Cuando, el 26 de agosto de 1914 nació Julio
Cortázar en Ixelles (municipio de Bruselas), hacía casi dos meses (28 de junio)
del doble asesinato en Sarajevo del archiduque Francisco-Fernando, heredero del
trono de Austria-Hungría, y su esposa Sofía, duquesa de Hohenberg, cometido por
el nacionalista serbio Gavrilo Princip; hacía prácticamente un mes (28
de julio) que Austria había declarado la guerra a Serbia y tres semanas que
había hecho lo mismo con Rusia (5 de agosto); veintiocho días desde que
Alemania abriera hostilidades con Rusia (1 de agosto), veintiséis con Francia
(3 de agosto) y veintisiete de la invasión de Bélgica; casi los mismos (4 de
agosto) que el Reino Unido decidiera enfrentarse con Alemania y algo menos (13
de agosto) con Austria, y solamente tres días desde que Japón se sumara al
conflicto, el 23 agosto, declarando la guerra a Alemania.
Resumiendo,
que el día que nació Julio Cortázar, el más alto, sofisticado y mejor de los
escritores de lo que medio siglo más tarde sería conocido como el “boom
latinoamericano”, más de medio mundo occidental estaba empeñado en lo que la
historia conocería después como la Primera Guerra Mundial, larga guerra de
trincheras que a lo largo de cuatro años consiguió acabar con cuatro imperios y
cambiar el mapa de Europa -con la creación de Polonia y la definición de la
Unión Soviética-, se saldó con nueve millones de muertos y ocho millones de
inválidos y conoció la vergüenza infinita de los genocidios de armenios,
asirios y griegos pónticos.
Unos músicos que no siguen la partitura
Entre
1914 y 1918, en el transcurso de esa guerra mundial pero manifiestamente
europea –igual que Cortázar es el más europeo de los escritores de su entorno
geográfico y literario-, el encuentro entre los soldados europeos y los jazzmen americanos enrolados significó
una de las formas de proyección del viejo continente en el siglo recién
estrenado. Ritmos endiablados, nuevos instrumentos…”empujan a Europa hacia la
modernidad” (Sophie Fanen, Libération, junio 2014) que es el jazz. A finales de
diciembre de 1917, el Quince Regimiento –negro- de la infantería
estadounidense, reconvertido más tarde en el 369 y conocido como “los Hell Fighters”,
desembarca en Brest a los compases de la melodía Memphis Blues, dirigida por un músico reconocido, propietario de
dos clubs de jazz que, como en una pirueta de las que juega habituamente la
predestinación, se llama James Reese Europe (asesinado nada más acabar la contienda,
en 1919, por uno de sus músicos y, por lo que se sabe, a causa de una
chorrada).
Para
entonces hacía ya unos cuantos años que el ragtime
había conquistado a una juventud que acortaba las faldas y se deshacía de las
barbas; pero esa banda de músicos combatientes trae una novedad entonces
llamada “jass”, lo que equivale a “el
arte de la síncopa y la improvisación”: unos músicos que “tocan notas que no
figuran en la partitura” (Philippe Gumplowicz, profesor de musicología) y
representan lo que el poeta y dramaturgo Jean Cocteau definió, distanciándose,
como “la llegada americana del ritmo”.
Música
ciento por ciento del siglo XX, el jazz se propaga a través de la radio, se
escucha respetuosamente en fonógrafos y gramófonos, se disfruta y hasta se
baila, antes que nada en los “clubs para negros” de Harlem (donde acuden los
blancos a mirar), y acaba convirtiéndose en la banda sonora de todos los
conflictos (lucha por los derechos civiles en Estados Unidos, guerras de
descolonización, Vietnam…) hasta el punto de simbolizar “una cierta aspiración
a la libertad, o más exactamente, a la liberación” que se radicaliza en el free-jazz.
