domingo, 7 de abril de 2013

Matar al padre: una novela que parece un apunte



Vaya usted a saber lo que ocurre en la cabeza de un jugador”.

Incluso vaya usted a saber lo que ocurre debajo del enorme sombrero con que se cubre siempre la cabeza Amélie Nothomb (1966), autora belga de culto a quien la crítica de lengua francesa adora u odio, sin matices intermedios, y que también tiene unos cuantos incondicionales en España.

Tomando prestado el famoso complejo de Edipo para el título, Matar al padre, novela número veinte de la autora, nacida en Japón de padre embajador belga -que comenzó escandalizando en toda Europa con Higiene del asesino (1992) y Estupor y temblores (1999), y que ha conseguido entre otros el Gran Premio de Novela de la Academia Francesa (1999), el Premio de Flore (2007) y el Gran Premio Jean Giono (2008), tres galardones con muchísimo prestigio para los autores en francés, siempre mezclando autobiografía y ficción, siempre buscando descaradamente la provocación-, no es en modo alguna la mejor de sus obras, ni siquiera es gran cosa; apenas un puñado de páginas que se liquidan en una hora, la verdad es que sin mucho entusiasmo.

Pero Amélie Nothomb cuenta con muchos lectores muy fieles y –como escribía un crítico parisino cuando este libro se publicó allí en el otoño de 2011- “cada septiembre saca un título nuevo y vende 200.000 ejemplares. Se ha dado cuenta de que “trabajar menos significa ganar más” (aludiendo al célebre slogan de campaña de Nicolas Sarkozy en 2007 “trabajar más para ganar más”, una promesa que tampoco se cumplió).
Tan corta como frustrante”, que dice una desilusionada fan en un blog francés, esta es la historia de un chaval estadounidense de 14 años, Joe Whip, apasionado de la magia y al que su madre hecha de casa para poder vivir tranquilamente con su amante tras prometerle una pensión de mil dólares al mes, que se traslada a Reno para conocer “al mejor de los magos”, Norman Terence, casado con una mujer que hace malabarismos con fuego, quien decide adoptar al aspirante y enseñarle su arte y su filosofía consistente en “hacer que los demás duden de la realidad”, como debe hacer siempre un gran mago.

Hasta aquí el planteamiento. Después, apenas una serie de diálogos como si fueran comentarios de alguna promoción publicitaria, cortos, secos muchas veces, tajantes incluso. Llegado un momento, el chico pide a su mentor que le enseñe a hacer trampas, accede después de resistirse y para cuando se da cuenta ha educado a un auténtico tramposo.

A Nothomb le gusta entrar en los meandros de las zonas prohibidas, sus novelas –las mejores y las peores- hablan de tabúes rotos, de obstáculos sorteados. En este último libro nos insinúa algo sobre unos pícaros muy actuales, los que juegan, ganan y engañan en los casinos.

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