“Las
inocentes”, película franco-polaca dirigida por Anne Fontaine (Dos madres
perfectas, Cocó, de la rebeldía a la leyenda de Chanel) y protagonizada por
Agata Kulesza (Ida), Joanna Kulig (ida) y Lou De Laâge, está basada en unos
hechos reales y tremendos acontecidos en Polonia en los últimos meses de la
Segunda Guerra Mundial.
En
agosto de 1945, una religiosa polaca de un monasterio cercano a Varsovia pide
ayuda a Mathilde Beaulieu, una joven que trabaja en la Cruz Roja donde se ocupa
de cuidar a los soldados supervivientes franceses antes de repatriarlos.
Mathilde la sigue hasta el convento donde treinta benedictinas viven alejadas
de un mundo en guerra. Allí descubre que varias de ellas están a punto de dar a
luz: las monjas han sido violadas sucesivamente por soldados alemanes en
retirada y rusos vencedores. Al dilema de qué hacer con los niños que nacen se
añade el drama de las religiosas que han hecho voto de castidad. Mathilde, atea
y racionalista, y las monjas católicas terminan estableciendo una relación
complicada que la cercanía del peligro agudiza y que terminará por encontrar
una salida.
Rodada
casi a puerta cerrada en la monotonía de la vida conventual, hecha de rezos,
colaciones y pequeños trabajos domésticos, la película va contando las
sucesivas visitas de la joven médico francesa a las monjas polacas, y como poco
a poco se va tejiendo una suerte de complicidad entre ellas. Es esa monotonía
la que llega al espectador, en escenas tan similares unas a otras que algunas
podrían desaparecer, y que solo salva la excelente interpretación de sus dos
protagonistas principales: la francesa Lou de Laâge, bellísima y espléndida tanto
en los diálogos con su colega y amante Vincent Macaigne (La chica del 14 de
julio, La batalla de Solferino), como en sus enfrentamientos con las religiosas
y su estrecha complicidad con la novicia que interpreta la actriz polaca Agata
Buzek, a la que recordamos de “Ida”.
“Un
caso de solidaridad femenina y, más allá, de respuesta fraterna a la violencia
del mundo. Una transferencia progresiva de la fe hacia lo humano” (Cécile Mury,
Télérama). En efecto, es una película de mujeres, mujeres muy distintas que
acaban por entenderse precisamente en lo que las iguala: haber sufrido en
propia carne el ser mujeres. Una película en la que no se juzga vida monacal,
tan sólo se exponen brutalmente los hechos motivados por una situación de
guerra, y se deja caer al final un mensaje de esperanza. Una manera también de
ajustar cuentas con la historia, aunque la ficción acabe por imponerse sobre
los hechos realmente sucedidos; y una forma de hablar de las víctimas.
Es
también una película muy teatral, bastante lenta, que usa como recurso para
separar tiempos los rezos y cantos de las monjas y recurre a algunos tópicos,
como la monja comprensiva, que tuvo una vida antes de encerrarse en el
convento, la rigidez e intolerancia de la superiora o esa inocencia casi incomprensible
de las monjas violadas y embarazadas.
Borradas
de la historia soviética oficial, las violaciones masivas llevadas a cabo por
los soldados del ejército rojo están reconocidas por los historiadores,
occidentales naturalmente. El historiador inglés Anthony Beevor, autor de “La
caída de Berlín”, describe las violaciones colectivas -“nueve, diez, doce
hombres a la vez”- apoyándose en testimonios de los propios rusos; y cita a
Natalya Gesse, una amiga de Sajarov, corresponsal de guerra: “Los soldados
rusos violaban a cualquier alemana, de 8 a 80 años. Era un ejército de
violadores”. Vassily Grossman, escritor que también fue corresponsal de guerra
y acompañó al Ejército Rojo, descubrió que no solo violaban los alemanes:
también los polacos y los rusos, y los ucranianos…y prácticamente todos. En el
Berlín ocupado hubo más de 100.000 violaciones”. Entre las violaciones masivas
reconocidas de la Segunda Guerra Mundial están las cometidas por los Goumiers
Marroquíes (soldados auxiliares que sirvieron al ejército francés de África
entre 1908 y 1956) y otras unidades coloniales de las Fuerzas Francesas Libres,
recordadas con un monumento a sus víctimas (“Mamá Ciociaria”, erigido cerca de
Monte Casino): violaron a 7.000 mujeres y niñas italianas, de entre 11 y 86
años, después de mayo de 1944. Alberto Moravia escribió la novela “La
Ciociaria” (posteriormente llevada al cine en 1960 por Vittorio de Sica e
interpretada por Sophia Loren) sobre la base de testimonios directos.
En
todas las guerras, las violaciones son el último de los “crímenes” que se
reconocen y muy raramente se juzgan y condenan.
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