“La película de una generación que no resigna, que crea e inventa un futuro deseable en el que la batalla ecologista y social rima con el placer y la alegría de actuar juntos » (https://www.irrintzina-le-film.com/)
“Anhell69” ( pronúnciese con la h aspirada) ,
ópera prima del director colombiano Theo Montoya, es una oscura y lúgubre
meditación sobre un país y una generación. “¿Qué será el futuro para un país
que nunca conoció la paz”, se pregunta la voz en off de esta película, que no
es otra que la del realizador, también guionista y productor de esta obra inclasificable, más documental que otra cosa,
pero también ficción, cine fantástico y de investigación, que confronta
directamente con la muerte, con los fantasmas de tantísimos muertos que pueblan
las calles y las plazas de una ciudad-Medellín- encerrada entre montañas
Un coche funerario, que al parecer conduce el reconocido cineasta,
escritor y poeta colombiano Víctor Gaviria (“Rodrigo D. No futuro”, “La
venddora de rosas”, “Sumas y restas”, “La mujer del animal”), el padre del cine
neorrealista colombiano de los años 1990, recorre las calles de Medellín mientras un
joven director habla de un momento de su pasado “en esta ciudad violenta y
conservadora”, de cuando preparaba su primera película –una de serie B con
fantasmas- y ante él desfilaba la joven generación queer explicando quién y qué son.
Un casting que se vio interrumpido por la muerte a los 21 años, de una
sobredosis de heroína –“se puso de moda practicar sexo sin protección- de Camilo Najar, quien iba a ser el
protagonista tras haberlo sido en el corto
“Son of Sodom”, del propio Theo Montoya. Najar era conocido por su pseudónimo
de Instagram, « Anhell69 ». La
película es un homenaje a Najar y al también artista drag Sharlott Zadorna, otro personaje fallecido poco después de las
audiciones.
“Anhell69
explora los sueños las dudas y los miedos de una generación aniquilada”, una
generación de chicos que crecieron rodeados solo de mujeres, sin padres que “los
habían abandonado antes de nacer o se habían suicidado”, en un lugar donde
Pablo Escobar, una gloria local, el más célebre de los narcotraficantes internacionales,
era el padre de todos; un lugar en el que los muertos eran tantos que ya no
cabían en los cementerios y sus fantasmas habían empezado a convivir con los
vivos, y donde los jóvenes artistas luchaban para seguir haciendo cine (“Me
enamoré del cine porque el único lugar donde podía llorar”, con una cámara por
arma letal.
Perseguidos por los gobiernos, rechazados por la religión
católica, víctimas de los narcotraficantes, relegados a lo más bajo de la
escala social, buscaban por todos los medios de dar un sentido a su vida. La represión
intentaba desembarazarse de quienes molestaban “en una especie de limpieza
social multidimensional : homos, narcos, guerrilleros… Todos pasan por allí.
Ilusorio querer hacer de sus vidas una
obra de arte, en un país violento donde solo cuenta el presente. La traducción
en imágenes es implacable (Gregory Coutaut. Lemagducine.fr).
Sin pertenecer a una categoría determinada, sin poder encuadrarse en
ninguno de los géneros preestablecidos y con elementos de todos ellos, “Anhell69”
(1) se nutre de la presencia fantasmal de seres desaparecidos –“La mayoría se
suicidaban o morían por sobredosis (…) mis redes sociales comenzaron a
convertirse en un cementerio”- en una
suerte de documental, making-off de las
entrevistas de un casting que comenzó en
2017 con una cámara y una silla, y “ciencia ficción de bolsillo con colores
fluorescentes (en un futuro cercano, una nueva desviación llamada espectrofilia se ocupará de poner en
relación a los muertos con los vivos” (lepolyester.com).
Una película
“de los no creyentes, de los marginados, de los que no pertenecen a nada ni a
nadie, un cine de los que sobran”, una película audaz que interpretan, en
papeles de ellos mismos, los colegas del panorama homo y trans Camilo
Najar, Sergio Pérez, Alejandro Hincapié, Julián David Moncada, Camilo Machado,
Víctor Gaviria, Alejandro Mendigana… una hora y cuarto con esa generación
perdida que, en Medellín, “no podía ver el horizonte”; una cuestión de
geografía pero también una metáfora del lugar donde no se vislumbraba “ninguna
puerta de salida”. (2). Una película trans,
es decir sin un género preciso, sin fronteras, ni clasificación.
Estoy
hablando de una obra, a un paso del cine experimental y en las fronteras de la
realidad, de cine político y militante basado en una experiencia personal
trágica, al que han otorgado marchamo de calidad en el Gran Premio ZIFF-Zinebi
Competencia Internacional al Mejor Film del Festival de cine documental y
cortometraje de Bilbao, una Mención Especial del Jurado y el Premio a la Mejor
contribución técnica de la Semana de la Crítica en el Festival de Venecia, el
Premio Fipresci a la Mejor Película en el Festival de Cine de Gijón; Mejor Película
en el Festival Márgenes, Paloma de
Oro a la Mejor película en el DOk
Leipzig 2022 Y Mención Especial del Jurado-Competencia Latinoamericana en el
Festival Internacional de Mar del Plata, todos ellos certámenes celebrados en
2022.
(1) Porque se trata de una
película muy especial su estreno, nada convencional, se va a efectuar en una
serie de proyecciones-eventos a lo largo de un mes, que comienzan en Madrid
este viernes, 26 de mayo de 2023, y que tendrán continuidad en otras
ciudades como Bilbao,
Ferrol (A Coruña), La Rioja, Lleida, Logroño, Las Palmas de Gran Canaria, San
Sebastián, Tenerife, Valencia, Vitoria, Zaragoza...
(2) El exceso de entrecomillados que figuran en esta reseña
responde al hecho de que lo que se dice en la película es mucho más expresivo y
descriptivo que lo que yo podría aportar.
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