Después de “Bienvenidos al Norte” y
“Bienvenidos al Sur” era previsible que surgieran nuevas secuelas, dado que
cada país, región, pueblo -y en ocasiones hasta cada barrio- posee su propia
idiosincrasia, folklore, costumbres, habla, refranes y manías. La de ahora se
llama “Bienvenidos a Grecia” (Highway to Hellas), comedia, como no podía ser de
otra manera, dirigida por Aron Lehman ("Koolhas o la pertinencia de los
medios") y protagonizada por Christoph Maria Herbst y Adam Bousdoukos,
centrada en las diferencias entre los griegos habitantes de una isla y los
representantes de un banco alemán que efectúa inversiones en el lugar.
Jörg Geissner, empleado del AVO
BANK de Munich, tiene que viajar a Paladiki, una pequeña isla griega donde la
entidad tiene cuantiosas inversiones. El dinero debía servir para construir una
central eléctrica y un hospital, pero los teutones sospechan que no se han
construido. Durante su estancia en la idílica isla, Geissner conocerá a Panos,
compañero de peripecias y gracias al cual irá conociendo el carácter de los
lugareños: una mezcla de locura y simpatía, una pizca de picardía y un mucho de
disparatada bondad.
Evidentemente, de cualquier idea
que no sea descaradamente mala puede salir un buen guión. Pero éste no es el
caso. Nada nuevo bajo el sol de las maravillosas islas griegas. Los personajes
resultan caricaturescos, las situaciones salvo excepciones previsibles, a los
gags les cuesta encontrar la carcajada del espectador y lo que queda en primer
plano es un sucesión de tópicos (como en Bienvenidos al Norte y al Sur, o como
en los ocho apellidos vascos o catalanes).
En realidad, “Bienvenidos a Grecia”
es una comedia de la crisis griega, basada en la novela “Highway to Hellas”
escrito por Amd Schimkat y Moses Wolf. Una comedia con tintes satíricos escrita
un año antes de que Yanis Varufakis fuera ministro de Finanzas y diera un corte
de mangas a la troika en Bruselas, publicada cuando el fracasado gobierno que dirigía
Antoni Samaras se había arrojado en brazos de la UE esperando que le salvara de
una quiebra del país en toda regla; y cuando la Europa más dura, la encabezada
por la señora Merkel, había decidido castigar a todo un pueblo considerándole
un colectivo culpable.
También es una comedia de choque de
culturas, y un cuento con final feliz en el que, a medida que avanza el relato,
se amplía la comprensión del otro.
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