Tras pasar por los festivales de Málaga y San
Sebastián, el documental “Hay una puerta ahí”, obra de los hermanos Facundo y
Juan Ponvce de León, es la historia del nacimiento de una amistad entre dos
hombres: Fernando Sureda, ex gerente de la Asociación Uruguaya de Fútbol, enfermo
de ELA (Esclerosis lateral amiotrófica, también conocida como enfermedad de Lou Gehrig) -por simplificar y
hacerlo accesible a todos, incluida yo misma, es una forma de debilidad muscular que avanza hasta la parálisis total, extendiéndose
de unas regiones corporales a otras- y Enric Benito, oncólogo mallorquín miembro de honor
de la Sociedad Española de Cuidados Paliativos especializado precisamente
en ayudar a morir a enfermos incurables.
Separados por un océano, los dos hombres –de
edades y situación familiar parecida- conversaron durante nueve meses a
través de dispositivos electrónicos y en mitad de la pandemia, lo que impidió
que pudieran encontrarse (como era la voluntad del doctor Benito, dispuesto a
viajar a Uruguay; finalmente pudo hacerlo cuando se cumplían dos años del
fallecimiento de Fernando)
En el
documental, anterior a la aprobación de la Ley de Eutanasia por el Parlamento
español (Ley Orgánica 3/2021, de 24 de
marzo, de regulación de la eutanasia, en vigor desde el 25 de junio de 2021), lo que el doctor mallorquín hace es intentar
conseguir que tanto el enfermo, como su familia y allegados, acepten la
situación en que se encuentran, el dolor si lo hubiera, la dependencia
absoluta del enfermo y, en última instancia, la sedación para reducir la
consciencia del paso de la vida a la muerte.
Durante los nueve
meses que estuvieron en contacto, entiendo que a diario salvo fuerza mayor, el facultativo
puso toda su experiencia acumulada en una vida compartida con enfermos muy
graves, incluso terminales, al servicio de la situación en que se encontraban
el enfermo -una situación que se agravaba día a día- y las personas de su
entorno, especialmente la esposa e hijos, que aparentemente mantuvieron el
tipo en todo momento (la película nos ahorra sus momentos de desánimo, los
bajones que, sin ninguna duda, tuvieron que existir).
En su
momento, Fernando Sureda, que se definía a sí mismo como “el enfermo terminal
con más salud del mundo”, recurrió a todos los medios de su país pata abrir
un debate sobre la eutanasia, como treinta
años antes había hecho en España Ramón Sampedro, tetraplégico postrado en una
cama durante sus últimos veinticinco años, al que una buena persona ayudó a
abandonar aquello que era cualquier cosa menos una vida el 12 de enero de
1998, a los cuarenta y cinco años.
Con las más de once horas de vídeos y
mensajes de audio que cruzaron el enfermo uruguayo y el médico mallorquín, la
pareja de hermanos realizadores de “Hay una puerta ahí” (1) – frase que alude
a una posible visión que el paciente tuvo en sus últimas horas- han construido un trabajo “que trata sobre
la eutanasia pero que, sobre todo, es una historia sobre la vida”, explican. Los cineastas recibieron el material una
vez fallecido Fernando Sureda y con él construyeron un documental que comienza cuando la enfermedad
le paralizaba solamente las piernas pero ya pedía “un atajo” que le ayudara a morir “antes de
que la enfermedad avanzase”.
A lo largo de hora y media se van sucediendo
las videoconferencias entre “el enfermo terminal con más salud del mundo” y
el médico que le está ayudando a morir en paz, lo que sucedió el 23 de
septiembre de 2020, tras ser sedado cuando la enfermedad ya le impedía
respirar por sí mismo, y cumpliendo su deseo de no ser sometido a una
traqueotomía.
El doctor Benito, al que
avalan sus títulos y toda una carrera profesional dedicada a una especialidad
tan comprometida como son los cuidados paliativos, recuerda que en 2022
pidieron la muerte asistida nueve personas en Baleares y la obtuvieron seis,
“pero 2.500 personas murieron sin cuidados paliativos dignos, y por ahí,
posiblemente, es por donde tendríamos que empezar”.
La lucha y la muerte de
Fernando Sureda no fueron en vano: sus entrevistas provocaron que en marzo de
2020 se retomase en Uruguay el debate sobre el ‘buen morir’, de la mano de un
proyecto de ley que buscaba legalizar la eutanasia y el suicidio médicamente
asistido para pacientes terminales, ante una comunidad médica con opiniones
divididas. A día de hoy, tres años después de comenzar a debatirse la ley, la
práctica de la eutanasia sigue siendo considerada un crimen en el país
suramericano.
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