A finales del siglo XIX, Ferdinand Cheval (Jacques Gamblin, “El primer día del resto de tu vida”, “Hupicrates”), un ex panadero reconvertido en infatigable cartero solitario que cada día recorre cuarenta kilómetros para repartir y recoger cartas en el departamento francés del Drome, se enamora de Filomena (Laetitia Casta, « La guerra de los botones », « Gainsbourg »)), una viuda bellísima. De su unión nació Alice (Zélie Rixhon) y el cartero decidió contruirle un palacio con sus propias manos. Durante treinta y tres años, Ferdinand Cheval levantó con cemento y piedras una estructura visionaria y naif, especie de abigarrado templo de resonancias bíblicas y de la mitología india, una obra inclasificable que fue el hazmerreir de muchos de sus contemporáneos, que llamó la atención de artistas como André Breton y Pablo Picasso, y que en 1969 el entonces ministro de Cultura André Malraux salvó para la posteridad haciendo que entrara a formar parte del Patrimonio Cultural francés. Una edificación que todavía hoy es un alto en los recorridos turísticos de la región.
Esta es la historia, increíble y verdadera, que cuenta “El palacio ideal” (L’incroyable
histoire du Facteur Cheval), una película muy romántica, tercer largometraje de
ficción dirigido por Nils Tavernier8 (“Aurore”, “Con todas nuestras fuerzas”), hijo del también
realizador Bertrand Tavernier.
Ferdinand Cheval nació en 1836 y en 1879
comenzó la construcción del palacio con las piedras que recogía diariamente en
su recorrido postal. Biografía excesivamente acaramelada
de un hombre rudo que amaba la soledad y quiso cumplir sus sueños, dando vida a
un imaginario desbordante en un proyecto faraónico, un constructor autodidacta
que dedicó toda su vida a levantar en el jardín de su casa, en el pueblo de
Hauterives, un palacio exótico inspirado
en la naturaleza, y en el que están esculpidos caimanes, elefantes, pájaros, cascadas, gigantes, hadas…
todo un bestiario inspirado en las tarjetas postales y las revistas que
llegaban de otros continentes y distribuía por los hogares en su ruta de
cartero. .
Ni arquitecto ni albañil, a partir de un tropezón y una caída fortuita en
el lugar en que encontró la primera de las muchas piedras que fue cogiendo del
suelo para edificar el palacio de sus sueños, el cartero Cheval aprendió solo
el oficio e inventó formas inéditas que la prensa francesa ha relacionado con
la obra del catalán Antoni Gaudí; ambos vivieron en los mismos años y a ambos
se les incluye entre los “precursores de la arquitectura orgánica y utópica”.
La del cartero Cheval es una vida muy cinematográfica, como la tantos
otros soñadores; pero además es que pasó por el sufrimiento de perder a una
primera esposa y a la hija que le inspiró la construcción del palacio. Poeta y
de alguna manera loco, el actor Jacques Chamblin se ha empapado completamente
del personaje –demacrado, con un bigote hirsuto y siempre con el uniforme de
cartero, un tipo que esconde las emociones que siente-; junto a él, Laetitia
Casta espléndida, tierna siempre y distante a veces. De fondo, los paisajes majestuosos
del Drôme. “El palacio ideal” es como una excursión por las rocas y los
sentimientos.
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