No vengo a defender al gobierno, no soy militante socialista, no estoy en guerra con el mundo y no puedo más de todos es@s periodistas que cada día –y durante todo el día- me etiquetan la información; es más o menos lo mismo que cuando algunas aves, y también algunos mamíferos, mastican previamente la comida que van a dar a sus crías (me faltan datos para poder asegurar que sucede lo mismo en los anélidos, preguntaré por ahí).
Absolutamente volcados en alardear de deontología propia,
estos personajes que el humor francés ha bautizado como “opiniatras” -y se llaman unos a otros “maestro”-
se recorren los platós apuntalando la
línea editorial del medio, dando la mayor cantidad posible de coba al
presentador que les proporciona un bonito complemento salarial ( que ya no es
lo que era, ha bajado mucho la cotización de los tertulianos por culpa de su
proliferación) y dejando sentenciados los acontecimientos que adejetivan con
palabras del tipo “intersante”, “muy intersante”, “espectacular”, “histórico”, “potente”,
“increíble” , “contundente” y –esto ya es más largo, una frase casi completa- “me
ha llamado poderosamente la atención”; falta el sujeto pero puede ser
cualquiera.
Una vez que ha sido convenientemente clasificado (a veces
debaten, es decir pelean y casi se agarran por los pelos, aunque lo más
frecuente con un par de excepciones es que una vez finalizada la ronda se alcance
una media y sonrían todos), el hecho, la noticia examinada, pasa a formar parte
del baúl de los recuerdos conocido tradicionalmente como Hemeroteca (ahora
Videoteca) y a ser propiedad de los equipos de documentación, siempre alerta
para sacarla cada vez que se decida pulverizar (reducir a polvo) a alguien, y si
es posible incluso aniquilarlo por los
siglos de los siglos.
Nada más estimulante que la expresión satisfecha de esos
personajes que van de un plató a otro cargados
con el móvil, y los más afortunados con su pequeño ordenador portátil, cuando
parece que la realidad les da razón y la sangre ha llegado al río. Son los
mismos por la mañana en una privada y por la noche en la pública; hay quien
incluso parte la mañana y le da tiempo a ocupar dos sillas diferentes en la
misma jornada, Hasta ahora me preguntaba
ingenuamente que cuando trabajan, y cómo es posible que las empresas paguen un
salario a quien no se encuentra jamás en su puesto de trabajo; alguien me ha
explicado que su presencia en el audiovisual es algo así como publicidad
gratuita para el medio que “representan” (sobre esto también habría mucho que
decir, pero es otra historia y la dejo para otro día). Y, por si no me había
enterado, me ha dicho que eso que hacen opinando, de lo que saben y de lo que
no saben, también es un trabajo.
Será un trabajo –el posmodernismo ha dado lugar a muchos
empleos hasta ahora inexistentes- pero no es periodismo, ni mucho menos más
periodismo. Eso, en el mejor de los casos es perder el tiempo, marear la
perdiz, y en el peor hurgar en las heridas, hacer castillos en el lodo, destruir reputaciones –a veces
desgraciadamente incluso vidas-, malgastar el dinero gastado en cuatro, o cinco
depende, años de universidad e ir royendo, despacio pero sin tregua, una
profesión que nació como un oficio muy digno y se ha adelgazado hasta convertir
a sus oficiantes en voceros. Claro que hay excepciones, pero eso también es
materia para otro momento.
Sí, soy periodista. Sí, no estoy en el mercado, me he pasado
de años. Sí, desde la altura de un curriculum que me avala, me atrevo a decir
que era cien, mil, un millón de veces mejor el periodismo humilde de quienes
únicamente tenían la misión de informar. A esta profesión le ha sentado muy mal
la última puesta a punto.
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