Veo las imágenes de ese tipo con pinta de guarro que dispara
al pim-pam-pum de los retratos de Pedro Sáchez, Pablo Iglesias, Irene Montero, Fernando
Grande- Marlaska y Pablo Echenique (creo
que en este orden) y en un reflejo instintivo la imagen se me transmuta en la del asesinato de los abogados de Atocha, el 24
de enero de 1977. Y no es casualidad,
porque es un dejà vu todo lo
que estamos viviendo.
El tipo con pinta de guarro que dispara, por lo visto es
policía, es Blas Piñar, los guerrilleros de cristo rey, Sánchez Covisa, Garcia
Juliá, Albadalejo, Fernandez Cerrá, Billy el Niño… ultraderecha asesina con licencia
para matar, la misma licencia de armas que ostenta con el orgullo de un diploma
cum laude Santiago Abascal, versión siglo XXI del franquismo más ultramontano.
Al mismo tiempo que un diario publica las imágenes del aspirante
a magnicida, la televisión pública entrevista a un eurodiputado de Vox que
destila odio y escupe mentiras, sin que ni el presentador ni sus tres “opiniatras
de turno” se atrevan a rebatirle; muy al contrario, continúan preguntando para
llenar el tiempo previsto.
Que estén aquí, que la peor extrema derecha del continente
se siente en el Parlamento y llene las pantallas, públicas y privadas, es en gran parte achacable a estos medios de
comunicación donde vale todo con tal de que siga el espectáculo. Libertad de expresión no es lo mismo que libertad de mentir,
de injuriar, de insultar, ni tampoco es lo mismo que libertad de asesinar. Algún
día caerán en la cuenta y se avergonzarán. Deslumbrados por la novedad –no les
vieron venir, ninguno se había percatado de que estaban agazapados, esperando
su hora, en las filas del PP; o sí, lo sabían pero la borrachera informativa les
aleja cada vez más de la realidad- les hicieron la campaña: Vox podría no
haberse gastado un euro y el resultado habría sido el mismo. Y ahora creen que
tienen que cargar con ellos.
Yo creo que no, yo creo que no es obligatorio poner un
micrófono delante de quien va echar sapos y culebras. Yo creo que la democracia
también tiene derecho a defenderse.
Parece demasiado tarde para remediarlo, en caso de que
alguien esté arrepentido de su participación en el circo. La única solución posible
se encuentra en las urnas de un futuro a tres años vista. Y eso queda muy
lejos.
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