martes, 21 de octubre de 2014

Drácula. La leyenda jamás contada: ni falta que hacía



El conde Drácula, también identificado en otras ficciones con el príncipe rumano Vlad el empalador, es un personaje de ficción creado en 1897 por el escritor irlandés Bram Stoker en la novela epistolar que lleva el nombre de su protagonista. Desde entonces, Drácula y su leyenda de bebedor de sangre humana se han transformado muchas veces para dar origen a numerosas obras artísticas, especialmente cinematográficas. Existen cerca de 200 películas en las que el protagonista es el conde-vampiro, lo que le convierte en uno de los personajes más populares de la historia del cine y hace de su vida y milagros un género propiamente dicho.

Cada una de esas películas adapta de manera diferente la obra de Stoker, añadiéndole distintas intrigas y distintos secundarios que completan el relato, aunque lo más frecuente es que la narración hable de un Drácula que murió anciano pero conserva un cuerpo lozano cuando cada noche abandona el ataúd para salir a buscar sangre fresca, enamorado de una mujer joven a la que a su vez convierte en vampira, y rodeado de toda una corte de “resucitados” por idéntico sistema.

La primera aparición del conde Drácula en las pantallas tuvo lugar en 1920, con el Drakula dirigido por Karoly Lajthay y protagonizado por Paul Askonas; las siguientes son Nosferatu el vampiro (1922), de Friedrich Murnau con Max Schreck en el hombre murciélago y Drácula de George Melford (1931), con Carlos Villarías en el protagonista. A lo largo del siglo XX hemos visto caracterizados de Drácula a Bela Lugosi, John Carradine, Christopher Lee (probablemente quien más veces ha encarnado al siniestro y morboso personaje), Paul Naschy, David Niven, Klaus Kinski y Gary Oldman, entre otros muchos actores.

Y, dicho todo lo anterior, la última producción del género –Drácula. La leyenda jamás contada (Drácula Untold)- es una vuelta de tuerca inédita, desconcertante y bastante aburrida, a la leyenda de la transformación del príncipe Vlad III en Drácula, lo que da como resultado un vampiro que no está muerto y se rebela contra la necesidad de chupar la sangre de sus parientes y amigos (y menos mal que al menos le han dejado los colmillos). Vamos, un Drácula que ni es Drácula ni es nada, uno más de esos personajes carne de gimnasio que últimamente nos acercan a los protagonistas –reales o ficticios- de nuestros cuentos y leyendas infantiles, en unas producciones llevadas a cabo con muchos medios y poca inteligencia, rodadas en estudio sobre cromalines y con los paisajes y las masas añadidas por ordenador. Nada de lo anterior es algo malo en sí mismo, el progreso técnico –como el científico- están para aprovecharlos. Pero no para hacer chapuzas.

Aquí lo que se pretende es contar la transformación del príncipe Vlad –al que por cierto adjudican un pasado increíble de niño robado por el sultán turco de la época (que, como un falso recuerdo paranoico, recuerda mucho a los famosos “niños de Ceaucescu”)-, desde el conde sádico que mataba a sus adversarios clavándolos en grandes y afiladas estacas hasta el hidalgo arrepentido de sus hazañas anteriores, para acabar siendo el legendario vampiro destinado a sembrar el terror en toda la mitteleuropa de comienzos del siglo XX.

Pero el resultado es otra cosa: “un cuento clásido ahogado en la penumbra de un ortdenador” (Ben Kenigsberg,The New York Times), “apenas otra película sin alma” (Javier Porta Fouz: Diario La Nación), “no funciona ni como historia épica ni como hibrido de acción y horror” (Kyle Anderson: Entertainment Weekly), “esta aburrida historia sobre el vampiro más famoso de la historia sugiere que algunas leyendas es mejor que permanezcan sin ser contadas” (Scott Foundas: Variety ).

Una mala mezcla de películas de romanos y clásicas de acción, dirigida por el debutante irlandés Gary Shore, que –también ha escrito alguien- “no es ni chicha ni limoná”, con excesivo recurso a efectos especiales nada creíbles que cansan y la asemejan a una película de superhéroe. No se salva nada: ni el guión, ni la dirección, ni la interpretación: los actores están mal, carecen de alma, de tensión, de misterio. Drácula. La leyenda jamás contada no aporta nada, ni al cine ni al personaje del mítico conde. Todo estaba ya dicho y mejor dicho.



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