lunes, 30 de mayo de 2016

Idol: de cantante de bodas en Gaza a estrella del pop árabe

Mohammad es un joven de 23 de años, residente en la Franja de Gaza, que desde niño sueña con cantar en el teatro de la ópera de El Cairo, y que todo el mundo oiga su voz. De forma clandestina consigue burlar la vigilancia israelí, escapar de Gaza y llegar a las audiciones de Arab Idol, especie de operación triunfo que se celebra en la capital egipcia. A medida que va avanzando hacia las rondas finales de la competición, que terminó ganando en 2013, deberá afrontar sus propios miedos y asumir el control de su destino que incluye, entre otras cosas, proporcionar algunos momentos de esperanza y felicidad a toda la región.

En resumen, este es el argumento de la película “Idol” (Arab Idol), dirigida por el realizador holandés-palestino Hany Abu-Assad (“Omar”, “Paradise Now”, ambas candidatas a sendos Oscar) y protagonizada por el joven actor israelí Tawfeek Barhom (“Mis hijos árabes bailan”, “Enas Allos Kosmos”) que encarna al auténtico ganador del concurso, Mohammad Assaf.

Aunque basada en una historia real, antes de comenzar la proyección el autor advierte que la narración está adornada con escenas “ficticias”, lo que imposibilita saber cuánto hay de verdad y cuánto de fantasía. Algo que sí es cierto: poco después de su victoria, Mohammad Assaf fue nombrado embajador de buena voluntad de Naciones Unidas (ACNUR), con una actividad dedicada especialmente a los refugiados palestinos.

Y dicho esto, y, añadiendo que se trata de un relato en positivo, un cuento con final feliz en cuya producción han participado entre otros los Emiratos Arabes Unidos y Qatar, hay que destacar que la película tiene dos partes muy diferenciadas, y con muy distinto interés. La primera, cuando el joven cantor es todavía un niño de 10 años que comparte sueños con su hermana, algo mayor, y dos amigos, es interesante, emotiva, muy creíble y con una dosis de dramatismo que llega muy bien al espectador, precisamente porque se trata de niños.

Capitaneada por Nour, la niña de 12 años, “la banda” se esfuerza por conseguir dinero para comprar instrumentos, haciendo trabajos para los vecinos y siempre con el futuro triunfo de Mohammad en el horizonte; esfuerzos realmente elogiables que culminan finalmente en algunas actuaciones en bodas y celebraciones familiares, y en la aparición de una especie de mecenas-productor que les enseña lo que no saben del “negocio”, que es prácticamente todo.

La segunda parte, en cambio, es solo una sucesión de episodios en escenarios -al tiempo que se produce un “cambio de look” en el aspirante a ídolo, que no le favorece nada-, totalmente carentes de interés y que, además, ocultan los inevitables cambios psicológicos del joven cantante, su manera de encarar las sucesivas victorias, e incluso pasa de puntillas por las reacciones de familiares y amigos de la Franja, algunos claramente fundamentalistas y contrarios a cosas como la música, los bailes, etc.


 

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