domingo, 10 de abril de 2016

Francia: el culpable es el cliente de las prostitutas


En esta primera semana de abril de 2016, Francia se ha convertido en el quinto país europeo, y el sexto del mundo, que penaliza a los clientes de las prostitutas, tras Suecia (1997), Noruega e Islandia (2009), Irlanda del Norte y Canadá (2014),en lo que ha sido una larga marcha de dos años y medio de debate parlamentario del primitivo proyecto de Ley sobre la prostitución, aprobada ahora definitivamente a pesar de la oposición del Senado. “Las prostitutas serán consideradas ahora como víctimas y no como delincuentes», manifiesta la diputada socialista Maud Olivier, autora del inicial texto legal junto a Catherine Coutelle (PS) et Guy Geoffroy (LR, Los Republicanos, la nueva formación que preside Nicolas Sarkozy), “a partir de ahora el responsable es el cliente”. La “compra del acto sexual” va a acarrear una multa de hasta 1.500 euros (hasta 3.500 en caso de reincidencia).

Además de la penalización del cliente, entre las principales medidas adoptadas figura la abrogación del delito de “racolage pasivo”, (captación de clientes incluso de forma pasiva. El artículo 225-10 del código penal, introducido en el derecho positivo mediante la Ley de seguridad interior de 2003, en la época en que Nicolas Sarkozy era Ministro de Interior, castigaba con dos meses de cárcel y 3.750 euros de multa “el hecho, por cualquier medio incluida una actitud pasiva, de captar públicamente a otros para incitarles a mantener relaciones sexuales a cambio de una remuneración, o de una promesa de remuneración”). También, en el caso de que alguna prostituta decida abandonar la actividad, se le ofrecerá apoyo social y económico y, en el caso de las extranjeras, un permiso de residencia temporal.

El Senado ha venido oponiendo su veto a la proposición de ley desde que fue presentada por el Partido Socialista (PS) en la Asamblea Nacional, en diciembre de 2013. En julio de 2014, en primera lectura, el Senado retiraba la penalización de los clientes del texto, aprobado por la cámara baja en noviembre de 2013. De nuevo, en octubre de 2015 y en segunda lectura, la cámara alta se oponía a la penalización de los clientes. Ahora finalmente, en marzo de 2016, el Senado ha aprobado la proposición de ley socialista aunque “rechazando la penalización de los clientes prevista en el texto”. Una objeción, la de los senadores, que ya no tenía más valor que el de figurar en el diario de sesiones porque la responsabilidad final de la ley, apoyada por el gobierno de Hollande, correspondía en última instancia a la Asamblea.

Rechazada por las asociaciones de prostitutas, que defiende su trabajo como voluntario –poco antes de la lectura del texto definitivo en la Asamblea, una manifestación de “trabajador@s del sexo protestaba porque la ley va a aumentar la represión policial y precarizar las condiciones de trabajo”, según el Sindicato del Trabajo Sexual (STRASS), cuya portavoz, Morgane Merteuil, ha denunciado en Facebook “el ambiente que va a crear, favoreciendo nuestra precariedad y nuestras violaciones”- y aplaudida por diversos colectivos feministas -como Zeromacho, que venía demandándola desde su creación en 2011 y en un comunicado se felicita y considera que la llegada de la ley se ha debido a la conjunción de varios factores: el compromiso de muchas políticas, con el apoyo de algunos políticos; la voluntad del gobierno; las aportaciones de médicos que han descrito la violencia y los malos tratos que padecen las personas dedicadas a la prostitución; el colectivo de 60 asociaciones (Abolition 2012) que se han manifestado periódicamente pidiendo la intervención de distintos políticos; el testimonio de mujeres que han abandonado la prostitución, especialmente el de Rosne Hicher, que en 2014 recorrió 714 kilómetros a pie, de su casa al Senado, para pedir la ley; los distintos casos de Strauss-Khan (2011-2015) y el manifiesto de los “343 salauds” (cabrones, en 2013 lo iniciaron 19), “que desconcertó a la opinión pública por la violencia machista que expresaba”. Evidentemente, los “343 salauds” eran un revival de “las 343 salopes” (guarras) de 1971. En aquel texto, escrito por Simone de Beauvoir para defender el derecho al aborto, y publicado en el semanario Le Nouvel Observateur, que entonces todavía era un delito, las firmantes escribían: “Declaro que soy una de ellas. Declaro haber abortado” (Si se recuerda, en España se produjo una reacción parecida ante los últimos juicios por aborto, antes de la promulgación de la ley socialista del derecho al aborto, hoy tan recortada, cuando cientos de mujeres se manifestaron en las principales ciudades tras una pancarta que rezaba “Yo también he abortado”).

