Tres
años después de que fuera realizada y estrenada en Estados Unidos, Una cita
para el verano, la primera y desgraciadamente única película dirigida por el
excelente actor Philip Seymour Hoffman –suicidado a los 46 años en su domicilio
de Nueva York el 2 de febrero de 2014- es una pequeña y modesta comedia
romántica agridulce, adaptación para el cine de la pieza teatral intimista
escrita por Bob Gaudini (Jack Goes Boating), que el propio actor interpretó, y
en la que le acompañan algunos de sus compañeros habituales en los escenarios
del Broadway off e independiente: Amy Ryan, John Ortiz, Daphne Rubin-Vega,
Richard Petrocelli, Thomas Mccarthy.
Con
una simple y sincera interpretación del mejor Hoffman actor (Oscar y Globo de
Oro al mejor actor en 2006 por su personaje de Truman Capote en el filme
dirigido por Bennett Miller), impresionante en ocasiones, Una cita para el
verano es una película con poco movimiento, estática se podría decir incluso,
tan humana y cálida como su director y protagonista.
Inevitablemente,
a medida que avanza la historia queremos más a Jack, ese ser siempre despeinado
, chófer de limusina bastante torpe e inútil, y un tanto inadaptado
socialmente, que pasa su tiempo libre con el matrimonio amigo que forman Clyde
y Lucy, quien le presentan a Connie, una mujer con casi tantos problemas como
él para relacionarse. Los dos marginales acaban enamorándose (en la moviola de
mi cabeza, la pareja me recordaba a veces antiguas escenas de Calle Mayor o I
viteloni, aunque el prototipo masculino de éstas está muy lejos del timorato
Jack). Para seducirla, el torpe Jack intenta aprender a cocinar… y a nadar para
poder cumplir la promesa de llevarla a dar un paseo en barca de remos por el
lago de Central Park. A medida que la pareja va superando sus inhibiciones, la
que forman sus amigos, que parecía tan sólida, se va haciendo migajas…
Hay
bastante del mejor Woody Allen en esta encantadora tragicomedia, como las
escenas de tensión entre la pareja amiga, en las que se mezclan distintas
neurosis, paranoias y sentimientos profundos, o la prevista cena romántica que
termina en crisis. Estamos ante una hermosa e interesante película de actores,
pensada y realizada para el lucimiento de sus protagonistas, que podría haber
sido el mejor comienzo para la carrera de realizador que Philip Seymour
Hoffman, en un momento de lucidez, había decidido iniciar. Lástima que algo tan
estúpido como una jeringuilla acabara con ella.
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