Después de la película “Loving Vincent”, que vimos el otoño
pasado, la figura del gran pintor impresionista/expresionista
Vincent Van Gogh regresa a la gran pantalla con el documental “Van Gogh.
De los campos de trigo bajo cielos nublados”, título de una de sus obras más
conocidas, dirigido por Giovanni Piscaglia.
Un viaje cinematográfico a través de la mayor
colección privada del pintor holandés, la de su compatriota Helene
Kröller- Müller (1869-1939), que
en los primeros años del siglo XX compró hasta 300 obras de Van Gogh y fundó el
Kröller-Müller Museum de Otterlo, y de la exposición que con el mismo nombre
que el documental y organizada por el crítico de arte Marco Goldin se celebró
en la Basílica Palladiana de Vicenza, en la primavera de 2018, y que recoge 40
cuadros y 85 dibujos.
Un documental emocionante, narrado con
enorme ternura y acompañado por una música extraordinaria del compositor y
pianista Remo Anzovino, que acompaña los
cuadros con un relato de la unión espiritual entre dos personas –el pintor y la
millonaria holandesa- que no se encontraron nunca (cuando Van Gogh se suicidó, en 1890, Helene tenía 21 años). Pero comparten la misma atracción por la
búsqueda del absoluto, del arte y de la dimensión religiosa. Dos personas que
dejaron sus inquietudes plasmadas en gran número de cartas que hoy proporcionan
mucha información y aportan un valor histórico al documental.
La voz intensa y la presencia de la actriz y realizadora Valeria Bruni
Tedeschi (“Locas de alegría”, “El capital humano”) acompañan esta
historia, filmada en la iglesia de Auvers-sur-Oise donde Van Gogh pintó
solamente unas semanas antes de suicidarse en un cercano campo de trigo.
Una historia que nos habla de aquel Van Gogh, hijo de un pastor protestante, que pintó durante los últimos diez años de su
vida –después de fracasar como misionero con los mineros belgas- sin conseguir
vender un solo cuadro hasta después de muerto; del pintor holandés autor de
obras maestras como “Los girasoles”, “La noche estrellada”, “El café de
noche”…; el hombre de los momentos atormentados, de la frustración de no lograr
seguir le camino del padre, de la estrecha relación con su hermano y mecenas
Theo, de su vida marginal en la que solo conoció un amor fallido con una
parienta y otro con una prostituta, de su fracasado intento de vivir con
Gauguin y la consiguiente crisis que le lleva acortarse el lóbulo de una oreja,
de su ingreso en el sanatorio para enfermos mentales de Saint-Rémy, de sus
viajes desde los molinos de viento de su Holanda natal a la capital del arte,
París, a la Provenza, al norte de Francia y sus últimas semanas en Auvers-sur-Oise,
donde puso fin a su vida en una
modestísima habitación de pensión por la que pagaba 3,50 francos diarios.
Lugares encantadores de Italia, Francia y
Holanda, paisajes intensos que se trasladan a brochazos a las telas de Van
Gogh, pensamientos atormentados, colores y una luz que engrandece las pinturas,
protagonistas apasionados… con estos elementos Piscaglia ha construido un
hermoso cuento en imágenes del arte y el genio de Van Gogh que no deja indiferente.
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