(Lo que sigue es una traducción-resumen del artículo “La
mort des editocrates”, firmado por Henri Maler, publicado en “L’intèrêt général”, revista del Partie de
Gauche, el 6 de diciembre de 2016 y reproducido por el digital ACRIMED (Action,
Critique, Médias). Se han suprimido las referencias exclusivamente francesas,
así como los nombres propios, que nada significan para los lectores de otros
países. El resto es perfectamente aplicable al panorama periodístico español -y
supongo que de otras latitudes-, donde los “profesionales del comentario”,
también conocidos como “opiniatras”, crecen como las setas y se esfuerzan por
“marcar tendencia” en el pensamiento único. Verán cómo, a pesar de estar
escrito en Francia y sobre los franceses, todo les resulta tremendamente
familiar).
No incluida entre las categorías profesionales
reconocidas por el Instituto Nacional de Estadística y Estudios Económicos
(INSEE), la editocracia existe: es un conjunto de bordes difusos pero
relativamente estable que engloba unas cuantas decenas de personajes
reconocibles por las funciones que desempeñan: editorialistas, cronistas,
entrevistadores (todo ello en femenino igualmente), que tienen en común ser
profesionales del comentario.
(…) Sus triunfos culturales les predisponen a un
confortable conformismo que, sin embargo, no les basta para entrar en el
microcosmos y jugar sus cartas: es recomendable además (aunque no siempre
indispensable) que dispongan de buenas relaciones sociales o estén apadrinados
por alguno de los antiguos”.
La personalidad de cada uno de ellos es evidentemente
irreductible a sus orígenes y trayectoria: cada cual tiene su tarjeta de visita
y su pedigrí, su sensibilidad política y un arte particular, sobre el fondo
gris de su común pertenencia, distribuido en distintas variedades.
Especialistas y polivalentes
(…) Repiten una vulgata electoralista (porque para ellos
la cuestión democrática se reduce a las elecciones) y destacan los
enfrentamientos partidarios y las competiciones politiqueras, en detrimento de
los retos sociales, los proyectos y los programas. Son periodistas
politiqueros, sobre todo en tiempos pre-electorales (es decir, prácticamente de
forma permanente), flanqueados por «sondeólogos» (que leen en las
entrañas de los sondeos todo lo que se les pasa por la cabeza) y de
comunicantes (que «descifran» las posturas, las citas y las escenificaciones).
(…) Son los proveedores de la política despolitizada.
Entusiastas de economía (ortodoxa, es decir liberal),
sueñan con que el mercado piensa por nosotros y se encargan de hablar en su
nombre. Algunas palabras de su lenguaje automático resumen este «pensamiento» revelado:
“la deuda” (y no su origen y su finalidad), “las cifras del paro” (y no la vida
de los parados), el “coste del trabajo” (y no los beneficios), las “cargas
sociales” (en lugar de las “cotizaciones sociales”), los “impuestos” (y nunca
para que se usan). (…)Son los celadores de la economía desocializada.
Estos drones filman el mundo visto desde arriba y delegan
en los periodistas “ordinarios” las investigaciones “sobre el terreno”, entre
otras las referidas a las cuestiones sociales que ellos resuelven echando mano
de las reservas del «prêt-à-penser» (conformismo intelectual, sumisión al
pensamiento dominante, NdT) del que también son suministradores. En lugar de la
sociología, estos cronistas prefieren el ensayismo (al que desgraciadamente
sucumben muchos sociólogos catalogados como tales) de los pensadores a gran
velocidad: una tribu de la que forman parte cuando escriben libros que les
proporcionan los beneficios de las ventas y las invitaciones de sus colegas.
Los editócratas del periodismo político y del periodismo
económico no son los únicos. En la cúspide de la corporación ocupan el trono
los editócratas-editorialistas, comentaristas polivalentes que, no contentos
con acumular las funciones de los anteriores, dispensan sus lecciones. En la
prensa de opinión (pero ¿qué prensa no lo es?), los directores o sus segundos
imprimen su marca a la marca de la que defienden los colores (…) decorando un
pluralismo anémico.
Adversarios y sin embargo cómplices, los editócratas
jefes son adeptos del periodismo de frecuentación que sella su pertenencia al
círculo de los dominantes (bautizados ellos mismos como «la élite”). (…)
Encargados en entrevistas y debates
Eso no es todo. Los editócratas, tanto si son
especialistas como polivalentes, pueden encargarse también de hacer entrevistas
y/o moderar debates. Los editócratas-entrevistadores (a veces presentadores de
telediarios o de matinales radiofónicos), comentaristas comprometidos y
editorialistas enmascarados, merecen que nos detengamos en sus obras: “Tanto si
acompañan dócilmente a sus invitados como si se enfrentan a ellos, a veces
violentamente, los entrevistadores se han convertido en auténticos actores del
debate público”. Son incluso organizadores de espectáculos en los que con
frecuencia interpretan el papel principal: “fuertes con los débiles, débiles
con los fuertes», arrogantes y agresivos con quienes consideran «candidatos
menores» con los sindicalistas que resisten a los despidos y las
contra-reformas, y complacientes (a veces con una pizca de impertinencia) con
los sindicatos que llaman reformistas, los grandes partidos y la patronal.
Los editócratas-animadores arbitran debates para los que
eligen invitados hasta tal punto intercambiables que con frecuencia son los mismos
(…) La rivalidad ritualizada de algunos titulares simula una confrontación de
ideas, cuando no se estropea con el consenso de los rivales asociados o de los
asociados rivales. Así prosperan los “debates verdaderamente falsos” que, ya en
1966, evocaba Pierre Bourdieu en su obra “Sur la télévision”; el
editorialista-animador no arbitra solamente dúos sino que (…) adorna el plató
con algunos editócratas de moda y algunos expertos casi inamovibles. Así va el
pluralismo.
Encuadre y desposesión
Celosos de sus pequeñas diferencias, los editócratas les
protegen y se protegen, trazando así el perímetro de las opiniones dignas de
ser discutidas: las suyas. De todos los poderes que ejercen, el más nocivo sin
duda es el poder de encuadrar los problemas: su poder de problemización.
Hay numerosos ejemplos. El “problema del paro”, cifrado, no es realmente el de
los parados. El “problema del trabajo” y su valor raramente es el del
sufrimiento del trabajo. El “problema de Europa” es el de “cada vez más” (eurofilia)
o el de “un poco menos” (soberanista). El “problema de la inmigración” es el
que plantea, o plantearía a los franceses (o a los españoles, NdT), en lugar de
los que tienen los inmigrantes. El “problema del comunitarismo” absorbe al de
las minorías discriminadas, precipitadamente designadas como “comunidades”. La
lista es larga y cada cual puede completarla.
Sí se desprecian los debates legítimos. Así se
despolitiza la política, se desocializa la economía, se relegan las clases
populares que, privadas de los oros de la editocracia, el periodismo de
investigación intenta comprender en el mejor de los casos. Claro que la
dominación que ejercen los editócratas, en todos sus géneros y en todas sus
funciones, no es absoluta. Convincente para los convencidos, indignante para
los indignados, no se abate de manera uniforme sobre todos los públicos. Con
frecuencia, las clases populares ignoran o desprecian los retozos y los debates
de los profesionales del comentario. Pero, aunque sea apagados, siempre les llegan
sus ecos. Y la dominación editocrática confirma y conforta su desposesión.
(Traducción Mercedes Arancibia)
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