Probablemente, Cortázar ha sido, junto con el
poeta y músico parisino Boris Vian, el escritor que mejor se ha acercado al
mundo del jazz. Leo algo parecido a esto en un blog y pienso que es una buena
idea relacionar a dos patafísicos mayores, uno confeso, el otro en potencia, y
que es cierto que el jazz atraviesa todo el trabajo el argentino pero está
particularmente presente en Rayuela; que es difícil imaginar la mejor novela
sin que sus personajes escuchen una pieza de jazz, en directo o codificada en
vinilo, lo mismo que, juzgando por sus múltiples escritos, entrevistas y
comentarios, no es fácil imaginar ni la vida cotidiana de Cortázar, ni su
escritura, si no existen París, el gato Adorno y los discos de jazz. “El
jazz es un pájaro que migra o emigra o inmigra o transmigra… es la lluvia y el
pan y la sal“, dice Horacio Oliveira, el exiliado argentino.
Pasear: Caminar por París es avanzar hacia
mí (“Cortázar de la A a la Z”)
Cuando,
en 1951, Julio Cortázar decide viajar a París para quedarse, la música de jazz
reina en los pequeños clubes –caves-
de la orilla izquierda. Las grandes figuras estadounidenses del género tocan
sus mejores improvisaciones para un grupo reducido de incondicionales y se
alojan en algunos hoteles del barrio, entre ellos el legendario La Louisiane,
en cuyas habitaciones duermen de día, tienen aventuras con intelectuales y
burguesas parisinas, comen algo cuando se despiertan y se meten de todo en el
cuerpo antes de salir para la actuación (todavía hoy, en la rue de Seine, La
Lousiane ofrece, ahora a unos turistas mayoritariamente estadounidenses
conocedores de su historia, habitaciones muy baratas con el mínimo confort -no
tienen ni televisión- pero muy acogedoras).
Cuando
Cortázar comienza a trabajar en la Unesco y traduce a Allan Poe, Defoe, Alfred
Jarry, Yourcenar…, Charlie Parker se está muriendo en Nueva York, saturado de
drogas y alcohol, con sólo 34 años. Miles Davis, que entonces se recupera
todavía del amor que vivió un par de años antes con Juliette Greco, al que
ambos renunciaron para continuar con sus carreras, graba la música de la
película Ascenseur pour l’echafaud (Ascensor para el cadalso, 1957) de Louis
Malle, que le lanza definitivamente al estrellato en Europa.
En París, donde Rayuela se llama Marelle,
muchas, decenas de veces, he caminado buscando a Cortázar. En alguna carpeta
perdida almacena polvo una vieja fotografía en blanco y negro, tomada con una
cámara mediocre a mediados de los años 1970, de aquella impresionante humanidad
de casi dos metros metida en un abrigo oscuro con las solapas subidas, un día
de invierno camino de la lavandería en Saint-Germain. Después de su muerte he
seguido dándome de bruces con él en las encrucijadas, los recovecos y los passages que resguardan de la casi
eterna lluvia parisina librerías de lance y boutiques,
impensables en ninguna otra ciudad del mundo. En Montparnasse, donde tiene la
tumba, y en la placa conmemorativa que en el 4 de la rue Martel, en el distrito
10, recuerda que allí vivió y omite que murió en 1981. Todo, en el París más
literario, entronca con la obra de Cortázar, el argentino que eligió ser
francés para ser parisino, porque París era la tramoya preferida, un decorado
realista para esa mezcla de elementos sobrenaturales e irracionales que nos
“abre las puertas de un universo fantástico con múltiples salidas”.
Una
trompeta para empezar
“Cuando
Julio Florentino Cortázar Descotte (…) escuchó a Bix Beiderbecke, un azoro
grande y una pena ensimismada de sí mismo lo acosaron: se fue apresurado a
comprar una trompeta. La obtuvo por 20 francos en una pequeña tienda de la
orilla izquierda del Sena en el Barrio Latino de París. Concentrado, hizo
mudanza a su memoria de los acordes de “Bless You Sister” y fue feliz durante
varias semanas. La noche que “I’ve Got a Feeling I’m Falling” —con la trompeta
de Louis Armstrong, la voz de Vilma Middleton, el trombón de Trummy Young y el
piano de Billy Kyle—, lo condujo por los amarraderos de la cadencia supo que
“el jazz es una música que permite todas las imaginaciones” (Carlos Olivares Baró,
México, 19 junio 2013). Lucas —alter ego de Cortázar en Un tal Lucas—
quiere, a la hora de morir, escuchar su solo de piano con improntas de Jelly
Roll Morton, Bud Powell, Kenny Clarke y Thelonious Monk: “Swing, luego existo”.
