Película coral, con dos músicos
actuando siempre entre los protagonistas, y en la que éstos cantan de vez en
cuando (en la estela del último Resnais), Los miércoles no existen se ha convertido
en película después de tres temporadas en los escenarios madrileños, dirigida
por Peris Romano (8 citas, 2008, a medias con Ruy Sorogoyen), autor también del
guión y del libreto anterior.
Comedia de enredos, de amores,
lealtades e infidelidades -y de las que “enredan” al espectador, al que en
ocasiones cuesta distinguir a unos de otros-, pretendido manifiesto
generacional y disquisición sobre los sueños dejados por el camino entre la
adolescencia y la juventud, narra las peripecias de un grupo de treintañeros en
crisis, en distintas crisis de índole sentimental: Patricia (María León), novia
de César (Gorka Otxoa), quien no ha conseguido olvidar a su novia anterior,
Mara (Inma Cuesta), que le dejó después de que le pidiera matrimonio. Una noche
de fiesta con su amigo Hugo (William Miller), conocen a Paula (Andrea Duro),
hermana de Irena (Alexandra Jiménez), antiguo ligue de Hugo casada ahora con
Pablo (Eduardo Noriega), a quien acaban de despedir en su empresa y ha conocido
a Mara, periodista por libre que lleva el portátil a los cafés para escribir
sus reportajes… Todo así, como superficial, como si lo único realmente
importante es acostarse con alguien y, en caso necesario, si hay perjudicados
que no se enteren.
Estereotipos cien por cien, que por
lo oído dieron mucho juego en los escenarios, estos personajes no consiguen
tener la proyección cinematográfica que sin duda buscaba su creador. Todo
resulta ambiguo, nada parece real, ni tampoco fantástico. Esto de la generación
en conflicto es una historia contada hasta la saciedad, que solo puede repetirse
superando lo anterior. El director, Peris Romano, anteriormente guionista de
series de televisión, ha caído en sus propias redes creyendo que el éxito
teatral podía asegurarle algo semejante en el cine, ignorando –estoy segura de
que con conocimiento de causa- la existencia de lenguajes distintos y
limitándose a dirigir a los actores como si transitaran un escenario en lugar
de la vida.
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