Tener y no tener. Adaptación de una novela de Hemingway,
largometraje dirigido en 1944 por Howard Hawks, quien ha buscado a una
jovencísima Luren Bacall para dar la réplica a Humphrey Bogart, en un intento
de convertirla en “su” mujer perfecta, y que ha quedado en los anales de
Hollywood como la película en que la chica dice: “Si me necesitas, silba”. ¿Se
puede pedir más desde la butaca?
Se puede pedir El sueño eterno.
1946. De nuevo Howard Hawks en la dirección, esta vez Raymond Chandler y
William Faulkner en el guión y ante la cámara una de las más bellas y ya
consolidada parejas del cine, Humphrey Bogart y Lauren Bacall, felina y
longilínea, espectacularmente bella, perfecta encendiendo un cigarrillo.
Encendiendo –en el juego de quien lleva
el cigarrillo a los labios, quien lo sujeta en la mano, quien enciende el
mechero, la cerilla- uno, dos, muchos cigarrillos. El cigarrillo forma parte
del fondo de armario del cine negro. Y Lauren Bacall, una belleza que quitaba
el aliento, era la mujer que mejor lo encendía al tiempo que te miraba de abajo
a arriba. La femme fatale sin
parangón de la segunda edad de oro del cine, la que comienza en los últimos
estertores de la guerra y crea un estereotipo que conserva el satin y las plumas de las Dietrich,
West, etc, pero ha incorporado el tailleur
parisino y la libertad ganada haciendo lo que no podían hacer los hombres, que
andaban dejándose la vida en las costas inglesas y francesas. Ninguna como
ella.
Lauren Bacall, icono y leyenda de aquel
Hollywood, acaba de morir cuando le falta un mes para cumplir 90 años en su
apartamento del exclusivo edificio Dakota, en el Upper West Side de Manhattan,
donde tuvo de vecino a John Lennon hasta que murió asesinado, en la puerta, en
1980. Tras una vida de envidiable salud, una caída en el baño a los 86 años la
envió al hospital (“donde no había vuelto desde mi nacimiento”) y le dejó para
los restos “una jodida fractura de cadera” de la que se recuperaba lentamente.
Le había llamado the look, la mirada, por aquella manera suya de atravesar la
pantalla con unos ojos inmensos y rasgados que enfocaban de aquella manera
única; al parecer no era más que timidez: “En Tener y no tener estaba
tan nerviosa que la única manera de mantener la cabeza estable era bajar la
barbilla hasta casi tocar el pecho y elevar los ojos”. Mención aparte también
para una voz, baja, casi ronca, cargada de promesas.
Nacida el 16 de septiembre de 1924 en Nueva York, era
la hija única de una pareja de emigrantes rumanos, que la llamaron Betty Joan.
Perske era el apellido de un padre al que apenas vio tras el divorcio, cuando
ella tenía seis años, compensado por la omnipresencia de una madre convencida
de que “podía comerme el mundo”. A los 8 años decidió adoptar el apellido de su
abuela, Bacal, añadiéndole una l porque las palabras acaban encontrando su propia
música.
Alta y delgadísima, “una percha sin pecho y con
grandes pies”, con un espléndido cabello ondulado, empezó posando para portadas
de revistas. A los 19 años fue la protagonista elegida por Hawks y a los 20 la
mujer de Bogart –el que se definía como “un chico del fin de siglo (XIX)”- que
le llevaba 25, hasta su muerte en 1957 y después de volver a compartir cabecera
de cartel en Los pasajeros de la noche, de Delmer Daves, y Cayo Largo,
de John Houston.
Luego intervino en cerca de sesenta películas, más o
menos afortunadas, entre las que se recuerdan Como casarse con un
millonario, Misery, El crimen del Oriente Express, Lecciones de seducción,
Prêt-à-porter, Dogville y Manderlay. Subió muchas veces a los
escenarios de Broadway (se sigue hablando de su interpretación de Dulce
pájaro de juventud, de Tennessee Williams) y fue recompensada con dos Tony
Awards, el “Oscar del teatro”, por Aplausos, en 1970, y La mujer del
año, en 1981; en 2006 apareció en la serie televisiva de culto Los Soprano
y en 2009 le entregaron el Oscar de Honor a toda una carrera: esa estatuilla
que la Academia de Hollywood regala cuando cae en la cuenta de haberse olvidado
de una de sus leyendas, a quien probablemente queda poca vida. Tuvo un largo
romance con Frank Sinatra, un segundo marido también actor, Jason Robards, y
tres hijos.
En la recta final descubrió que podía vender su vida, y
escribió dos autobiografías, Now (Ahora, 1995) y Lauren Bacall By Myself (Por
mí misma, 1978- edición revisada 2005):
“Siempre hay
rumores sobre mí: ‘Oh, es muy difícil. Tenga cuidado con ella’. Personas que ni
siquiera me conocen saben lo que digo y lo que pienso. Bogie era así, mi madre
era asá, yo soy de esa manera…No soy la persona más adorada de la tierra. Deben
saberlo. Hay mucha gente a la que no gusto en absoluto. Pero no me han puesto
en la tierra para ser amada. Tengo mis propias razones para ser como soy y mi
propio sentido de lo que es importante, y lo que no lo es. Y eso no se puede
cambiar”.
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