martes, 6 de agosto de 2013

Renoir, padre e hijo, a la sombra de las muchachas en flor



La finca Les Collettes, en la  Costa Azul, 1915. Auguste Renoir, en el ocaso de su vida, está atormentado por la pérdida de su esposa, los dolores de una poliartritis que le obliga a llevar las manos vendadas y moverse en silla de ruedas, y  porque tiene dos hijos -de tres- en el frente, que han resultado heridos.

Sin embargo, cuando una nueva modelo llega a su mundo el pintor siente renovada su energía. Andrée, “una chica de ninguna parte enviada por una muerta”,  se ríe Renoir al escucharle decir que la ha mandado su mujer (fallecida hace tiempo), de la que al poco tiempo ya no podrá prescindir.

Radiante de vida, bellísima, Andrée será la musa del artista y la esposa del segundo de sus hijos, Jean, después uno de los mayores cineastas franceses en la antesala de la nouvelle vague y autor de películas como La gran ilusión o French Can-Can. En esos cálidos días provenzales, la joven fuerza una promesa: un día Jean será realizador y Andrée actriz. Actriz de cine mudo.

Pero esto es ya otra historia que no vemos en la película Renoir, cuyo estreno está previsto para el 9 de agosto de 2013; aquí solamente se nos cuenta un fragmento del último tramo de la vida del pintor y el regreso de la guerra de su hijo.

A caballo entre ambos, la joven pelirroja y varias mujeres más de distintas edades, especie de gineceo radiante  siempre alegre,  para quienes la guerra no existe, empleadas del anciano al que atienden en sus enfermedades, se ocupan de la comida y la casa y le trasladan literalmente a mano –a la sillita de la reina- de un lugar a otro del terreno provenzal, hasta el sitio en que decide instalar caballete y pinceles.

“Aparentemente, es una película inmóvil… en la que todo se mueve”, con un trasfondo repletos se secretos y deseos ilícitos satisfechos (como, por otra parte, ocurre en la mayoría de las familias a poco que se rasque la superficie). Y también es una película luminosa, en el sentido de que la luz juega un papel esencial, recreando ella sola todo el impresionismo  en los árboles y las hojas de la propiedad familiar, único escenario , risueño y bucólico, en que transcurre la acción de esta historia, cuarta película del realizador Gilles Bourdos .

Al final, y haciendo un gran esfuerzo, el anciano Renoir se levanta del sillón para abrazar al joven Jean, “que regresa a la guerra y camina hacia la gloria sin saberlo”.


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