Basada en una historia
real, ”La muerte de Stalin” es
una sátira llena de humor sobre la muerte del “padrecito” de todas las Rusias y
los días previos a su funeral, dos jornadas de peleas por el poder, de
manipulaciones y traiciones.
Comedia
rojinegra, dicen que basada en hechos reales, dirigida por Armando Iannuci (“In
teh loop”), que llega a los cines españoles cuando se cumple una semana del 65
aniversario de la muerte de Stalin, interpretada por Steve
Buscemi (“Reservoir Dogs”, “Fargo”), Olga Kurylenko (“Quantum of
Solace”, “A perfect day”) y el miembro de la tribu de
los Monty Python, Michael Palin.
En los días siguientes al infarto cerebral que el 2 de marzo de 153 causó
la muerte del dictador Josef Stalin, los ministros que constituían su círculo
más próximo se libraron a una lucha encarnizada para hacerse con el control de
la Unión Soviética; algunos para propiciar un cambio positivo, otros empujados
por ambiciones muchas veces inconfesable, y todos intentando al mismo tiempo no
perder la vida en el intento, lo que era relativamente fácil en la sanguinaria
dictadura comunista que sembró las estepas siberianas de gulags en los que
desaparecían los opositores, y también los lameculos caídos en desgracia.
Comedia coral que, con tono burlesco, relata la muerte del dictador y
ridiculiza a los dirigentes comunistas de la época –que, por otra parte,
estaban entre los vencedores de la Segunda Guerra mundial-, lo que ha molestado mucho a las actuales
autoridades culturales rusas que, utilizando casi los mismos métodos de unos
años para olvidar, han decidido censurar la película y prohibir su estreno en
la Federación de Rusia después de que se difundiera una carta firmada por
personalidades, entre las que se encuentra el cineasta Nikita Milkhalkov, en la
que se califica la película de insulto al país y “escupitajo” en la cara de los
patriotas de la batalla de Stalingrado, de cuyo final acaba de conmemorarse el
75 aniversario.
Inspirada en un comic francés del mismo nombre, cuyos autores son
Thierry Robin y Fabien Nury, y rodada en inglés, esta inteligente parodia
muestra que, pese a los diferentes rumores que han corrido en más de medio siglo,
la muerte de Stalin se produjo por causas naturales en su datcha del extrarradio moscovita, rodeado de su corte de acólitos
temerosos y serviles que tuvieron que repartirse el poder porque a la postre demostraron
que ninguno podía ser el nuevo Stalin e hicieron cuanto estuvo en su mano para
intentar eliminarse los unos a los otros, empezando por el odioso y detestado
por sus colegas jefe de la policía secreta, Beria, detenido tres meses después
de la muerte del tirano y ejecutado en diciembre.
Por la película desfilan nombres conocidos como Molotov, Zhukov,
Krushchev, Malenkov…, que protagonizan hechos conocidos y también algunos
errores históricos relativos a los cargos que ocupaban o al lugar donde se
encontraban. En el filme, tanto Stalin como sus corifeos son un colección de
marginales que “no ayudaran a comprender la Rusia de aquellos años”, al tiempo
que implícitamente se burla de la de hoy en la que todavía “no ha desaparecido
completamente la sombra” del tirano.
La muerte de Josef Stalin, que gran parte del pueblo ruso lloró en
directo para los documentales de la época (Nodo y similares), supuso un brusco
frenazo en la última olead de terror que el dictador comunista había emprendido
contra sus potenciales rivales, contra los revisionistas ideológicos y sobre todo contra los judíos soviéticos
supervivientes del Holocausto. Los años anteriores a 1953 estuvieron
continuamente salpicados por presuntos complots, muertes sospechosas y
asesinatos repetidos.
Para Richard Overy, crítico del
diario británico The Guardian, el
hecho de que la política rusa bajo el régimen de Stalin pueda tratarse como una
opera buffa se debe a que en la
opinión pública actual existe un cierta ambivalencia respecto a su memoria. Por un lado, fue el dirigente
que modernizó la Unión Soviética e impidió que Hitler se hiciera con el país
(“Para lo mejor y para lo peor, el relato clásico occidental de la Segunda
Guerra mundial sitúa a Stalin del lado de los ángeles…”), y por otro fue quien
abusó sistemáticamente de sus “súbditos” y pisoteó continuamente, y a gran
escala, los derechos humanos.
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