La
Maga escucha un solo de trompeta de Lee Morgan. Rayuela es Jazzuela y allí
coinciden “Gershwin, Tadd Dameron, Dizzy Gillespie, Lester Young, Sonny
Rollins, Horace Silver, Elvin Jones, Coleman Hawkins, Thelonious Monk, Charlie
Parker, Miles Davis, Art Blakey, Errol Garner, Art Tatum... Rayuela urbana y
musical sobre fondo de jazz, que también simboliza el París en blanco y negro
donde Oliveira – otro alter ego– se junta con los amigos del Club de la
Serpiente: erotismo, buen vino, arte y el Sena como un rumor que no se
extingue: “...Alguien ha puesto The blues with a feeling y casi
no se baila, solamente se está de pie, balanceándose, y todo es turbio y sucio
y canalla y cada hombre quisiera arrancar esos corpiños tibios mientras las
manos acarician una espalda y las muchachas tienen la boca entreabierta y se
van al miedo delicioso y a la noche, entonces sube una trompeta
poseyéndolas...” ( Rayuela, 17).
Jazzuela. 21 imprescindibles
“Jazzuela
es mi humilde homenaje a Julio Cortázar”, escribe Pilar Peyrats en 2001, lejos de
centenarios y oficialismos, en el epílogo de un libro-disco que es un hallazgo
porque recorre la obra de Julio Cortázar en general, y más en detalle los
capítulos de Rayuela, extractando conversaciones, explicaciones, comentarios y
apostillas en torno a la música que escuchan los protagonistas. Un volumen que
es una pequeña enciclopedia de las preferencias musicales del autor y un disco
que contiene 21 cortes (19 que figuran en la novela y dos más que “están
implícitos”) que son toda una explicación de cómo Cortázar armaba sus modelos
con palabras y notas. Leer/escuchar Rayuela/Jazzuela es acceder a un mundo de
lugares asombrosos y sonidos mágicos que salen de las orquestas de Duke
Ellington, Louis Armstrong, Frank Trumbauer, Kansas City Six o The Chocolate
Dandies, la voz de Bessie Smith, la guitarra de Bill Big Bronzy, la trompeta de
Gillespie, el saxo de Coleman Hawkins, el piano mágico de Eral Hines…
Contenido del CD:
Frank
Trumbauer And His Orchestra: I'm coming Virginia, Bix Beiderbecke And
His Gang: Jazz me blues, Kansas City Six: Four o'clock drag,
Lionel Hampton & His Orchestra: Save it pretty Mamma, Coleman
Hawkins: Body and soul, Dizzi Gilespie And His Orchestra: Good
bait, Bessie Smith: Baby doll, Bessie Smith: Empty bed blues,
Louis Amstrong And His Orchestra: Don't you play me cheap, Louis
Amstrong's All Stars: Yellow dog blues, Louis Amstrong's All Stars: Mahogany
hall stomp, Big Bill Broonzy: See see rider, The Chocolate Dandies: Blue
interlude, Champion Jack Dupree: Junker's blues, Big Bill Broonzy: Get
back, Duke Ellington And His Orchestra: Hot and bothered, Duke
Ellington And His Orchestra: It don't mean a thing, Earl Hines: I
ain't got nobody, Jelly Roll Morton: Mamie's blues, Warning's
Pennsylvanians: Stack O'Lee blues, Oscar Peterson: Tenderly Oscar's
Blues.
Jazzuela:
el jazz en Rayuela, la novela de Julio Cortázar (Libro + CD)
Pilar
Peyrats Lasuén
Editoral
Satélite K, Barcelona 2011
ISBN:
9788461545001
144
páginas, 14,50 €
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