« Los castillo están construidos para dificultar el acceso, pero de algunos también es difícil escapar » (Jonathan Holland. Screendaily.com)
Premio Horizontes Latinos en el recientemente clausurado Festival de San Sebastián, donde el año pasado consiguió el Premio Egeda Platino Industria (lo que ha permitido a su equipo finalizarla) , y tras pasar por la Berlinale y el Hong Kong International Film Festival, donde se alzó con el Premio al mejor Director, la película “El castillo”, dirigida por el realizador argentino Martín Benchimol (codirector de “La gente del río” y “El espanto”), es una excentricidad sobre la persistencia –en Argentina y en realidad en casi todas partes- de un modelo de vida basado en la servidumbre, que en este caso es como una doble piel pegajosa de la que no consiguen desprenderse las protagonistas, y que viene cosechando aplausos en distintos idiomas; aplausos que solo comparto a medias ya que, a pesar de la innegable profundidad del tema, en mi opinión hubiera sido un excelente corto (de los largos). La duración de 1 hora y 17 minutos la convierte en algo a lo que le falta un hervor y a lo que le cuesta mantener el interés del espectador.
Después
de trabajar como empleada doméstica toda su vida en una mansión descomunal en
mitad de las pampas argentinas, donde
convive con una oveja negra y un cerdito, Justina hereda la propiedad de su
antigua “señora”; una herencia envenenada que implica aceptar la condición de
no venderla nunca. Mientras la casa se derrumba, dos vacas se le escapan y va vendiendo los animales para sobrevivir
con dificultad, Alexia, la hija de Justina que sueña con ser piloto de Fórmula
4 y en cuya habitación, donde juega
continuamente con videos de carreras automovilísticas, destaca una bandera arcoíris sobre un sillón,
se prepara para trasladarse a Buenos Aires y trabajar como mecánica en el
taller de un conocido. Desoyendo las voces que le aconsejan convertir la
mansión en una fuente de ingresos, alquilando habitaciones u organizando
visitas guiadas, de momento Justina, decide quedarse en “el castillo”, aferrada
a su legado y a su propio y escondido sueño centrado en un amante a larga
distancia, un hombre con el que intercambia mensajes, y al que probablemente ni
siquiera llegará a conocer. La película es la fotofija de los últimos meses que
madre e hija pasan juntas “en un cuento de hadas agridulce que ofrece promesas
de salvación”.
Un ancestral y
obsoleto sentido del deber hace que, pese a la herencia o seguramente por su
culpa, Justina nunca deje de ser la sirvienta que fue desde los cinco años y
esté a punto de quedarse sola y transformarse en el fantasma que no debería
faltar en ninguna casa como la suya: doce habitaciones, seis cuartos de baño,
un terreno de dimensiones considerables, un rebaño de vacas y algunos animales
más; eso sí, en mitad de ninguna parte.
Con formato de docu-ficción y con el
dramatismo que añaden las permanentes dificultades de comunicación entre las
dos mujeres, madre e hija, viendo “El castillo” (1) tenemos la sensación de
estar contemplando un thriller con fondo de clases sociales (descartada cualquier
tipo de lucha) en el que podría ocurrir algo inesperado en cualquier momento.
Pero no. Las dos mujeres simplemente están instaladas en el escalón más bajo de
la jerarquía del poder económico y han aceptado sus reglas.
(1)
“El castillo” se estrena en los cines de Madrid el viernes 6 de octubre de 2023
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