Manual para coger la
enfermedad y fabricarse con ella una vida nueva
“ma ma”, la última película de Julio Medem
dedicada “A ellas”, protagonizada por Penélope Cruz (también productora),
Luis Tosar y Asier Etxeandia es, para su guionista y realizador, “un canto a
la vida. Un drama que tiene mucha luz y amor”.
Confieso
haber salido de la proyección con sentimientos encontrados. Por una parte,
qué duda cabe que solo puede suscitar solidaridad y empatía el drama de
tantísimas mujeres que sufren un cáncer de mama; el hecho de que a medida que
la ciencia se perfecciona sean cada vez más las que se curan completamente de
una enfermedad que hace apenas unos años era mortal –conozco a varias- no le resta ni sufrimiento ni dramatismo a
la situación por la que pasan esas mujeres durante meses, y muchas veces
años, teniendo que aprender a convivir con un cuerpo mutilado y sin defensas,
más los efectos colaterales de las sesiones de quimio y radio.
Y
que solo se puede reconocer y admirar el valor del equipo de cineastas que
han sacado adelante este proyecto de los últimos meses de una “superviviente”
en todos los sentidos: sin trabajo a cuenta de la crisis, abandonada por un
marido profesor que se ha largado con la estudiante de turno, se descubre un
bulto en el pecho y el ginecólogo le confirma un primer cáncer. Meses más
tarde, cuando ha encontrado un nuevo amor (Luis Tosar), el pelo empieza a
crecer e incluso se ha quedado embarazada, aparece la metástasis invasora…
Otro
sentimiento positivo en “ma ma” ha sido el descubrimiento de una Penélope Cruz
madura y actriz de verdad, que se ha
volcado para darlo todo y configurar una heroína de las que –ocurra lo que
ocurra- nunca se rinden (actitud vital que, confieso, siempre me parece casi
imposible; lo habitual es que, por fuerte que una sea, hay un momento en que
tira la toalla porque esa vitalidad a toda costa deja de compensar).
Entre
los sentimientos negativos está precisamente ese vitalismo arrollador a ultranza y sobre todo la figura
incomprensible de un ginecólogo (Asier Etxeandia, una buena voz, qué duda
cabe) que se entrega en cuerpo y alma a la paciente, acude a visitarla
incluso cuando está de vacaciones en la playa y –lo más increíble- le dedica
canciones en todas partes: en el quirófano antes de la masectomía, en el chiringuito
por la noche… siempre canciones de vida y superación. Ya sé que el cine, como
la literatura, posee la facultad de poder acomodar la realidad a los deseos,
pero no he conseguido creérmelo. Ni mucho menos el final cuando, en torno a la
pequeña nacida del último amor de la difunta, el ginecólogo, el padre de la
niña y el adolescente nacido del matrimonio con el profesor infiel, entonan a
coro esa misma canción que habla de sufrimiento y vida. Era innecesario.
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