Thomas Lilti (“Hipócrates”), 39 años, médico y cineasta, ha dirigido a
dos buenos actores, Françóis Cluzet (Intocable”, “Pequeñas mentiras sin
importancia”, “No se lo digas a nadie”) y Marianne Denicourt (“Hipócrates”,
“Sade”, “El día y la noche”), en “Un doctor en la campiña”, comedia dramática
sobre el complicado día a día de un médico rural (que hubiera sido una
traducción más acorde con la realidad del “Médecin de champagne” francés; lo
aseguro porque tengo algunos familiares dedicados a la medicina rural y lo suyo
está a mucha distancia de los tintes románticos que sugiere una vida “en la
campiña”; más bien, lo mismo que le ocurre al protagonista de la película, su
vida está hecha de avisos de madrugada, subidas o bajadas a casas aisladas a
las que difícilmente llegan las cabras, e incluso algunos difuntos que hay que
sacar por la ventana ya que las escaleras de la vivienda no dan para más de una
persona).
Jean-Pierre Werner es un médico totalmente dedicado a su
profesión que lleva años recorriendo las carreteras y los caminos de la comarca
para atender a sus pacientes. Su vida se ve alterada el día que le detectan un
tumor cerebral y su médico y amigo le envía a la doctora Nathalie Delezia, con
poca experiencia como doctora pero diez años de enfermería a sus espaldas, para
que le ayude. El doctor la recibe con cara de pocos amigos pero poco a poco la
chica consigue hacerse un hueco y los dos “aprenden a cohabitar y a fraternizar”.
“Un doctor en la campiña” es una historia emocionante,
sobria, justa y con evidente intención política. El héroe pertenece a una
especie en vías de desaparición (son muy escasos, en Francia, los doctores en
medicina que se conforman con desarrollar su actividad de médico de familia en
el medio rural, debido fundamentalmente a la falta de expectativas; el gobierno
socialista de Hollande ha establecido una serie de privilegios económicos con
el fin de atraer a los nuevos licenciados hacia esos destinos que van
quedándose huecos una vez que fallece el propietario de toda la vida de la
plaza; sin mucho éxito, la verdad. Hay que tener en cuenta que en Francia, el
ejercicio de la medicina está muy regulado, incluso en el terreno privado, y
tiene que enfrentarse a muchas dificultades añadidas).
El más que seguro éxito de “Un doctor en la campiña”
corresponde no solo a la capacidad crítica de su realizador -que conoce el
terreno en que se mueve porque ha ejercido durante varios años y en su anterior
película, la excelente “Hipócrates”, trató de la medicina en el medio
hospitalario-; también a la pareja de actores protagonistas, cuya actuación
oscila entre lo cómico y lo romántico en sus recreaciones del “médico rural” -terapeuta,
camarada e incluso amigo, sin horario y sin derecho a la fatiga- siempre
enfrentado a un cierto grado de soledad y en ocasiones obligado también a curar
los dramas personales, los “males del alma”, tan recurrentes como los del
cuerpo. No olvidemos que en sociedades pequeñas, el médico es el más respetado
y quien mejor conoce a sus individuos porque es “quien les ha visto el culo” a
todos.
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