viviendo dentro de los italianos. Claro que no en la misma
forma que antes, pero sí en muchas maneras de pensar, de actuar. La infección,
nuestro ‘mal del siglo’ duró mucho: a todos nos tocaba combatirlo durante toda
la vida en nuestro interior. Y lo mismo vale para lo que ahora llamamos caída
de Berlusconi. Es un alivio saber que ya nunca será decisivo en el parlamento
ni en el gobierno… pero no será fácil deshabituarse a una droga que ha cautivado
no solo a los políticos y los partidos, sino a toda la sociedad”.
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