“Guerra de mentiras” (Curveball), thriller de factura alemana dirigido por Johannes Naber (“El albanés”, “Corazón de piedra”) y protagonizado por Sebastian Blomberg (“El tiempo de los caníbales), Franziska Brandmeter, las conocidas protagonista de series televisivas Franziska Brandmeter y Virginia Kull y Dar Salim (“Submarino”) entre otros, cuenta la forma grotesca en que comenzó la Guerra de Irak, basada únicamente en informaciones falsas, y la implicación del gobierno alemán y sus servicios secretos en aquellos acontecimientos funestos.
Aunque, como miembro de una misión especial de Naciones
Unidas en Irak, Arndt Wolf, experto en armas biológicas, ya buscó sin
éxito pruebas contra Sadam Hussein,
sigue estando obsesionado con la idea de que el dirigente iraquí esconde algo.
Cuando empieza a desistir de que le crean, la aparición de un refugiado iraquí, quien se presenta como
ingeniero químico involucrado en la creación de aquel tipo de armas, lo cambia todo. La inteligencia
alemana pide a Wolf que evalúe si es cierta la información proporcionada por
el refugiado -a quien se ha asignado un
estipendio y se ha dado el nombre de Curveball-
lo que significaría un triunfo de los servicios secretos alemanes sobre
la CIA estadounidense.
Aquí nosotros vivimos muy de cerca la anécdota de esta
historia cuando un nada creíble presidente Aznar intentó hacernos tragar la
historia del ántrax que el dictador iraquí Hussein guardaba en sus bodegas,
para arrojarlo sobre el Occidente infiel. Recordemos que lo hacía para “salvar
su culo” como se dice vulgarmente –que perdió al año siguiente- y justificar la fotografía del “trío de las
Azores”, en la que se había colado vergonzosamente.
Lo mismo que a los adláteres de un George W. Bush empeñado
en colgarse medallas de guerra, a los agentes de esta película alemana les
faltan las pruebas; las pruebas que nunca aparecieron, y que hoy ya se
consideran inexistentes, pero que sirvieron para justificar lo injustificable:
no solo una guerra cruel con millares de víctimas civiles, sino los diferentes
intereses de los servicios secretos de varios países, los propios gobiernos,
los vendedores de armas pesadas y los famosos “contratistas”, que no son otra
cosa que mercenarios vendidos al mejor postor del momento.
Y así, poco a poco, “una historia interpretada se convierte
en realidad y la mentira se transforma en verdad. Una verdad que desencadena
una serie de acontecimientos y que cambia para siempre el paisaje político
mundial”.
En esta película todo tiene un aire falso, quizá porque esa
historia de mentiras ya ha quedado resuelta para la historia, y porque nunca
hasta ahora supimos nada de la implicación de la inteligencia alemana en esta
especie de fabulación que parece montada por aficionados.
Solo que, al
parecer, lo que se nos cuenta en « Guerra de mentiras » es cierto. Una
reseña alemana de la película explica en los albores del año 2000, mientras
todo Occidente intentaba hacer caer a Sadam Hussein, un refugiado que solicitó asilo
político en Munich consiguió que la inteligencia alemana creyera que poseía
informaciones secretas sobre la fabricación de las famosas armas de destrucción
masiva que sirvieron al presidente de Estados Unidos para tocar a rebato y conducir a la guerra a sus
“aliados”.
El gobierno
alemán consiguió demostrar que no había prueba alguna de lo que contaba el
refugiado, pero no fue capaz de impedir la invasión de Irak y la subsiguiente
guerra, con sus decenas de miles de muertos, sus abusos de poder de los
soldados estadounidenses sobre los militares iraquíes, y su destrucción de una
sociedad que casi veinte años después todavía no ha conseguido reconstruirse.
Increíble pero cierto, como advierte el realizador en la primera imagen de la
película.
Definida como
« comedia de espías », digamos que en todo caso es una comedia triste
y muy negra, una farsa satírica de decisiones absurdas que tuvieron
consecuencias terribles. Y que, quizá
porque creemos conocer al dedillo aquellos hechos surrealistas –en realidad, y
con lenguaje de hoy, auténticas fake news-
que condujeron a la invasión de Irak en 2003, nos parece demasiado buena para
ser cierta. Una historia que podría haber salido de la pluma de Le Carré.
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