Los
documentos filtrados por el ex informático de la NSA (Agencia Nacional de
Seguridad de Estados Unidos) Edward Snowden –hoy refugiado en algún lugar de
Rusia- todavía no han dicho la última palabra. Las últimas revelaciones se
refieren al espionaje practicado no solo por la agencia estadounidense, sino
también por su homóloga británica, el GCHQ, y la forma en que han conseguido
escuchar una gran parte – millones y millones- de las comunicaciones de
telefonía móvil en todo el mundo, sin para ello pedir autorización a los
estados o empresas concernidos, informa Andréa Fradin en el digital francés Rue
89, haciéndose eco de la información publicada por la publicación The Intercept
(https://firstlook.org/theintercept/2015/02/19/great-sim-heist/),
revista digital creada en febrero de 2014 por el abogado Glenn Greenwald, el
periodista Jeremy Scahill y la cineasta Laura Poitras, y editado por First Look
Media, organización financiada por el multimillonario
franco-iraní-estadounidense Pierre Omidyar, para “proseguir la búsqueda de la
verdad” (1).
En
esta ocasión, lo que los espías americanos y británicos han conseguido es
hacerse con copias de las tarjetas SIM, esos ingenios minúsculos que pasamos de
un móvil a otro cuando cambiamos de aparato y que contienen todos nuestros
datos, incluida la agenda, la contraseña, etc. y que en teoría protegen la
comunicación entre el teléfono y la red de telefonía a la que el propietario
está abonado mediante una clave cifrada llamada Ki.
La
empresa Gemalto, que fabrica dos mil millones de tarjetas SIM cada año y las
distribuye entre algunos operadores de telefonía móvil ha explicado a The Intercept
que “también se facilita una copia de la clave al operador para que su red
pueda reconocer el teléfono de una persona y ese móvil se pueda conectar a la
red con la clave Ki programada en la tarjeta. Entonces, el teléfono en cuestión
establece una especie de enlace secreto -que valida que esa tarjeta corresponde
a la clave que tiene la empresa operadora- y, a partir de ese momento, las
comunicaciones entre el teléfono y la red están cifradas”.
Esto
significaría que, en caso de interceptación, a los espías les llegaría una
señal casi inaudible y además descifrarla les costaría demasiado tiempo. Para
subsanarlo, los espías de la NSA y del GCHQ decidieron en su día pasar a
mayores y directamente hurgar en las comunicaciones de los empleados de
Gemalto, para hacerse con las claves de los usuarios, en este caso millones en
las cuatro esquinas del planeta.
Preguntado
por The Intercept, el vicepresidente de Gemalto Paul Beverly ha dicho que se
siente “muy preocupado porque haya podido pasar una cosa así”. Tras añadir que,
por lo que él sabe ni la NSA ni el GCHQ han pedido nunca poder acceder a las
claves de cifrado de las tarjetas SIM, asegura que para ellos “lo más
importante ahora es conocer el tamaño del fallo” que han tenido.
Los
documentos en que se apoya la información publicada por The Intercept se
refieren al año 2010 y solo dan cuentan de tres meses de operaciones de
espionaje en los que, dice el periódico, “se incautaron de millones de claves”.
Pero, ¿alguien se atreve a asegurar que no siguen haciéndolo hasta ahora
mismo?.
Porque
ya en 2009 –continúa la información, siempre sacada de los documentos filtrados
por Edward Snowden que han provocado su exilio- un documento secreto de la NSA
aseguraba que la agencia de inteligencia estadounidense tenía capacidad para
tratar “entre 12 y 22 millones de claves por segundo, para vigilar a esos
objetivos más tarde. Para el futuro, la agencia predecía que podría llegar a
utilizar más de 50 millones de claves por segundo”.
Lo
que -termina el artículo- da una idea del tamaño del robo. Y de la vigilancia.
(1)The Intercept
es la primera publicación creada por la plataforma periodística First Look
Media, creada y financiada por Pierre Omidyar, fundador de la plataforma de
subastas en línea eBay. The Intercept tiene dos objetivos: a corto plazo,
servir de plataforma para presentar los documentos de la NSA filtrados por
Edward Snowden y seguir publicando investigaciones sobre la vigilancia global
que efectúan los agencias estadounidenses; a más largo plazo, The Intercept
tiene el proyecto de editar una publicación generalista, dedicada al periodismo
de investigación “valiente, combativo y que aborde problemas más amplios como
abusos, corrupción financiera y política o violación de las libertades
civiles”. La publicación garantiza a sus fuentes el anonimato y una seguridad
de los ficheros facilitados, similar a la que ofrece Wikileaks, desarrollada
por Aaron Swartz (informático militante por la libertad en Internet, creador
del flujo RSS, de la organización Creative Common y del cibergrupo Demand
Progress, que se suicidó ahorcándose, a los 26 años, el 11 de enero de 2013) y
gestionada por Freedom of Press Foundation, organización no gubernamental
estadounidense creada en 2012 por David Ellsberg, funcionario analista empleado
de la empresa Rand Corporation que en 1971 entregó al New York Times los
“papeles del Pentágono”: 7.000 páginas de documentación “top-secret” militar,
relativa a las decisiones gubernamentales durante la guerra de Vietnam. En 2006
recibió el Right Livelihood Award (más conocido como Premio Nobel Alternativo,
creado en 1980 por el biólogo y filósofo alemán Jacob von Uexkull, pionero de
la biosemiótica, que recompensa a las personas o asociaciones que trabajan y
buscan soluciones prácticas y ejemplares para los desafíos más urgentes del
mundo actual).
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