martes, 8 de septiembre de 2015

ma ma, de Julio Medem



Manual para coger la enfermedad y fabricarse con ella una vida nueva

“ma ma”, la última película de Julio Medem dedicada “A ellas”, protagonizada por Penélope Cruz (también productora), Luis Tosar y Asier Etxeandia es, para su guionista y realizador, “un canto a la vida. Un drama que tiene mucha luz y amor”.

Confieso haber salido de la proyección con sentimientos encontrados. Por una parte, qué duda cabe que solo puede suscitar solidaridad y empatía el drama de tantísimas mujeres que sufren un cáncer de mama; el hecho de que a medida que la ciencia se perfecciona sean cada vez más las que se curan completamente de una enfermedad que hace apenas unos años era mortal –conozco a varias-  no le resta ni sufrimiento ni dramatismo a la situación por la que pasan esas mujeres durante meses, y muchas veces años, teniendo que aprender a convivir con un cuerpo mutilado y sin defensas, más los efectos colaterales de las sesiones de quimio y radio.

Y que solo se puede reconocer y admirar el valor del equipo de cineastas que han sacado adelante este proyecto de los últimos meses de una “superviviente” en todos los sentidos: sin trabajo a cuenta de la crisis, abandonada por un marido profesor que se ha largado con la estudiante de turno, se descubre un bulto en el pecho y el ginecólogo le confirma un primer cáncer. Meses más tarde, cuando ha encontrado un nuevo amor (Luis Tosar), el pelo empieza a crecer e incluso se ha quedado embarazada, aparece la metástasis invasora…

Otro sentimiento positivo en “ma ma” ha sido el descubrimiento de una Penélope Cruz  madura y actriz de verdad, que se ha volcado para darlo todo y configurar una heroína de las que –ocurra lo que ocurra- nunca se rinden (actitud vital que, confieso, siempre me parece casi imposible; lo habitual es que, por fuerte que una sea, hay un momento en que tira la toalla porque esa vitalidad a toda costa deja de compensar).

Entre los sentimientos negativos está precisamente ese vitalismo arrollador a  ultranza y sobre todo la figura incomprensible de un ginecólogo (Asier Etxeandia, una buena voz, qué duda cabe) que se entrega en cuerpo y alma a la paciente, acude a visitarla incluso cuando está de vacaciones en la playa y –lo más increíble- le dedica canciones en todas partes: en el quirófano antes de la masectomía, en el chiringuito por la noche… siempre canciones de vida y superación. Ya sé que el cine, como la literatura, posee la facultad de poder acomodar la realidad a los deseos, pero no he conseguido creérmelo. Ni mucho menos el final cuando, en torno a la pequeña nacida del último amor de la difunta, el ginecólogo, el padre de la niña y el adolescente nacido del matrimonio con el profesor infiel, entonan a coro esa misma canción que habla de sufrimiento y vida. Era innecesario.


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