1993. Arthur (Vincent Lacoste, “Les beaux
gosses”, “Amanda”) es un joven
estudiante de veinte años que vive en Rennes y prefiere los libros o los cines
a las clases, y ligarse a algún chico en lugar de pasar las noches con su novia
Nadine (Adéle Wismes, “Les Grands”). Su vida cambia el día que conoce a Jacques
(Pierre Deladonchamps, “El desconocido del lago”, “Foto de familia”), un
escritor parisino que le dobla la edad, tiene un hijo y ha contraído el VIH.
Arthur tiene toda la vida por delante; Jacques camina con la muerte en los
talones. Durante un verano, Arthur y Jacques viven una historia amor, marcada
por la distancia, las infidelidades y
los encuentros salteados..
« Vivir deprisa, amar
despacio » (Plaire, aimer et courir vite), es una accidentada historia de
amor homosexual, un melodramático relato de iniciación muy literario sobre el encuentro de dos
soledades en la oscuridad de una sala de cine, con un guión excelentes y unos
diálogos que en ningún momento caen en la vulgaridad; una emocionante y
conmovedora película de sexo y
sentimientos, situados en el mismo plano, y también un film lleno de ternura
que habla del amor en los tiempos del Sida, cuando tantos jóvenes creían estar
conjuraron la muerte mientras ligaban, se deseaban, hacían el amor
descuidadamente y a veces se enamoraban.
Un aspecto muy concreto de las relaciones
homosexuales que el cine francés ha decidido contar en los últimos meses
(recordemos la magistral“120 pulsaciones por minuto”, de Robin Campillo). Una
película sobria y, a pesar del tema, casi apolítica. Aquí cuentan el cuerpo y
los sentimientos, carentes de ideología.
“Vivir deprisa, amar
despacio”, estrenada hace un año en el Festival de Cannes, es la película
número once del realizador Christophe Honoré (“Las desgracias de Sofía”, “Las
canciones de amor”, “Mi madre”), también autor de novelas y relatos para
jóvenes, lo que justifica las varias reflexiones sobre el oficio de escribir
que salpican la historia:”Antes creía que nuestro oficio era inventar cosas;
ahora creo que consiste en contarlas bien”.
Honoré pertenece a los
cineastas que algún crítico ha definido como “post-Nouvelle Vague”, y también
como “intelectuales”, en los que puede reconocerse muy bien “su público”.
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