Imposible no quedar seducidos por «La
comunidad de los corazones rotos» y la ternura de sus seis personajes
excepcionales. A partir de un inmueble casi ruinoso, el realizador francés
Samuel Benchetrir ha conseguido construir un puñado de historias poéticas y
además muy divertidas.
En un suburbio francés que puede
pertenecer a cualquier gran ciudad, como siempre en mitad de ninguna parte, una
reunión de inquilinos debate el cambio del ascensor, definitivamente muerto, y
naturalmente, la propuesta de que se pague entre todos los vecinos. Unanimidad
absoluta con la excepción del señor Sternkowitz (Gustave Kervern); vive en el
primer pido y él no lo utiliza nunca. Tras encendidas discusiones sobre la
solidaridad, se decide que Sternkowitz no pagará con la condición de que nunca
utilice el nuevo ascensor. De acuerdo, solo que a las pocas semanas el destino
le juega una mala pasada, y el inquilino del primero se ve obligado a ir en
silla de ruedas. Evidentemente, no puede subir por la escalera…
A partir de este momento se entrecruzan
una serie de deliciosas historias improbables. Un astronauta estadounidense
(Michael Pitt) aterriza en la azotea de la casa y madame Hamida (Tassadit
Mandi), argelina, le ofrece su casa hasta que vengan a recogerle, le enseña a
comer couscous e incluso le presta la camiseta del Olympique de Marsella de su
hijo…Una actriz que ya no está de moda (Isabelle Huppert), melancólica y al
borde de la depresión, encuentra consuelo en sus charlas con el joven
adolescente y quizá algo enamorado Charlie (Jules Benchetrit, hijo del
realizador y de la actriz Marie Trintignant, muerta en 2003 a causa de la
paliza que le dio su compañero de entonces, el músico Bertrand Cantat).
Estos son algunos ejemplos de los
muchos momentos tiernos y poéticos que pueblan la quinta película de
Benchetrit, quien no consiguió entusiasmar al público con sus anteriores
proyectos (“Gino” y “Un viaje”), y que es una adaptación parcial de sus cuentos
“Crónicas del Asfalto” (de hecho, el título en francés del filme es “Asphalte”.
La soledad es lo que une a todos
los personajes de este drama que rebosa empatía con todos esos humildes
habitantes de las viviendas sociales HLM (habitación de alquiler moderado) que
se encuentran en las afueras de las grandes ciudades francesas. La soledad es
el telón de fondo de esas historias cruzadas, muy vivas, tiernas, patéticas y
llenas de humor que conmueven, y en las que los sentimientos oscilan desde la
simple vecindad hasta la compasión. Un auténtico acierto.
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