« Una
hermosa película entre policiaca y onírica, fábula social y poesía fantástica,
en la que el cineasta singapurense Siew Hua Yeo evoca con dulzura la condición
a que se ve reducido todo un subproletariado de inmigrados » (Sophie
Avon , Sud-Ouest)
Todos los años, Singapur gana varios metros al océano importando toneladas de arena de los países vecinos, lo mismo que una mano de obra barata. En una de las obras de vertido de toneladas de arena en el litoral, Lok, un inspector de policía investiga la desaparición de Wang, un trabajador chino que tras romperse un brazo en un accidente de trabajo se encarga de trasladar a los obreros en una camioneta.
Las indagaciones llevan al inspector
hasta un cibercafé nocturno, donde se dan cita los insomnes y Wang se refugia,
lo mismo que otros habitantes de la ciudad, para huir del asfixiante calor que impide
conciliar el sueño y disfrutar del aire acondicionado (que como recuerda
continuamente la encargada del local “no es gratis”), al tiempo que. se practican
juegos online y se establecen amistades virtuales que, al final, son las únicas
posibles en un lugar donde uno es siempre extranjero, no conoce la lengua de
los demás compañeros y está atado al dueño de la empresa, prácticamente para
siempre, porque le debe el dinero del viaje, la comida y el acomodo en
atestadas habitaciones, sin luz ni agua, donde las literas chocan unas con
otras. En sus indagaciones, el inspector
acabará encontrando una verdad que no esperaba.
Sorprendente, “A Land Imagined”
(Un país imaginado), el primer largometraje del realizador singapurense Yeo
Siew Hua, premiado en el Festival de Locarno –especializado en el cine de autor
y, por lo mismo, en el descubrimiento de jóvenes talentos- con el Leopardo de Oro a la Mejor película, y
en la Seminci de Valladolid con el galardón a la Mejor fotografía, es una
extraña historia policíaca que nos habla de algo que sucede, sombrío y trágico,
en la trastienda del fulgurante éxito
económico del Singapur de los últimos años.
El país imaginado es ese
territorio urbano que es Singapur –la República de Singapur, la imagen más
representativa del capitalismo en su grado máximo, ciudad-estado situada en el
sur de la península de Malasia que comprende 63 islas con una superficie total
de 724 kilómetros cuadrados, de los que
más de quinientos corresponden a Pulau Ujong, la mayor de las islas, con la
mayor densidad de población de Asia y la segunda del mundo-, donde se dan cita
unos cuantos puñados de trabajadores de cuello blanco, la mayoría occidentales
y pertenecientes a los sectores de la banca y las finanzas, un estrato
intermedio de informáticos muy especializados crecidos en el último cuarto de
siglo, y cientos de miles de obreros manuales pobres llegados de todos los
rincones de Asia -con una mayoría china
más arraigada que cuenta con su propio barrio- con sus correspondientes
costumbres, religiones y tradiciones culturales. Pero es sobre todo esa ficción
nacional que se construye con la arena de los países vecinos y la fatiga y el
insomnio de los trabajadores que llegan para extender esa arena y llenar los
dormitorios donde es imposible conciliar el sueño
(“-¿Qué es esta tierra que modelamos a nuestro antojo?
–Agente, no le
entiendo. Es demasiado profundo para mí”)
Con los códigos habituales de un
thriller casi clásico, “A Land Imagined” denuncia una situación social, que por
repetida no deja de ser indignante, subrayada por una relación sentimental que
pese a no resolverse tiene una fuerza enorme, y todo lleno de metáforas y
simbolismos, algunos de los cuales se me escapan, como la compra que hace el
policía de esa lámpara absurda, más propia del vestíbulo de un teatro que de un
reducido apartamento iluminado, como todo en la ciudad, por el neón de la acera de enfrente.
En “A Land Imagined” –donde la
metáfora mayor es esa arena que se vierte por toneladas y va modelando el
trazado de la costa (“en el mapa, la costa es completamente recta”, dice uno de
los personajes) para uso y disfrute de los delirios inmobiliarios- ni el policía Lok, ni el
obrero Wang, ni su amigo el paquistaní Ajit, ni Mindy, la guapa empleada del
cibercafé, consiguen dormir en la ciudad que crece cada día, todos caminan
arrastrando una fatiga de siglos. En la sala, al espectador le cuesta
distinguir el sueño de la realidad, como le cuesta diferenciar entre el
cansancio de unos y de otros. El director ha “inventado un espacio para la
alianza de personas cansadas”. (Luc Chessel, Libération)
“Singapur es un sueño o una
alucinación colectiva”, declaró el realizador, Yeow Siew Hua, en la
presentación de la película en París hace unos meses.
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