“Un guión sobre la amargura que se inclina por una fácil acumulación de guiños
generacionales (…) y anotaciones directamente sacadas de las páginas de “tendencias”
de las revistas. Lástima que una película sobre una extraña amistad fallida
adopte la forma de una ocasión fallida”. (Cahiers du Cinéma).
Poco
más que añadir a la llegada a los cines españoles de Mientras seamos jóvenes
(While We’re Young, algo falla en este título), película neoyorquina “a la
manera” de Woody Allen, dirigida por Noah Baumbach del que recordamos una
excelente Frances Ha, que descubrió a su pareja y colaboradora en el guión
Greta Gerwig, a años luz de ésta, su última producción, historia de una amistad
imposible entre dos parejas: una en torno a los 40, “bobos” (bohemios
burgueses); la otra de veinteañeros tirando a caricatura de hipsters ( término
sociológico que describe a personas que no han llegado a los 30, están
completamente informados de las tendencias y frecuentan los lugares de moda,
frecuentemente de forma ostentosa. Simplificando es la versión joven,
hipermoderna del bobo), en la que el realizador da un repaso a las modas
urbanas del momento: del iPad a los baños desnudos, las fiestas con
indumentaria colorista donde “todos follan con todos” (o casi) y las sesiones
de meditación new age donde se bebe ayahuaska y “todos se buscan a sí mismos” (tecnología
aparte, no he visto mucha diferencia con las formas de vida de unos ciertos
hippies de los años 1970, al final las cosas parece que no han cambiado tanto,
con la diferencia de que aquellos eran mucho menos cínicos).
El
todo interpretado por Naomi Watts (Birdman, St. Vincent) / Ben Stiller (Un dúplex
para tres, Zoolander; lo siento, a este chico, aprobado por la crítica
internacional, yo no consigo verle más que dando la réplica a Jennifer Aniston
en una comedia insustancial), en la pareja de “los mayores” Cornelia y Josh, y
Adam Driver (Lincoln, Bluebird) y Amanda Seyfried (Los miserables, Lovelace) en los jóvenes Jamie y Darby, aunque lo cierto
es que ambos han cumplido ya los treinta, y se les nota. Los mayores están
establecidos, pertenecen a esos profesionales que se conoce como “creativos” y
se mueven en el mundillo del documental, lo que le sirve a los guionistas para
unas cuantas disquisiciones gratuitas sobre la objetividad y la verdad. El
joven Jamie también quiere hacer documentales y vampiriza todo lo que se le
pone cerca; su mujer, Darby, no parece tener una ocupación concreta, lo que le
permite ser “muy libre”, divagar continuamente e incluso ocuparse de su
mascota, una gallina encerrada en una jaula. Para Cornelia y Josh conocer a la
pareja de jóvenes es como dar marcha atrás para empeñarse en recuperar una
juventud que empieza a escaparse… pero que no es la suya.
Amarga
fábula generacional (de rivalidad generacional), siempre previsible, con final “moral”:
solo un hijo será capaz de hacer de contrapeso al individualismo (hiper
también) egoísta que durante toda la película lamenta la pérdida de esa
juventud que, lamentablemente, sabemos es una enfermedad que se cura con el
tiempo.
“Mas
que mala, banal” (de la crítica internacional)
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