martes, 28 de septiembre de 2021

Afganistán como hace veinte años


En marzo de 2001, en uno de los peores crímenes arqueológicos de la historia,  los talibanes destruyeron los Budas gigantes del valle de Bamiyán, clasificados como patrimonio mundial de la humanidad por la Unesco. Los talibanes no podían soportar las representaciones humanas y se los cargaron a cañonazos y con explosivos.

 

De aquellas esculturas gigantescas –de 38 y 55 metros de altura- talladas hace 1.500 años en un acantilado, testigos de  las diferentes civilizaciones que han pasado por Afganistán, hoy solo quedan dos gigantescos agujeros vacíos en la roca, fragmentos de sus paredes, grafitis dejados por los visitantes y un holograma, consu correspondiente proyector, pagado por la acaudalada  pareja de millonarios  chinos Jason Hu y Luyan Yu: una proyección luminosa del Buda más grande, que los afganos llamaban Solsol, a partir de la visión de un artista y del tamaño de la Estatua de la Libertad neoyorquina.

Según una información del New York Times, la imagen se proyectó una noche de 2015, en un acto al que asistió la pareja china. Desde entonces, las autoridades locales lo han usado en contadas ocasiones, ya que el suministro eléctrico de la ciudad de Bamiyán depende de unos paneles solares de baja capacidad y el proyector necesita un generador propio.

Y aunque el discurso de los talibanes de ahora no es exactamente el mismo que hace veinte años, y aunque la Unesco no ha perdido la esperanza de que un día se reconstruyan esas estatuas, las palabras del actual gobernador de la provincia de Bamiyán, el comandante talibán Moussa Nasrat, dejan poco lugar a la creencia de que los nuevos fundamentalistas afganos vayan sus tesoros culturales: “De momento protegemos el sitio. Después seguiremos las órdenes de nuestros jefes”.

 

Adelantándose a los acontecimientos, la Unesco también declaró el complejo de los Budas del valle de Bamiyán “Patrimonio de la Humanidad en peligro” ya que el nicho más grande corre peligro de derrumbarse.

 

Siempre según la información del New York Times, “la mayoría de los arqueólogos se oponen a la restauración” argumentando que el daño fue muy grave y que hoy sería imposible pagar los gastos, calculados en 20 millones de dólares para una de las esculturas y 1.200 millones para todo el complejo.

 

Hasta ahora, el monumento tenía una cierta vigilancia, “bastante precaria”, y se podía acceder a él comprando una entrada de 4 dólares para los extranjeros y 60 céntimos para los afganos.

 

 

 

 

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