miércoles, 7 de diciembre de 2016

“El editor de libros”, una película que decepciona

“En los tiempos de las cavernas, nos apiñábamos alrededor del fuego y una persona empezaba a contar una historia para ahuyentar el miedo” (Max Perkins)


“El editor de libros”, adaptación al cine de la biografía “Max Perkins: el editor de libros” del premio Pulitzer A. Scott Berg, es el debut en la realización cinematográfica de Michael Grandage, antiguo director artístico del teatro Donmar Warehouse de Londres, y cuenta la relación, en los años ‘30 del siglo XX, de dos grandes de la literatura estadounidense: el escritor Thomas Wolfe y su editor Max Perkins, descubridor de grandes narradores como Scott Fitzgerald o Ernest Hemingway. Está protagonizada por Colin Firth (“El discurso del rey”), Jude Law (“Cold Mountain”), Nicole Kidman (“Las horas”), Laura Linney (“Mistic River”) y Guy Perace (“Memento”).

Pese a contar con el aliciente de un buen guionista, John Logan (“La invención de Hugo”, “El aviador”), en este caso el resultado es una narración insulsa y hasta aburrida. Wolfe escribía libros de miles de páginas y Perkins, lápiz rojo en mano, iba tachando hasta dejarlos reducidos a proporciones aceptables para las editoriales. El reto, digamos, es demostrar la contribución de un personaje anónimo, el editor, a la obra de los genios literarios, pero para conseguirlo no basta con contratar a unos cuantos buenos actores ingleses, que indudablemente son lo mejor de la película. La interpretación de Colin Firth y Jude Law, a pesar de que este último es un actor bastante soso, salva el total a falta de un buen realizador. En especial, los largos diálogos que mantienen en torno al tormento de crear, momentos en los que está latente el buen hacer teatral de Warehouse.

Escritor con una personalidad fuera de lo común, Thomas Wolfe encuentra al editor Max Perkins que decide ayudarle a publicar. Perkins dedicó miles de horas a pulir los interminables escritos de Wolfe y además, lo mismo que su esposa, fue un gran amigo y protector del escritor. Una amistad no exenta de ambigüedad que, al menos en la película termina cuando el escritor contrae matrimonio. La celebridad llega pronto para Wolfe. A pesar de sus diferencias, el editor es consciente de haber descubierto a un gran talento. Sus respectivas mujeres les reprochan abandonar a la familia por la literatura…

Thomas Wolfe murió a los 37 años, de las complicaciones de una neumonía que degeneró en tuberculosis miliar, tras publicar un puñado de cuentos y relatos y dos obras magistrales, «El ángel que nos mira» (1929) y «Del tiempo y el río» (1935). En la cama del hospital donde esperaba una operación de la que no se despertó, escribió una carta a Perkins agradeciéndole su ayuda y reconociendo la importancia que había tenido para su obra. Wolfe, como Fitzgerald o Heminway, fue un personaje tan literario como cinematográfico: seductor, extravagante y con un gran talento.

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