Conviene detenerse un poco en este manifiesto firmado por 343 “cabrones”, personalidades intelectuales y sociales mayoritariamente de derechas y “neoreaccionarios”- “Homosexuales o heterosexuales, libertinos o monógamos, fieles o volubles, somos hombres”- que protestaban por la proposición de ley y defendían el oficio más viejo del mundo y su derecho a “ir de putas” (una “costumbre” que en España, explicaba hace unos años el crítico y director de cine Jesús García de Dueñas (1939), “ha desaparecido en mi generación porque hemos podido acostarnos con nuestras novias”, aunque parece que allí no se trata de eso)- y publicado en el mensual Causer (*) con el titular “Touche pas à ma pute! (No toques a mi puta), y en el que la directora, Elisabeth Lévy, veía “un deseo de joder a las feministas de hoy…que solo se centran en el reparto de tareas en el hogar”, y una forma de defender  “el derecho a la diferencia”, “el derecho a gozar” y… “la causa de los hombres”. Por su parte, los firmantes manifiestaban su rechazo a que “los diputados dicten normas sobre sus deseos y placeres” y, eso sí, condenaban el sexo “sin consentimiento… la violencia y el tráfico de seres humanos”.

Desde el comienzo de la tramitación, esta Ley sobre la Prostitución ha levantado más voces públicas en contra, que favorables, basadas sobre todo en la desaparición del delito de captación de clientes. De “aberración jurídica” la calificaba en sus orígenes en el diario Le Figaro, el abogado Nicolas Gardères, quien citaba un informe de expertos de Médicos del Mundo, quien consideraba que “la represión legislativa de la prostitución siempre ha tenido como consecuencia el aislamiento de los trabajador@s del sexo, aumentando su precariedad, obstaculizando su acceso a la prevención y los tratamientos y reforzando su exposición a la violencia y la explotación (…) Estamos pues frente a una ley, rechazada por quienes está destinada a proteger, así como por quienes les ayudan y protegen efectivamente”.

Casi en el mismo sentido, el diaro Libération publicaba en septiembre de 2013 un manifiesto firmado por Jóvenes Radicales de Izquierda (JRG), el movimiento Planning Familial, el grupo Homosexualités et Socialisme (HES), y con el apoyo del Movimiento de los Liberales de Izquierda (MLG), que comenzaba con una frase lapidaria: “Una legislación abolicionista no hace más que aumentar la clandestinidad de las personas prostituidas y complicar el trabajo de prevención”, y continuaba diciendo que “el ejemplo sueco ha demostrado que una legislación abolicionista, incluso prohibicionista cuando penaliza el recurso a la prostitución, aunque menos visibles a las personas prostituidas no hace más que aumentar su clandestinidad y por tanto su vulnerabilidad. La abolición, y su primer brazo armado que es la penalización de los clientes, arregla la cuestión de la explotación sexual y la trata humana. Desde su aplicación en 1999, la ley no ha mejorado las condiciones de vida de l@s trajador@s del sexo, sino que por el contrario las ha empeorado”, según un informe del programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo de 2012.

La última pregunta que se hacen todos ahora, y para la que nadie tiene respuesta de momento, es cuando se promulgará y, sobre todo, como se aplicará esta ley.



(*) Aunque el periódico digital (mensual en papel) Causer, subtitulado «Surtout si vous n'êtes pas d'accord» (Sobre todo si usted no está de acuerdo) se revindica políticamente inclasificable, se puede apreciar en su línea editorial una dominante de derechas conservadora, soberanista y republicana, a través de sus críticas de la mundialización, la construcción europea y las reformas sociales.

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