jueves, 16 de septiembre de 2021

…Y líbranos del periodismo manipulador, Amén

 


No vengo a defender al gobierno, no soy militante socialista, no estoy en guerra con el mundo y no puedo más de todos  es@s periodistas que cada día –y durante todo el día- me etiquetan la información; es más o menos lo mismo que cuando algunas aves, y también algunos mamíferos, mastican previamente la comida que van a dar a sus crías (me faltan datos para poder asegurar que sucede lo mismo en los anélidos, preguntaré por ahí).

Absolutamente volcados en alardear de deontología propia, estos personajes que el humor francés ha bautizado como  “opiniatras” -y se llaman unos a otros “maestro”-  se recorren los platós apuntalando la línea editorial del medio, dando la mayor cantidad posible de coba al presentador que les proporciona un bonito complemento salarial ( que ya no es lo que era, ha bajado mucho la cotización de los tertulianos por culpa de su proliferación) y dejando sentenciados los acontecimientos que adejetivan con palabras del tipo “intersante”, “muy intersante”, “espectacular”, “histórico”, “potente”, “increíble” , “contundente” y –esto ya es más largo, una frase casi completa- “me ha llamado poderosamente la atención”; falta el sujeto pero puede ser cualquiera.

Una vez que ha sido convenientemente clasificado (a veces debaten, es decir pelean y casi se agarran por los pelos, aunque lo más frecuente con un par de excepciones es que una vez finalizada la ronda se alcance una media y sonrían todos), el hecho, la noticia examinada, pasa a formar parte del baúl de los recuerdos conocido tradicionalmente como Hemeroteca (ahora Videoteca) y a ser propiedad de los equipos de documentación, siempre alerta para sacarla cada vez que se decida pulverizar (reducir a polvo) a alguien, y si es posible incluso aniquilarlo  por los siglos de los siglos.

Nada más estimulante que la expresión satisfecha de esos personajes que van de un plató a otro  cargados con el móvil, y los más afortunados con su pequeño ordenador portátil, cuando parece que la realidad les da razón y la sangre ha llegado al río. Son los mismos por la mañana en una privada y por la noche en la pública; hay quien incluso parte la mañana y le da tiempo a ocupar dos sillas diferentes en la misma jornada, Hasta  ahora me preguntaba ingenuamente que cuando trabajan, y cómo es posible que las empresas paguen un salario a quien no se encuentra jamás en su puesto de trabajo; alguien me ha explicado que su presencia en el audiovisual es algo así como publicidad gratuita para el medio que “representan” (sobre esto también habría mucho que decir, pero es otra historia y la dejo para otro día). Y, por si no me había enterado, me ha dicho que eso que hacen opinando, de lo que saben y de lo que no saben, también es un trabajo.

Será un trabajo –el posmodernismo ha dado lugar a muchos empleos hasta ahora inexistentes- pero no es periodismo, ni mucho menos más periodismo. Eso, en el mejor de los casos es perder el tiempo, marear la perdiz, y en el peor hurgar en las heridas, hacer castillos en el lodo,  destruir reputaciones –a veces desgraciadamente incluso vidas-, malgastar el dinero gastado en cuatro, o cinco depende, años de universidad e ir royendo, despacio pero sin tregua, una profesión que nació como un oficio muy digno y se ha adelgazado hasta convertir a sus oficiantes en voceros. Claro que hay excepciones, pero eso también es materia para otro momento.

Sí, soy periodista. Sí, no estoy en el mercado, me he pasado de años. Sí, desde la altura de un curriculum que me avala, me atrevo a decir que era cien, mil, un millón de veces mejor el periodismo humilde de quienes únicamente tenían la misión de informar. A esta profesión le ha sentado muy mal la última puesta a punto.

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