¿Quién no ha deseado, tras pasar
por una situación que te supera, querer cambiar de vida? Algo tan sencillo y
tan habitual como esto es la peripecia que narra la película Aprendiendo a
conducir (Learning to drive), de la cineasta catalana Isabel Coixet, que se
estrena en la comedia y ha contado con unos protagonistas infalibles, Sir Ben
Kingsley (Gandhi) y Patricia Clarkson (Shutter Island), pareja que también
protagonizó en 2008 Elegy, de la misma realizadora.
El marido de Wendy, crítica
literaria que vive en Manhattan, acaba de abandonar la casa familiar para
marcharse a vivir con una de sus alumnas. Desconcertada y sintiéndose muy sola
–la hija de la pareja estudia en otra localidad- decide sacarse el carnet de
conducir (algo que hasta entonces ni se le había ocurrido pensar porque siempre
conducía el marido), no tanto para poder visitar a su hija, aunque esa sea la
excusa que se da a sí misma, como para hacer algo diferente. Su profesor es
Darwan, un refugiado político sij que alterna el trabajo de taxista con el de
instructor de autoescuela y va a casarse con una mujer desconocida, enviada
desde India por su hermana.
En las clases, Wendy descubre que
no solo está aprendiendo a disfrutar de un trocito de libertad hasta entonces
desconocida sino que también hay vida al otro lado del puente de Brooklyn. En
sus encuentros en el interior del coche, ambos, la escritora y el taxista,
aprenden también a dar un sentido nuevo a su lenguaje emocional con el fin de
poder iniciar cómodamente la nueva vida que tienen planeada. Moraleja: siempre
es posible aprender de los otros.
Aprendiendo a conducir es una
película con muchas virtudes: inteligente, refrescante, sencilla, muy bien
contada, con unos actores excepcionales y una dirección que ha encontrado el
punto justo para dar una lección de vida y amistad, que también es una forma –a
veces la más excelsa- de amor. Confieso haber ido a verla con cierta aprensión
porque, hasta ahora, Coixet no figuraba entre mis autoras preferidas, y haber
salido encantada de la proyección.
La realizadora conoció hace varios años
el ensayo publicado en 2002, en el semanario New Yorker, por la poetisa y crítica
feminista Katha Pollit, sobre la historia real de una escritora a la que su
marido había abandonado “por una alumna” (“cosa que suele suceder”, dice) y en
ese momento decidió aprender a conducir: el instructor de aquel caso era
filipino. Las dos líneas en que puede resumirse el argumento tienen el
suficiente gancho como para construir una historia compacta y Coixet ha tenido
el talento de adivinarlo, hacer con ello una deliciosa película “de encargo” y
confesar en su presentación que también ella, cuando se separó del padre de su
hija, empezó a asistir a clases para aprender a conducir.
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