Lamentablemente,
el debut al otro lado de la cámara de la actriz Leticia Dolera deja mucho que
desear. La película Requisitos para ser una persona normal es un compendio de
lugares comunes y gags vistos una y mil veces en otros filmes, y sobre todo en
series televisivas. Nada nuevo en torno a una extravagante y “guay” chica de 30
años (la propia directora también autora del guión, ergo, responsable absoluta
del desastre) sin trabajo, a la que en una entrevista preguntan “¿Qué es una persona
normal?”, y responde enumerando una serie de requisitos que ella no cumple.
En
torno a ese decálogo transcurre toda la trama, absolutamente intrascendente, en
la que nos presenta a su hermano –discapacitado y gay, así en un solo personaje
se cumplen dos reivindicaciones sociales-, a su madre, viuda inconsolable –
Silvia Munt, horrenda, con una tonelada de botox en los labios-, al colega de
su hermano, dependiente de Ikea, junto al cual disfruta tirándose pedos bajo
una manta, y a un grupito de pijos, que hablan “en pijo”, juegan al paddle,
asisten a inauguraciones de galerías y a catas de vinos.
Y
ya está (como dice ese anuncio absurdo en el que una madre guay le explica a su
niña “lo de la cigüeña”). Eso es todo y todo es mentira: porque está hablando
de la generación sacrificada con una frivolidad que pone los pelos como
escarpias: han estudiado carreras y han hecho masters y posgrados pero no
tienen trabajo, están obligados a vivir con sus padres, se plantean emigrar a
trabajar de camareros… y, sin embargo, todo va de buen rollo, parecen
desgraciados pero en el fondo son felices, la vida es una tómbola, tom, tom,
tómbola…
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