miércoles, 7 de diciembre de 2016

¿Víctima o verdugo? El caso de Dominic Ongwen, primer niño-soldado que comparece ante el TPI, sentará jurisprudencia internacional


Es una difícil cuestión de conciencia la que tienen ante sí los magistrados que deben resolver el dilema que plantea un juicio como el que se está celebrando en el Tribunal Penal Internacional (TPI), que por primera vez sienta en el banquillo a quien fue un niño-soldado, raptado por una guerrilla fundamentalista en Uganda, con la que creció hasta convertirse en miliciano sanguinario responsable de exacciones, torturas y asesinatos. El resultado sentará jurisprudencia internacional, sea cual la sentencia final.

Treinta años más tarde, ¿Dominic Ognwen debe ser considerado una víctima, que lo fue, o un verdugo, que lo ha sido? En caso de ser considerado culpable de los delitos que se le imputan ¿debe pesar más su condición de niño raptado y enrolado a la fuerza en un ejército asesino y devastador, o por el contrario lo que hay que tener en cuenta son sus años adultos de miembro activo de la guerrilla LRA, y sus responsabilidades por ordenar y llevar a cabo otras retenciones y entrenamientos de niños, así como ataques a personas y pueblos enteros, torturas y asesinatos masivos?.

Secuestrado por el fundamentalista Ejército de Resistencia del Señor (LRA, Lord’s Resistance Army) cuando iba camino de la escuela, el ugandés Dominic Ongwen pasó treinta años en la sanguinaria milicia ugandesa, y hoy es el primer miembro de esa organización que tiene que responder de sus crímenes ante el Tribunal Penal Internacional. El comienzo del juicio, el 6 de diciembre de 2016, “era muy esperado por los cientos de miles de víctimas de la rebelión de Josep Kony (1), que continúa sin ser detenido”, informa el diario francés Le Monde. “Ongwen, que con el paso de los años se convirtió en uno de los comandantes más temidos de la LRA, es también el primer “niño soldado” juzgado por el TPI, lo que representa un terrible dilema para la justicia internacional” (2). La acusación representa a 4.109 víctimas de aquella organización sanguinaria.

Después de pasar tres décadas en la clandestinidad de la sabana, Ongwen, hijo de dos profesores que ahora tiene 40 años, y solo contaba diez cuando le secuestraron en su pueblo, Coorom, debe responder de 70 cargos de crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad -entre ellos asesinatos, trato cruel de civiles, ataque intencionado contra población civil, saqueo y actos inhumanos causantes de graves heridas corporales y sufrimiento- como perteneciente a una guerrilla que, según los datos de la ONU, ha masacrado a más de 100 personas y secuestrado a más de 60.000 niños, como hicieron un día con él. De todos los responsables de esa cruel milicia que operaba en el norte de Ugnada, es el único al que el TPI ha conseguido detener y, con excepción del jefe, Kony, el único que sigue con vida. Las víctimas han hablado de brutales rituales iniciáticos, enrolamientos forzosos con obligación de matar a amigos y parientes y beber después su sangre (3)

Los jueces del TPI se enfrentan ahora al terrible dilema de sentenciar si Ongwen es víctima o verdugo, o ambas cosas a la vez; si en su calidad de víctima puede ser considerado también responsable de los delitos cometidos. Para Isabelle Guitard, directora de programas de la ONG Child Soldiers International, que defiende los derechos de los niños soldados, “su pasado no puede ser una defensa en sí mismo. Muchos criminales fueron víctimas antes; pero no se puede excluir la responsabilidad criminal sobre esa base, aunque se puede tener en cuenta a la hora de emitir la condena”.


(1) La LRA actuaba entre Uganda y Sudán del Sur, con el principal objetivo de derrocar al presidente ugandés, Yowei Museveni, e instalar un sistema teocrático basado en los principios de la Biblia y los Diez Mandamientos.

(2) Se calcula que en el mundo hay unos 250.000 niños soldados. Privados de su infancia, se encuentran muchas veces en primera línea en los combates, con enorme peligro para sus vidas. El recurso a la utilización de niños soldados sigue siendo una de las grandes plagas de nuestro siglo en materia de violación de derechos humanos. Durante el año 2012, Amnistía Internacional y UNICEF detectaron la presencia de niños soldados en Mali y Siria. En mayo, el tribunal penal Internacional (TPI) condenó al rebelde congoleño Thomas Lubanga a 14 años de reclusión como autor de crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad por haber enrolado a niños menores de 15 años durante los enfrentamientos interétnicos en Ituri, en 2002 y 2003, en el Noreste de la República Democrática del Congo, que causaron la muerte de 60.000 personas. El proceso de este antiguo jefe militar, trasladado a La Haya en marzo de 2006, comenzó en enero de 2009 y fue el primero de los estudiados por el alto tribunal internacional. Suspendido en varias ocasiones, el tribunal escuchó los testimonios de 36 personas de la acusación y 24 citadas por la defensa, en un caso que contaba con la denuncia de 129 víctimas.

(3) La película “Rebelde”, del director canadiense de origen vietnamita Kim Nguyen, es una conmovedora y bella tragedia griega sobre el drama de los niños soldados en África donde solo el amor ayuda a superar todos los horrores. Interpretada por actores no profesionales, es una historia de esas que si no se cuentan, no existe. Fábula del siglo XXI sobre el África subsahariana, la de la hambruna, las sequías y las guerras que, como la del Congo (donde está rodada) no solo se prolongan durante décadas sino que periódicamente resurgen de sus cenizas para volver a iniciar el ciclo de destrucción, genocidio, asesinatos en masa y violaciones, que destruye cuando no aniquila una generación completa. No es por nada que los países más conflictivos de África cuenten con las poblaciones más jóvenes del planeta. Pero en ese mundo violento, donde prevalece lo irracional y donde los adolescentes guerreros caminan hacia una juventud que en muchos casos no llegará nunca, la belleza y la magia juegan un papel decisivo. A partir del momento en que les raptan y les enrolan a la fuerza, los niños-soldados encuentran en la guerrilla no solo una terrorífica forma de crecer sino también la seguridad de al menos una comida diaria y un salvoconducto en el mundo clandestino de la selva exuberante, inquietante y poblada de presagios y amuletos.

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