No
llores, vuela, incomprensible historia donde las haya, es una de esas películas
en las que el final te pilla con la boca abierta y un gran interrogante en la
cara, además de unas ganas inmensas de gritar: ¿Qué acabo de ver? ¿Qué me han
contado? ¿Qué los milagros existen, que hay que seguir confiando en tu madre
aunque se encuentre no sé sabe en qué lugar de la nevada Manitoba organizando
ceremonias de imposición de manos? ¿Que, como dicen siempre, la familia es lo
más importante y cualquier cosa vale para reconciliar a un hijo con su
progenitora?.
La
verdad, ni idea. Dirigida por Claudia Llosa, 38 años, peruana y sobrina del
Nobel Vargas Llosa (Oso de Oro en la Berlinale de 2009 por La teta asustada),
con aparato de gran coproducción (Francia-Canadá-España), e interpretada por
Jennifer Connelly (Oscar 2001 por Una mente maravillosa) en la madre, Cillian
Murphy (El caballero oscuro, Origen) en el papel del hijo y Melanie Laurent
(Malditos bastardos, Enemy) en la periodista canadiense que cree en los
curanderos, No llores, vuela explica el reencuentro de la madre y el hijo, gracias
al empeño de la periodista.
Y,
ya está (como dicen en ese anuncio televisivo de una clínica de reproducción
asistida, en el que una joven madre explica a su hijo el cuento de la cigüeña).
Como
es evidente que no me ha gustado, porque parece que no me he enterado de nada,
aquí van las palabras que dedicaron a esta película en la publicación
filmdeculte.com cuando se presentó en el Festival de Berlín 2014, donde Melanie
Laurent recibió el Premio a la mejor actriz: “Lejos de crear misterio o
emoción, cada escena viene a contradecir, anular y hacer más densa la
precedente, formando un magma enigmático y particularmente angustioso. A través
de esta niebla parecen emerger ideas interesantes (¿esta mujer curó
verdaderamente a un ciego solo con tocarle?, ¿qué función tiene esa extraña
escultura gigante que no se puede tocar si no se ha pasado satisfactoriamente
una prueba?), pero inmediatamente desaparecen como espejismos subliminales y
frustrantes”.
Pese
al galimatías, al crítico le gustó mucho la película que definió como “un gran
ovillo de lana que se va desenredando a medida que avanza” el relato. En mi
opinión, lo peor es el final, cuando se conocen los detalles que le faltaban a
la historia y todo se resuelve en medio de llantinas interminables.
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