A la chita callando, sin bombo y
platillos pero con luces y fuegos artificiales, con el mismo sigilo con que han
pasado de la austera economía comunista al despilfarro y la corrupción del
capitalismo, y para alegría de unos ciudadanos que no están precisamente
sobrados de ellas, los chinos –lo que equivale a decir las autoridades de la
República Popular de China- dieron un paso más en su incorporación a la cultura
“occidental” instaurando oficialmente hace tres años el 1 de enero como “día de
año nuevo”, pese a que los más de mil trescientos millones de habitantes del
imperio siguen observando también el calendario de sus ancestros, que sitúa en
el próximo 19 de febrero el comienzo de 4715, año del cordero de los bosques,
que se corresponde con nuestro 2015.
También en China, el 31 de
diciembre 2014 ha sido una fiesta. Más o menos en torno a las 21 horas (de
Europa occidental), el Parque Olímpico de Pekín se encendía con todo tipo de
luminarias coloreadas para celebrar –a base de atletas olímpicos y un concierto
del pianista Lang Lang- la llegada de 2015 y recordar de paso que han
presentado su candidatura para celebrar en el país los Juegos Olímpicos de
invierno de 2022; ocho minutos de pirotecnia iluminaban en Hong Kong los
rascacielos de la antigua colonia británica; en Taiwan miles de personas
asistían a un concierto de música pop, convenientemente aderezado con fuegos de
artificio en el famoso rascacielos Taipei 101, y en Shanghai perdían la vida 35
personas en los empujones provocados, en el bulevar Bund, cuando un “gracioso”
se dedicó a arrojar dólares falsos desde una ventana.
Aquí, en nuestras calles, ya
habíamos tenido ocasión de comprobar la incorporación de “los chinos” a
nuestras tradiciones (cristianas, aunque aprovechando antiguas celebraciones “paganas”
para que entraran con vaselina); en los escaparates de lo que fueron las
tiendas de “todo a cien” -hoy reconvertidas en bazares kitsch donde se
encuentran joyas inigualables para cumpleaños y despedidas de solteros, además
de todo lo que se necesita un domingo a media tarde cuando el resto de las
tiendas están cerradas-, lo mismo que en los negocios de peluquería y manicura
que han proliferado como setas de otoño en el bosque de nuestras geografías,
este año han aparecido unos carteles, escritos –parece mentira- con la peor
caligrafía del mundo (y no digamos la ortografía y la sintaxis), anunciando que
permanecerán cerrados los días 24 de diciembre y 1 de enero.
No es el caso de los propietarios
de esos bazares o peluquerías que tenemos en cada esquina, y que nadie ha
explicado satisfactoriamente todavía de donde ha salido el dinero para
montarlos, pero hay otros chinos, los multimillonarios que se han hecho al
calor de la entrada en el capitalismo más liberal, la exportación al mundo
entero de todo tipo de productos originales y falsificados y la especulación
inmobiliaria en un país que expropia manu militari (y que cada vez huele más a
putrefacto), que se han convertido en los primeros consumidores del mercado
mundial del lujo (automóviles de alta gama, ropa de alta costura, fastuosos
apartamentos, cuadros, esculturas, joyas, perfumes…), según la autorizada voz
de un tal Jonathan Siboni, cofundador de DEAL (Developing Euro-Asian Links), y
presidente de Luxurynsight, “primera plataforma de inteligencia económica
dedicada al sector del lujo”, además de profesor en Ciencias Políticas y ESSEC
(Gran Escuela de Comercio) de Reims, quien dedica un seminario completo a
reflexionar acerca de cómo se ha pasado en China del confucionismo al
capitalismo, después de dejar atrás el budismo y el comunismo, y quienes son
los nuevos ricos chinos.
A juzgar por lo que podemos leer a
diario en las páginas económicas de los diarios, los nuevos ricos chinos se
dividen en dos grupos: los que como Zhou Yongkang, ex jefe de seguridad
interior (cargo equivalente al de Ministro del Interior), son protagonistas de
un escándalo mayúsculo de corrupción, les expulsan del Partido Comunista y les
encierran en la cárcel, en lo que para algunos comentaristas internacionales no
es más que la continuación del caso de Bo Xilai (1), y los que consiguen
escapar a la operación limpieza de las autoridades de Pekín y con sus cientos,
o miles, de millones compran comarcas enteras de Africa para construir pueblos
y “explotar” sus minas (y a sus mineros), y también fábricas, museos y hoteles
de cinco estrellas en la muy vapuleada vieja Europa, compitiendo con los
reyezuelos del Golfo petrolero.
La detención de Zhou Yongkang el 5
de diciembre de 2014, considerado hasta entonces uno de los “intocables” del
régimen, ha sido el punto y final de una vasta operación policial que ha sacado
a la luz más de diez mil millones de dólares, pertenecientes al cacique y sus
parientes. En los últimos veinte años, Zhou Yongkang había construido una red
de apoyos políticos y económicos que, antes de elevarle al más alto nivel del
estado, al de director de todas las policías chinas que son muchas, le llevaron
a dirigir la CNPC (China National Petroleum Corporation), la casa madre de
Petro-China, la mayor sociedad de extracción de crudo del país, por lo que
todos los responsables locales le buscaban para conseguir, al precio que fuera,
financiación para sus proyectos, lo que le permitió hacerse con una “clientela”
que pagaba religiosamente los favores.
(1) Ex Ministro de Comercio, 64
años, conocido como “el príncipe rojo”, caído en desgracia y condenado a cadena
perpetua en 2013, interno en la cárcel de Qincheng, en el norte de Pekín (una
establecimiento “de cinco estrellas” que no figura en ningún mapa de la ciudad),
donde ya se encontraba su padre Bo Yibo, compañero de viaje de Mao Tse Tung y
encarcelado desde los años negros de la revolución cultural. "Bo Xilai
representaba la oposición a la línea Xi Jingping en el Partido Comunista,
mientras que Zhou Yongkang era el hombre en la sombra que ejercía una inmensa
influencia entre bastidores” analiza Jean-François Dufour, presidente-fundador
de la agencia de consejeros DCA-China Analyse. La detención de Zhou Yongkank
sería pues, según este analista, una forma de desembarazarse de uno de los
personajes más molestos para la línea política del presidente chino. Sin
olvidar lo de la corrupción, claro.
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