“La ceniza es el blanco más puro” (Ash is Purest
White), presentada en el festival de Cannes 2018, narra la historia de una
mujer que amó por encima de todo a un hombre, en un entorno regido por los
códigos de honor, lealtad y traición que rigen el inframundo del “jianghu”,
donde desde la noche de los tiempos se juntan los fuera de la ley con los marginales.
Dirigida por Jia Zhang-ke (“Más allá de las
montañas”, “In the Qing Sinasty”, "I Wish I Knew, historias de Shanghai"), uno de
los cineastas chinos actuales más interesante que en una década ha pasado de
estar prohibido a ser considerado emblemático, esta melancólica película deja
una pregunta en el aire: ¿es capaz un amor de resistir a los estragos del
tiempo?
Las
vicisitudes de la pareja formada por Zhao
Tao (“Más allá de las montañas”, “Un toque de
violencia”) y Liao
Fan (“Black Coal”), le sirven al director para dejar
testimonio de las transformaciones sociales, culturales y técnicas del gigante
asiático relatadas a través de una triple estructura temporal (2001, 2006,
2016), apoyada con imágenes de sus películas anteriores.
En 2001 la joven Qiao, hija de un obrero de
Dantong, ciudad minera de la región de Shanxi, está locamente enamorada de Bin, un cabecilla
del hampa local. Testigo del ataque de una banda rival contra Bin, dispara para
defenderle. Por no delatarle, Qiao acaba condenada a cinco años de cárcel. Una
vez en libertad, Qiao busca a Bin pero este la ha reemplazado. Con el corazón
destrozado, Qiao se va como la perdedora de siempre del cine negro. Volveremos
a verla de regreso a Datong, dueña de un bar y dirigiendo a lo que queda de la
banda de antaño, encontrándose con un Bin inválido. Juntos recordarán por
última vez las hazañas del hampa y su pasión. La historia de los encuentros y
separaciones de la pareja sirve de guía para ir mostrando los cambios de un
país que se va abriendo a la cultura occidental al tiempo que pierde algunos de
sus valores tradicionales, como la lealtad o la fidelidad.
Enseguida se adivina que estamos ante una tragedia, que la
pareja no volverá nunca a amarse como antes. “La ceniza es el blanco más puro”, una película
del hampa, un romance de carácter social, es el “fresco de una China en mutación, infiltrada por los
iPhone y las cámaras de vigilancia, en la que el liberalismo hace la
competencia al hampa” (Nicolas Schaller, NouvelObs).
El título hace referencia a lo que Qiao dice a Bin, refiriéndose a su
amor, contemplando el majestuoso
volcán que domina la ciudad gris: que las cenizas de la lava a temperatura
muy alta se vuelven blancas. Una de las grandes virtudes del realizador Jia Zhang-ke es incrustar
sus historias en la realidad china, así el deambular de Qiao, de los bares
nocturnos a los pueblos de la región de las Tres Gargantas desaparecidos en la
construcción de la presa de la mayor central eléctrica del mundo, es casi un
documental, la historia de su país a lo largo de dieciséis años.
“La ceniza es el blanco más puro” es, sobre todo, el retrato
de una mujer entera, fiel y fiel a sí misma en un paisaje simbólico, frente al hombre
inmaduro incapaz de mantener un compromiso, magistralmente interpretado por
Zhao Tao, actriz fetiche del realizador. Una película nostálgica, una tragedia
moderna.
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