En marzo de 2001, en uno de los peores crímenes arqueológicos de la historia, los talibanes destruyeron los Budas gigantes del valle de Bamiyán, clasificados como patrimonio mundial de la humanidad por la Unesco. Los talibanes no podían soportar las representaciones humanas y se los cargaron a cañonazos y con explosivos.
De aquellas esculturas gigantescas –de 38 y 55 metros de
altura- talladas hace 1.500 años en un acantilado, testigos de las diferentes civilizaciones que han pasado
por Afganistán, hoy solo quedan dos gigantescos agujeros vacíos en la roca,
fragmentos de sus paredes, grafitis dejados por los visitantes y un holograma,
consu correspondiente proyector, pagado por la acaudalada pareja de millonarios chinos Jason Hu y Luyan Yu: una proyección
luminosa del Buda más grande, que los afganos llamaban Solsol, a partir de la
visión de un artista y del tamaño de la Estatua de la Libertad neoyorquina.
Según una información del New York Times, la imagen
se proyectó una noche de 2015, en un acto al que asistió la pareja china. Desde
entonces, las autoridades locales lo han usado en contadas ocasiones, ya que el
suministro eléctrico de la ciudad de Bamiyán depende de unos paneles solares de
baja capacidad y el proyector necesita un generador propio.
Y aunque el discurso de los talibanes de ahora
no es exactamente el mismo que hace veinte años, y aunque la Unesco no ha
perdido la esperanza de que un día se reconstruyan esas estatuas, las palabras
del actual gobernador de la provincia de Bamiyán, el comandante talibán Moussa
Nasrat, dejan poco lugar a la creencia de que los nuevos fundamentalistas
afganos vayan sus tesoros culturales: “De momento protegemos el sitio. Después
seguiremos las órdenes de nuestros jefes”.
Adelantándose a los acontecimientos, la Unesco
también declaró el complejo de los Budas del valle de Bamiyán “Patrimonio de la
Humanidad en peligro” ya que el nicho más grande corre peligro de derrumbarse.
Siempre según la información del New York Times,
“la mayoría de los arqueólogos se oponen a la restauración” argumentando que el
daño fue muy grave y que hoy sería imposible pagar los gastos, calculados en 20
millones de dólares para una de las esculturas y 1.200 millones para todo el
complejo.
Hasta ahora, el monumento tenía una cierta
vigilancia, “bastante precaria”, y se podía acceder a él comprando una entrada
de 4 dólares para los extranjeros y 60 céntimos para los afganos.
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