Varias
generaciones de franceses están de duelo este 6 de diciembre de 2017. Lloran la
desaparición, a los 74 años, de Johnny Hallyday, el rockero que en más de medio
siglo de carrera se había convertido en « un monumento nacional » (Le
Monde).
“El
rey”, “mito viviente”, “monstruo sagrado”, “leyenda del rock”… los informativos
no escatiman calificaciones en unas ediciones especiales que se repiten en
bucle. A juzgar por el espacio informativo que ocupa, y también por las mil
canciones que interpretó, el centenar de ellas que compuso, por los miles de
conciertos que dio en al menos cuatro continentes, por sus cincuenta álbumes y los
110 millones de discos vendidos a lo largo de su carrera, no hay duda de que se
trata de alguien que ha sido realmente importante en el país vecino.
Mientras
que aquí “la chica yeyé” no fue más que un remedo paródico, una vez sustituida
la posguerra por los planes de estabilización y lo polígonos de desarrollo, en
la Europa que había derrotado a los nazis, reinaba De Gaulle y se preparaba
para recibir el “mayo del 68” y las “nouvelles vagues” que avanzaban a pasos
agigantados, lo “yeyé” (expresión feliz
acuñada por el sociólogo Edgar Morin) fue una forma de estar en el mundo, como
después sería lo “hippy” o “lo psicodélico” en Inglaterra y San Francisco, con
la música como principal referencia. .
En
los primeros ’60, Johnny Halliday
formaba parte de la pandilla de adolescentes que llegaban a la música francesa
para quedarse: Sylvie Vartan, con quien celebraría el primero de sus cinco
matrimonios, Françoise Hardy, Jacques Dutronc, Claude François, Hugues Aufray,
Michel Polnareff, Eddy Mitchell, France
Gall, Sheila, Antoine…algo mayor Charles Aznavour. Todos “yeyés”en distintos
grados, con la vista puesta en los discos que llegaban de Estados Unidos y lo
que ocurría en los escenarios del cercano Londres y en el Top of the Pops, el
programa juvenil estrella de la BBC. Todos guapos, “modernos”, atractivos, ganando
muy jóvenes un dinero importante y disputándose la portada semanal de “Salut
les copains”, la revista que les seguía y promocionaba.
En
una época en que la dictadura prohibía libros y censuraba películas, los
“yeyés” españoles de los ’60 escuchábamos a los cantantes italianos y
franceses, veíamos el Festival de San Remo y comprábamos revistas francesas.
También nosotros crecimos con Johnny Hallyday y sus compañeros en el viaje de
la adolescencia a la juventud.
Johnny
-hijo de un poeta maldito belga y una peluquera francesa, de Montmartre, que
trabajaba también como lechera y maniquí de anuncios- eligió como apellido
artístico el de un primo político, bailarín estadounidense, quien llenó la
cabeza de aquel niño rubio de ojos azules con “historias de indios y vaqueros,
de grandes llanuras y desiertos a pérdida de vista… en esa parte de la América
profunda donde la carretera no se acaba nunca. (Johnny) vivió toda su vida en a
nostalgia de una tierra de fantasía, la de John Huton y Clint Eastwood” (Serge
Raffy). Por eso, cuando el rock se empezó a abrirse paso en Francia, Johnny, el
chiquillo de Montmartre que primero quiso ser actor de cine, era el mejor preparado para subir a ese tren:
el que soñaba con recorrer las autopistas subido en una Harley Davidson y acabó
reinventándose en los estudios de grabación y los escenarios durante cincuenta
años, gira tras gira, un álbum después de otro, como si hubiera nacido con una
rosa en el culo, cada vez un éxito nuevo, cada cambio de época una canción para
atravesar el tiempo y quedar para la nostalgia.
Era el 14 de abril de 1960 cuando Johnny
Hallyday publica su primer vinilo con cuatro canciones: “T’aimer follement”,
“J’etais fou”, “Oh,Oh, Baby” y “Laisse les filles”, y la plabra rock
acompañando cada título. En la car´tula Johnny con camisa negra rayada en
blanco y en el dorso: ”Tiene 16 años…Es
un joven que compone música joven para los jóvenes”.
El 21 de junio 1963, desbordando todas ls previsiones,
cincuenta mil jóvenes acudieron a la parisina plaza de Nation para asistir a un
concierto gigante que acabó en una gran
bronca. « Johnny Hallyday ? –diría después el general De Gaulle- a
ese joven le sobra energía para vender, habría que enviarle a picar
pedra ». Johnny fue « el
detonador musical de la gran convulsión musical y sociológica que enseguida se
llamó la era de los yeyé”, escribe Fabien Lecoeuvre en
« La Véritable Histoire des chansons de Johnny Hallyday » (Hugo &
Cie, 2017). “Es el fin de un sistema, la época de prosperidad de la posguerra…
la liberación de las energías de una juventud reprimida por las trabas
ideológicas de sus padres, que escuchan a Edith Piaf, Luis Mariano y Tino Rossi…”.
Millones de jóvenes adolescentes franceses de la generación del baby-boom
expresan su voluntad de existir en la nueva sociedad de consumo a través de ese
« arcángel rubio », su portavoz, su símbolo. …”.
Cuando actúa, abrazado a su
guitarra Johnny se quita la camisa, se tira al suelo gritando vocablos
ininteligibles; a la salida, sus primeros fans, « blousons noirs »,
se enfrentan a la policía con cadenas de hierro. En una emisora de radio, un
presentador rompe en directo uno de sus discos. El escritor Claude Mauriac
denuncia el “delirium tremens erótico” del cantante. “Lo nunca visto. Lo nunca
escuchado… Quintaesencia de la edad ingrata: mejor cuanto más sexual, vulgar,
violento…” (“Johnny”, Nil Editions, 1999). Algunas salas de conciertos se
niegan a contratarle. Como era menor, el primer contrato discográfico lo firmó una
tía, hermana de su madre, que se ocupaba del chico desde que el padre abandonó
a la familia.
Después, hubo de todo como en la
viña del señor. Medio siglo da para mucho, en los escenarios y en la vida.
Grandes éxitos y algunos fracasos profesionales, cinco matrimonios, cuatros
hijos (dos adoptados) con tres madres, su apoyo a las campañas de Giscard, Chirac
y Sarkozy, la actuación en una fiesta del periódico comunista L’Humanité junto a Georges Marchais, el encargo
de componer el himno oficial del Copa del Mundo de fútbol en 2002 (“Tous
ensemble”), la enlutada actuación el 10 de enero de 2016, en la parisina Plaza
de la République, en el homenaje a las víctimas de los atentados, cantando “Un
dimanche de janvier”, rodeado por los coros del ejército francés.
Johnny Hallyday pasa a la
historia de la música francesa como una leyenda del rock pero yo le prefiero
cantando blues. Su energía se fue reduciendo al paso de los años, su voz en
cambio – una voz que, decía, “trabajaba con Gitanes sin filtro”- ganó en
tonalidades y profundidad y en la última década de su vida ha dejado memorables
grabaciones y directos cantando blues con sentimiento y maestría.
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