“Maudie, el color de la vida”, de
la cineasta irlandesa Aisling Walsh, es un melodrama retrato íntimo de una
pareja formada por un solitario y misógino pescador en Marshalltown, un pequeño
pueblo de Nueva Escocia (Canadá) y una joven afectada por una artritis
degenerativa y deformante que se va a vivir con él, en calidad de asistenta.
Está protagonizada por Ethan Hawke (“El club de los poetas muertos”, “Antes del
amanecer” y del atardecer, “Boyhhood”) y Sally Hawkins (“Blue Jasmine”).
Basada en una historia real y
rodada en los parajes salvajes de Terrenova (con paisajes irrepetibles de mar y
cielo), es el romance improbable entre Everett, el hombre taciturno en estado
casi primitivo y la dulce Maud, que encuentra consuelo a sus males en la
pintura. Una pintura colorista y naif que le llevó a ocupar un lugar en la
historia del arte del siglo XX. “Maudie, el color de la vida” arranca en 1938,
momento en el que los protagonistas se conocen, y sigue su trayectoria no
exenta de peripecias e
incompresiones, en su viaje hacia
el descubrimiento del amor.
Maudie, una mujer frágil y enferma,
con las manos casi paralizadas, que quiere independizarse y vivir lejos de su
familia protectora, cree en su arte como pintora. Everett, quien primero la
contrata para hacer las faenas de la casa y acaba por cuidar de ella, termina
siendo el hombre difícil y cariñoso a su manera, que la respeta y la acompaña
hasta el final de su vida, a los 67 años. “Una pareja más dispar que la Bella y
la Bestia que, contra la opinión de todos, terminará por funcionar.
El tema de esta película es casi
fantástico: “Hay algo mágico cuando se hace una película biográfica -ha
confesado la realizadora- Tenemos la impresión de que el personaje nos mira
trabajar en el plató”.
Aquí no se trata de Pigmalión
sacando lo mejor que hay en el fondo de un talento joven, sino de la
determinación y el tesón de una mujer sensible y valiente que cree que su arte
está por encima de contingencias y minusvalías, y que sirve para curar las heridas
que causa la vida.
Maudie nunca puso los pies en un
museo, ni conoció a ningún artista; sin embargo dejó una obra apreciada por los
amantes del arte “folklórico”: pájaros, flores, nubes, cuadros abigarrados y
también paredes, ventanas y objetos de la casa en que vivió la pareja -a la
manera de una Frida Kalho- son el testimonio de la vida atormentada por el
sufrimiento físico de una mujer que, a pesar de tener todo en contra, nunca
perdió la sonrisa. La casa que habitó la extraña pareja se encuentra hoy en el
museo de Bellas Artes de Halifax, y puede visitarse en Internet (Maud Lewis
Exhibit). Para el rodaje se hizo una reconstrucción fidedigna de la casa.
“Las tarjetas postales navideñas
que pintaba Maud y vendía por cinco centavos, los cuadros que entregaba a
cambio de cinco o seis dólares, valen hoy miles de dólares y además no se
encuentran” (Guy Fournier, Le Journal de Montreal).
La película, realmente brillante, es
una oda a la alegría de vivir; la interpretación que Sally Hawkins (disléxica
en la vida real) hace de esa mujer frágil que no se conforma con su suerte,
cargada de humor y humanidad, es esplendida como es impecable la de Ethan Hawke
en papel del marido que empieza comportándose con crueldad, “como un gorila”.
Maud Sowley Lewis nació el 7 de
marzo de 1903 en una comunidad de Yarmouth, Nueva Escocia. Se casó
efectivamente con Everett Lewis en 1938 y ambos vivieron en la casa de 10x12
metros cuadrados. Sus pinturas se vendieron poco a poco en todo el mundo; Richard
Nixon, cuando era vicepresidente, le compró dos cuadros. Maud murió en 1970, a
causa de complicaciones de su enfermedad; Everett vivió hasta 1980.
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martes, 20 de junio de 2017
"Maudie, el color de la vida": oda a la vida en colores
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