viernes, 26 de abril de 2013

Ayer no termina nunca, deslucida historia sobre el dolor



Estamos en 2017. La Unión Europea acaba de negarle al gobierno español (el que sea en esa fecha) el tercer rescate. En ese país, en situación financiera peor que la Grecia actual, una pareja se reencuentra después de cinco años y de haber pasado por una situación difícil y dramática. Cuando sienten que el pasado ya no tiene importancia, de repente vuelve. Las heridas que no se cierran, o cicatrizan en falso, permanecen siempre abiertas.

Una vez más decepcionante. La realizadora española Isabel Coixet, que cuenta con muchos incondicionales entre los que evidentemente no me encuentro, estrena el 26 de abril de 2013 Ayer no termina nunca, quintaesencia del dolor provocado por la pérdida de un hijo, no es ni siquiera una película: como mucho, un largo, larguísimo primer y único acto de una obra teatral filmada, con dos únicos personajes y muy pobre de decorados.

El inacabable y reiterativo diálogo de Javier Cámara y Candela Peña ante una cámara que apenas cambia de posición para acercarse algo más al rostro de la actriz, a mí también me ha dado sueño, lo mismo que a muchos prestigiosos críticos nacionales, que de ésto saben mucho más. Como tampoco convenció ni a crítica ni a público en el pasado Festival de Berlín, donde se presentó en la sección Panorama.

Con Isabel Coixet pasa un poco lo mismo que con otros realizadores “de culto”, como José Luis Garci: su cine te gusta, o no te gusta, sin matices. Y a mi, sinceramente, no me gusta por diferentes motivos; el principal su pedantería. En cambio, la crítica catalana le aplaude hasta el más mínimo gesto, incluso le encuentra ecos de Bergman, y para el comentarista del diario madrileño El Mundo, Luis Martínez, esta película, que ha inaugurado recientemente el Festival de Málaga, es “un ejercicio de desnudez tan arriesgado como frontal (…) la más difícil y pura de las películas de Coixet”.


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