Cien años después no es Juan
Rulfo, el mexicano que ha atravesado el tiempo con solo dos libros, la
colección de 17 cuentos “El llano en llamas” y “Pedro Párama”, la novela de la
desolación, en palabras de su autor “relato de un pueblo: una aldea muerta,
en donde todos están muertos, incluso el narrador, y sus calles y sus campos
son recorridos únicamente por las ánimas y los ecos capaces de fluir sin límites
en el tiempo y el espacio”.
No es Juan Rulfo, sino veintitrés
escritores de los dos lados del Atlántico quienes ahora celebran el centenario
de su nacimiento en un libro-homenaje de relatos editado por la filóloga
cubana, residente en Madrid, Mayda Bustamante.
Juan Rulfo es considerado por
muchos historiadores de la literatura en castellano como el precursor de la
llegada a las letras españolas de los mejores escritores de un siglo, el XX,
que vio desfilar a todo el “boom” latinoamericano, llegado para quedarse y para
enseñarnos las inmensas posibilidades de una lengua que reinventan en cada uno
de los países.
La
escritora argentina Liliana Díaz Mindurry se encarga del prólogo con un ensayo
titulado “Rulfo: la raíz de la miseria”, en el que relaciona los relatos del
libro con los temas de la obra de Rulfo: “Todos estos murmullos brotados de la
obra de Rulfo, murmullos de vivos y muertos son, después de todo, la
literatura. Su obra crece en nosotros, revela y esconde. Nos quedan
nuestros propios murmullos asombrados, que no afirman ni niegan,
sino que interrogan. El llano en llamas y Pedro Páramo logran
producirnos esa desinstalación que es la belleza. Balbuceamos la sensualidad de
haber leído la magnificencia de semejante obra. La piedra y el páramo de
nuestro origen crecen leyendo a Juan Rulfo, y nos llevan a fantasear y escribir
nuevas ficciones en este libro, nuestro particular modo de rendirle homenaje”.
En los
23 homenajes personales que reúne este libro, de escritores muy dispares que
han optado por temáticas y géneros diferentes, sobrevuela el mundo de Juan
Rulfo, sus personajes ásperos y sobre todo Comala, ese pueblo ficticio que es
más real que muchos auténticos, tan real y tan fantástico como años después
sería el Macondo del colombiano
Gabriel García Márquez, deudor reconocido de Rulfo, quien dijo de “Pedro
Páramo” que es “si
no la mejor, si no la más larga, si no la más importante, sí la más bella de
las novelas que se han escrito jamás en lengua castellana”. “Mediante un
fascinante vaivén entre el paisaje y su gente, entre el pasado feudal y sus
fantasmas”, Rulfo abrió el camino a una “literatura
autorreflexiva que se construye a medida que es leída”.
A
Juan Rulfo (1917-1986) le bastaron dos libros breves para convertirse en un escritor
con un mundo propio. Como Borges, como Alejo Carpentier, como García Márquez,
como Cortázar (y algunos pocos más). Un mundo que procede directamente de sus
vivencias: cuando tenía cinco años vio
su padre muerto de un balazo en la espalda, a lomos de un caballo. A los
nueve se quedó sin madre. Luego vivió con su abuela pero enseguida le mandaron
a un orfanato, del que salió a los 18 años. No consiguió ingresar en la
universidad, para estudiar derecho, y se convirtió en un empleado público del
servicio de Inmigración, donde acumuló un parte importante de los conocimientos
que después le valdrían para dibujar personajes, caracteres, hablas…“Llenos de
hambre y de cansancio, sin decir nada ni pelearse con nadie, sin fundar
naciones, atravesar puentes o conversar sobre jazz y literatura en los cafés
parisinos, sus personajes nos revelaron a México, a los muertos, al sonido del
silencio”, escribe Deborah Quining en La diaria de Montevideo.
De
burócrata, Rulfo pasó a publicista,
guionista y contratado en una productora de televisión. Dicen que cundo inventó
el pueblo de Comala tenía 35 años y era vendedor de neumáticos para automóviles.
A
lo largo de su obra, Rulfo explora esa migración forzada por el hambre y la
violencia, a la vez que despliega una capacidad monstruosa para crear escenas y
personajes, dando forma a sentimientos y estados de ánimo que sólo pueden
sobrevivir y tener sentido allí, en su mundo de “campesinos, indios, ruinas,
cielos encapotados y campos resecos”. El desierto donde triunfa la escritura. A
la vez, establece la ficción como el mayor recurso para enfrentarse a la
condición humana, con sus tragedias personales, conflictos familiares y
revueltas donde aparecen las balas.
En los veintitrés
homenajes personales que reúne este libro, de escritores muy dispares que han
optado por temáticas y géneros diferentes, sobrevuela el mundo entero de Juan
Rulfo, sus personajes pero sobre todo Comala (“Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi
padre, un tal Pedro Páramo”, comienza la novela), ese pueblo ficticio que es más real que muchos
auténticos, tan real y tan fantástico como años después sería el Macondo
del colombiano Gabriel García
Márquez, deudor reconocido de Rulfo, quien dijo de “Pedro Páramo” que es “si no la mejor, si no la más larga, si
no la más importante, sí la más bella de las novelas que se han escrito jamás
en lengua castellana”.
De los veintitrés relatos, mis preferidos son
“Ya llegó su padre”, del mexicano Mauricio Barés, y “Comala bajo la lluvia”,
del guipuzcoano Pedro Antonio Curto.
“Rulfo.
Cien años después veintitrés narradores lo celebran”
Edición
de Mayda Bustamante
Ediciones
Huso
ISBN: 978-84-947062-26
268 páginas, 17€
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