En agosto de 2013,
una treintena de profesores universitarios chinos de distintas corrientes de
pensamiento se reunieron discretamente en la británica Universidad de Oxford y
redactaron una declaración, que se ha hecho pública en octubre, a favor de una
China políticamente más liberal y abierta, según cuenta en el digital francés
de referencia de la izquierda Rue 89 uno de sus fundadores, Pierre Haski, quien
durante muchos años fue corresponsal del diario Libération en China y que
probablemente es uno de los periodistas occidentales que mejor conoce aquel
país, y su sociedad.
Aunque lo que ya
se conoce como el “llamamiento de Oxford”, publicado en la edición digital del
New York Times (http://sinosphere.blogs.nytimes.com/2013/10/18/q-a-yang-fenggang-on-the-oxford-consensus-and-public-trust-in-china/?_r=0),
“es menos radical” que la Carta 08
(http://www.rue89.com/chinatown/2008/12/14/le-texte-integral-du-manifeste-des-dissidents-chinois-la-charte-08),
por la que el disidente y Premio Nobel de la Paz 2010 Liu Xiaobo, entre otros, está
condenado a once años de cárcel, es un «texto notable que se desmarca de la
línea oficial del Partido Comunista Chino precisamente en el momento en que hay
varios periodistas, blogueros y juristas chinos detenidos por sus
declaraciones, y que el profesor Xia Yeliang –firmante de la Carta 08- acaba de
ser expulsado de la Universidad de Pekín”
(ed&utm_campaign=Feed%3A+chinadigitaltimes%2FbKzO+(China+Digital+Times+(CDT)).
Como ocurría con
los partidos comunistas occidentales en los años 1950, escribe en la Revista
Universitaria Canadiense Boris Proulx, la reunión se celebró con absoluta
discreción, hasta el punto de que no ha trascendido hasta ahora. Ha sido la
primera vez que intelectuales chinos de distinta corrientes han buscado un
consenso que, dicen, debería regir la China de mañana: son liberales,
socialistas de la nueva izquierda, cristianos y neoconfucionistas (tendencias,
algunas, que no se hablaban desde hace años, según ha explicado al New York
Times el portavoz del Llamamiento de Oxford, profesor Yang Fenggang) y lo que
persiguen es un país participante en la construcción “de un orden mundial más
justo y equitativo, que sirva tanto a los intereses del pueblo chino como a los
de toda la humanidad”.
El acuerdo
perseguido se ha logrado en torno a cuatro puntos: el pueblo es fundamental,
equidad y justicia, pluralismo y liberalismo y un mundo mejor.
Respecto al
primero de los puntos, el llamamiento dice textualmente «esperamos que China
seguirá firmemente comprometida con la filosofía de que el pueblo es
fundamental; es decir, que el poder político deriva del consentimiento del
pueblo, que el fundamento del sistema político es proteger los derechos del
pueblo y que el objetivo del Estado es garantizar la felicidad del pueblo”.
En el segundo
apartado, los sabios de Oxford esperan que “China permanezca firmemente
comprometida con el principio de equidad y justicia en la vida social; es
decir, tratando a todos los ciudadanos de manera igual y justa en los terrenos
de la política, la economía, la sociedad, la cultura, los orígenes étnicos y el
género; en todos los procesos legislativos, judiciales y administrativos; y en
los aspectos de la educación, salud, vivienda, trabajo, ocio, atención a
personas mayores, etc. de manera tal que todo el mundo disfrute de seguridad material
y dignidad espiritual”.
Respecto al
pluralismo, el deseo de los firmantes es que China persiga “el objetivo del
pluralismo y el liberalismo, al tiempo que conserva y transmite la excelente
cultura china y garantizando un equilibrio razonable entre lo colectivo y lo
individual, en el respeto de la equidad y la justicia basadas en un estado de
derecho”. Esperan que el país proteja los objetivos morales, ideales, de
orientación académica, formas de arte, creencias religiosas, opiniones y puntos
de vista de “cada grupo étnico, cada categoría social, cara región, cada grupo
espiritual, cada comunidad y cada persona…basados en los principios de armonía
en la diversidad, coexistencia pacífica y oportunidades para un desarrollo
libre”.
Finalmente, los
autores del llamamiento desean que China participe “en la construcción de un
orden mundial más justo y equitativo, que trate los diferendos políticos,
económicos, culturales, militares, medioambientales, etc., en función de los
principios de la dependencia mutua y los intereses comunes, de forma que sirvan
tanto a los intereses del pueblo chino como a los de toda la humanidad, que
promuevan la coexistencia pacífica y el desarrollo armonioso de todas las
naciones de este mundo, y alcancen la mayor paz para todos”.
El texto, escribe
Pierre Haski, “en el que se ha sopesado cada palabra, refleja el compromiso
entre las diferentes corrientes y contrasta con la doctrina, y sobre todo con
la práctica, del Partido Comunista Chino. Pero tampoco es un ‘cortar y pegar”
de los valores o sistemas políticos occidentales, lo que les situaría en
conflicto directo con el poder”.
Para el profesor
Yang Frenggang, quien asegura que las principales diferencias ideológicas entre
los firmantes se pueden concretar en defensores del estado y defensores de los
derechos individuales, “incluso a pesar de que no hay nada espectacular en la
declaración, el hecho de que las distintas corrientes hayan alcanzado un consenso
ya es importante…En China, la gente piensa que el país está dividido y que las
divisiones son amargas. Pero en Oxford, hemos podido hablar y pensar en lo que
tenemos en común… Creo que la sociedad china necesita esto, en este momento.
Los cuatro puntos de consenso tienen en cuenta las preocupaciones de
izquierdistas, liberales, confucianistas y cristianos. Aunque se haya usado un
lenguaje de compromiso, está claro que todo el mundo ha podido expresarse”.
Uno de cada cinco
seres humanos vive en China, dice Boris Proulx. País exportador por excelencia,
“la fábrica del mundo” ocupa cada vez un espacio mayor en la economía mundial,
especialmente gracias a su enorme excedente comercial que le ha permitido
comprar parte de la deuda de Estados Unidos, Alemania y Francia, entre otros.
El peso del país en la economía no cesa de aumentar, particularmente en Africa
subsahariana donde China se ha convertido en un partenaire inevitable de los
grandes proyectos de extracción de recursos naturales, muchas veces colaborando
con los regímenes menos democráticos y repitiendo procesos ya probados por las
potencias coloniales de otros tiempos: llenar los almacenes locales de
productos manufacturados (en este caso chinos) a cambio de acaparar las
materias primas.
Por eso, el
llamamiento de los profesores chinos reunidos en Oxford “es una advertencia,
más actual que nunca, metidos de lleno en el siglo XXI. El muy autoritario
régimen chino puede resultar compatible, como ya lo está siendo, con una
economía de mercado; pero falta mucho para que llegue a “servir tanto a los
intereses del pueblo chino como a los de toda la humanidad”. El canadiense
Proulx vaticina que “probablemente tendrá que sacrificar su doctrina
autoritaria y hacer que su reforma del sistema económico vaya seguida de un
cambio en profundidad de las instituciones”.
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