La
mirada del silencio (The look of silence) es la segunda parte del díptico del
director estadounidense Joshua Oppenheimer sobre las consecuencias del
genocidio que tuvo lugar en Indonesia. La primera parte, The Act of Killing,
estuvo nominada al Oscar y conquistó a Werner Herzog y Errol Morris, hasta el
punto de que se involucraron en ambas películas como productores ejecutivos.
Una de las películas favoritas en el
pasado Festival de Venecia, donde se alzó con el Gran Premio del Jurado, La
mirada del silencio es un documental centrado en la sangrienta depuración
anticomunista, llevada a cabo en Indonesia en 1965, siguiendo a una familia
superviviente y muy especialmente al último de sus miembros, Adi Rukun, que
tenía 44 años en el momento del rodaje y que había decidido investigar la
muerte de su hermano mayor, ocurrida en 1965, cuando él no había nacido
siquiera.
Adi
Rukun "quería que los criminales reconocieran que lo que habían hecho fue
un error”, dijo Joshua Oppenheimer en un mensaje enviado por vídeo, «pero
ninguno de ellos estaba dispuesto a hacerlo. Tan solo la hija de uno fue capaz
de reconocerlo, dando un ejemplo de dignidad y responsabilidad».
En
1965 el ejército se hace con el poder en Yakarta. Tras el asesinato de seis
generales del ejército indonesio, el presidente Suharto decidió que el
responsable era el Partido Comunista Indonesio, y encargo que se llevaran a
cabo “expediciones de castigo” que duraron un año y dejaron un saldo de entre
500.000 y un millón de muertos, por su pertenecía –real o supuesta- al PC.
Oppenheimer encontró a varios de los torturadores –“un puñado de mafiosos
psicópatas”- que tomaron parte en la masacre y que jamás fueron juzgados.
Frente a la cámara, amparados por la impunidad que les proporciona un poder
corrupto, se despachan con total libertad, recuerdan con orgullo sus
actuaciones, relatan escenas de tortura, sin manifestar el menor remordimiento,
ni compasión por las víctimas de un asesinato masivo. No ocurrió lo mismo con
los supervivientes, que mayoritariamente siguen negándose a hablar, por miedo a
represalias.
La
mirada del silencio es un ejercicio de cinema-verité un
poco kitsch en la forma (de colores primarios y brillantes, muy orientales, a
los que no estamos habituados en los documentales occidentales); una zambullida
vertiginosa en los bajos fondos del alma humana, “una sobrecogedora reflexión
sobre el acto de matar”, una película en la que todo lo que se cuenta parece
obsceno, una exhibición del mal en estado puro.
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